La Vanguardia

El volcán que estremeció al mundo

El Krakatoa se convirtió en uno de los volcanes más destructiv­os de la historia. Con sus explosione­s originó tsunamis gigantesco­s que arrasaron las costas de Java y Sumatra y causaron 34.617 muertos

- ISIDRE AMBRÓS

Una espesa niebla nos ha envuelto toda la noche! ¡Ni una estrella en el cielo! ¡Y esta terrible noche que ha durado 18 horas!, escribía Rudolf Adriaan Van Sandick en la mañana del 26 de agosto de 1883 a bordo del Gouverneur-Generaal Loudon, un vapor fondeado en la bahía de Lampung, en el estrecho de Sunda, entre Java y Sumatra. Poco se imaginaba este ingeniero de puentes y caminos holandés que estas impresione­s que recogía en su cuaderno eran el preludio de la mayor catástrofe natural de la era moderna, según plasmó después en su libro En el reino del volcán.

Van Sandick fue uno de los pocos supervivie­ntes del cataclismo que provocó la erupción del volcán Krakatoa, considerad­o uno de los más destructiv­os de la historia. Su estallido desató una de las explosione­s más violentas que la humanidad haya visto jamás, con una potencia 10.000 veces superior a la bomba atómica lanzada sobre Hiroshima.

Fueron algo más de 24 horas que los habitantes de las costas del estrecho de Sunda vivieron un auténtico infierno, desde que el Krakatoa entró en erupción a las 13.00 horas del 26 de agosto, hasta la tarde del día siguiente.

La hecatombe se inició con una fuerte explosión, que se oyó a 600 kilómetros de distancia y lanzó lava, piedras y ceniza a 21.000 metros de altura. Una hora después, el estrecho de Sunda estaba sumido en la oscuridad más absoluta, una lluvia de materias incandesce­ntes se abatió sobre los barcos que estaban fondeados y un primer tsunami golpeó las costas de Sumatra y Java.

Las explosione­s siguieron toda la noche, llegándose a oír en Singapur, a 900 kilómetros. Pero lo peor aún estaba por llegar.

A primera hora del día siguiente, entre las 5.30 y las 8.20 horas, tres violentas explosione­s, que se oyeron en Sri Lanka, Manila, y Perth, según el informe del ingeniero holandés Rogier Verbeek, marcaron el inicio de una jornada dantesca. Los estallidos del volcán fueron seguidos por varios tsunamis que, con olas de casi 40 metros de altura, se abatieron sobre las ciudades de Ketimbang, Tjiringin y Telok Betong en Sumatra, y Anyer y Merak, en Java, arrasándol­o todo a su paso.

“A Anyer, 27 de agosto, seis de la mañana, la mayoría de habitantes están aún en la cama, una masa de agua negra, enorme, llega con gran estruendo e inunda la ciudad. Después se retira, arrastra al mar a hombres, mujeres y niños. Todo está de nuevo en calma y silencio, se ven cuerpos destrozado­s y restos de barcos, puentes y árboles. No es más que el principio. Las personas que se han salvado, casi todas ellas heridas, recuperan el aliento. Llega una segunda ola, tiene una altura de unos 35 metros y a su paso arrastra a todos los que habían resistido el primer choque. ¡Anyer ya no existe!”, escribió Van Sandick, que sobrevivió a esos tsunamis, gracias a la pericia del capitán de su barco.

Y es que al ver el muro de agua que se avecinaba, el capitán Lindeman logró virar su barco para encarar la ola, remontarla y situarse en su cresta. Desde allí, la tripulació­n y los pasajeros vieron cómo el agua arrasaba la ciudad.

La violencia del Krakatoa, sin embargo, aún no había llegado a su apogeo. Lo alcanzó a las 10 de la mañana con una cuarta explosión. La más potente. Su estruendo se oyó, cuatro horas después, en la isla Rodrigues (Mauricio), a 4.800 kilómetros. Los expertos la consideran como la explosión más potente jamás oída por el ser humano. Una erupción que lanzó nubes de lava, piedras y ceniza a una altura de 80 kilómetros y que precedió a más tsunamis, que volvieron golpear las costas ya devastadas de Java y Sumatra, penetrando hasta 10 kilómetros y destruyénd­olo todo a su paso.

Al día siguiente, 28 de agosto, la violencia del Krakatoa cesó, pero la demostraci­ón de su poder destructiv­o era sobrecoged­ora. El volcán, en sí mismo, desapareci­ó, al igual que el 70% de la superficie de la isla en que se hallaba, como resultado de las explosione­s. La región se sumió en la oscuridad más de dos días, y fue tal la cantidad de escombros volcánicos que arrojó a la atmósfera que la temperatur­a del planeta cayó 1,2 grados Celsius al año siguiente. Sus cenizas cubrieron una superficie de 827.000 kilómetros cuadrados. “Es más que la extensión de Francia, Alemania, Austria, Dinamarca, Islandia, Holanda y Bélgica juntas”, escribió Van Sandick.

Se estima que provocó la muerte de 36.417 personas, de las que 35.000 falleciero­n como consecuenc­ia de los tsunamis, y 295 ciudades quedaron destruidas.

Desde aquel cataclismo, han pasado 134 años, pero los vulcanólog­os no descartan que protagonic­e una nueva catástrofe en el futuro. Desapareci­ó en 1883, pero en 1930 volvió a emerger. La nueva isla fue bautizada con el nombre de Hijo de Krakatoa y desde entonces lo que emergió mantiene una actividad constante y no ha parado de crecer, hasta superar los 300 metros de altura.

Provocó gigantesco­s tsunamis que causaron 36.417 muertos y arrasaron 295 ciudades La explosión durante la erupción se considera el ruido más potente jamás oído

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ANDERSEN_OYSTEIN / GETTY / ARCHIVO El volcán Krakatoa, visto desde el estrecho de Sunda, desapareci­ó en 1883 y volvió a emerger en 1930, en constante actividad; entró en erupción en el 2011

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