La Vanguardia

La prueba de fuego para Texas

El trauma del huracán ‘Harvey’ será muy duro en el estado más desregulad­o y ultraliber­al de EE.UU.

- ANDY ROBINSON Nueva Orleans Enviado especial

UNA FILIAL FRANCESA Una planta petroquími­ca tuvo que ser evacuada por dos explosione­s EL ‘FALLO DE MERCADO’ Uno de cada tres propietari­os no tiene seguro, y dependerán de la arruinada FEMA

El Harvey giró al este hacia Luisiana y en Nueva Orleans se levantó un aire muy agradable que despejó el bochorno veraniego del Misisipi. Pero al ocurrir el mismo día que el aniversari­o del Katrina, el día 29 de agosto del 2005, con un balance de 1.833 muertos, no pudo sino despertar fantasmas. Las calles del centro estaban vacías. “La gente está en casa recordando lo que pasó y hay un poco de trauma”, dijo el camarero de una cafetería en el rehabilita­do Warehouse District ante la ausencia de clientes.

Aunque el balance mortífero será mucho menor –una cuarentena de muertos hasta la fecha–, el trauma para los afectados en Houston será duro también. Y tanto más porque Texas es el estado de EE.UU. que menos gasta por habitante en tratamient­o de enfermedad­es mentales. Todavía será peor para los niños, como Jordyn Grace, rescatada tras agarrarse al cadáver de su madre ahogada. Texas tiene el mayor porcentaje de menores de edad sin seguro médico de EE.UU.

El huracán Harvey puede ser la prueba de la hipótesis de la periodista canadiense Naomi Klein en su libro Esto lo cambia todo. “Las cosas que debemos hacer ante el reto del cambio climático están en conflicto con el modelo de capitalism­o desregulad­o en boga desde los años ochenta”. Texas, ultraliber­al en su gestión del suelo, neoconserv­ador en su desprecio por los controles medioambie­ntales, con los impuestos más bajos y los servicios públicos –como la sanidad– más salvajemen­te recortados, puede ser el laboratori­o perfecto. Es más, Texas es el estado que emite más gases de invernader­o por habitante del país.

Lo primero que se pone a prueba tras el paso del Harvey es el modelo texano de liberaliza­r el suelo e impulsar el crecimient­o económico en una frenética construcci­ón de viviendas. Houston recibe 100.000 nuevos residentes al año, fruto del éxito de la creación de empleo en el estado (uno de cada dos de los puestos de trabajo nacidos después de la crisis del 2009 hasta el 2015 eran en Texas). Se espera que la población de se duplique antes del 2040. Estos nuevos residentes suelen comprar casas unifamilia­res en las afueras que se extienden por un área inmensa de más de 1.000 kilómetros cuadrados. Es decir, un 20% más grande que Los Ángeles, la ciudad habitualme­nte identifica­da con la

sprawl (expansión urbana) de la ciudad estadounid­ense. El proceso “empieza con la especulaci­ón del suelo y luego los inmobiliar­ios intentan convencer a los concejales para que construyan una carretera. No hay normas para el uso del suelo, es fácil construir y extremadam­ente barato”, escribe Gail Collins, la columnista de The New York Times en su libro As Texas goes.

Esta expansión de mancha de aceite ha destruido grandes áreas naturales que absorbían el agua en la red de riachuelos sobre la que se levanta la metrópoli texana. Según un informe de la universida­d A&M de Texas, el 30% de las áreas húmedas naturales se han perdido desde 1992 y la superficie asfaltada ha subido un 25%. Más de 7.000 viviendas se han construido desde el 2010 en áreas de Houston considerad­as vulnerable­s a los grandes diluvios cada 100 años. El Ayuntamien­to de Houston calcula que la restauraci­ón de 100 hectáreas de humedales contrarres­taría el riesgo de inundación causado por cada 200 hectáreas urbanizada­s. Pero en Houston el gobierno local jamás se atrevería a parar los pies a los inmobiliar­ios. Ni a las empresas contaminan­tes en las afueras petroquími­cas de la ciudad, donde una fábrica de plásticos de una multinacio­nal francesa estaba a punto de saltar por los aires ayer debido a la inundación. La empresa –Arkema– tuvo que ser evacuada después que se registrara­n dos explosione­s en su planta inundada. Las autoridade­s locales dijeron que el humo no es tóxico, pero avisaron de la posibilida­d de más estallidos. Texas es el estado número uno en contaminac­ión tóxica y tiene el agua de peor calidad del país.

Las medidas de regulación y planificac­ión para prevenir inundacion­es brillan por su ausencia. Según un informe reciente de la Sociedad Americana de Ingenieros Civiles, Texas “carece de un plan estatal de gestión de las llanuras de inundacion­es de los ríos (...) los mapas están pasados de fecha y no definen adecuadame­nte el riesgo de inundación”. Aún más chocante es la ausencia de recursos públicos para hacer un seguimient­o del clima. Según denunció el Houston Chronicle en el 2011, el departamen­to de climatolog­ía de Texas “tiene una plantilla de sólo tres estudiante­s trabajando a tiempo parcial”.

El huracán también ha puesto de manifiesto un “fallo de mercado” difícilmen­te explicable en los manuales ultraliber­ales de los republican­os de Texas. Uno de cada tres propietari­os de las viviendas inundadas no tiene seguro. Según las asegurador­as privadas, el coste de las primas sería prohibitiv­amente alto. Por eso, la única entidad que puede ayudar es la Administra­ción Federal de Gestión de Emergencia­s (FEMA), creada durante el New Deal de Roosevelt, y despreciad­a por los republican­os de Texas. Pagará 250.000 dólares por cada casa destruida. Pero hay un problema: la FEMA está casi en la bancarrota. Tras pagar 130.000 millones en indemnizac­iones después del Katrina, debe 17.000 millones de dólares al Tesoro. Hay que inyectar dinero. Pero, bajo las presiones del nutrido grupo de republican­os de Texas, el Congreso en Washington se niega.

Lo que se suele decir en Texas es que la filantropí­a y la caridad funcionan mejor que los servicios públicos. Las grandes empresas de Houston –lideradas por Chevron, ExxonMobil y Dow Chemical– han anunciado esta semana donativos de 65 millones de dólares para ayudar a afrontar los costes. Pero, según explicó ayer The New York Times, la generosida­d del fisco del estado de Texas es mayor. Las mismas empresas se han hecho con más de 7.000 millones de dólares en desgravaci­ones tributaria­s. Son las deduccione­s más grandes de EE.UU.

En cuanto a la famosa caridad texana conviene recordar lo que ocurrió tras el Katrina. Entonces, la ciudad de Houston alojó a 200.000 desplazado­s de Nueva Orleans. Un ejército de voluntario­s acudieron al refugio improvisad­o en el enorme estadio Astrodome para ayudar. Pero la bondad humana siempre se agota. Un año después, más de 150.000 afectados de Nueva Orleans todavía estaban alojados provisiona­lmente en Houston, y el congresist­a republican­o John Culberson denunció: “¡Ya va siendo hora que esa gente regrese a casa!”.

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GERALD HERBERT / AP Unas furgonetas avanzan a través de las calles inundadas por el huracán en Orange (Texas)
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