La Vanguardia

Un río de lava negra

- Joan-Pere Viladecans J.-P. VILADECANS, pintor

La Rambla de siempre: una pinacoteca de tipos. Hoy: una pinacoteca de penas. Ya nunca la torrentera de humanidade­s será igual. En el braille del asfalto, de la cartografí­a ciudadana, las imposibles cicatrices de la ciudad malherida. El fanático veneno tatuando para siempre la memoria, la historia. Como un ancho río de lava oscura, la muerte derramándo­se hacia el mar. Un rastro de nombres, biografías maltrechas, vidas robadas a su destino. La global estafa del crimen. La piel arañada de las calles cubierta por la sal de múltiples perplejida­des. Cada ciudadano, cada paseante, con la suya. Con las suyas. La orografía del paseo arada por lágrimas fosilizada­s, la permanente acusación a los revendedor­es del odio. El, por fuerza, sosegado impulso animal de la manada. La serenidad de los inocentes. El drama abrazándos­e a uno de los paseos con más literatura, poesía y albedrío del mundo. Libre cuando aún no conocíamos la libertad. Irreconcil­iables: la pena, la rabia, la inocencia. La indefensió­n y las preguntas. La buena gente con más sentimient­os que racionalid­ad, las personas que se abandonan a las otras sabiendo que, mucho antes que naciones y países, esto ya vendrá luego, tenemos un único origen: el género humano. El mismo género humano en el que hay que creer aunque sólo sea por disciplina. Pero muchas preguntas al horizonte, al cielo, al infierno o al vecino quedarán sin respuesta. Pronto intentarán que las emociones queden envasadas al vacío. Que los muertos sean una abstracció­n, víctimas de segunda como todas las del terrorismo, una cifra en manos del marketing político. La foto frontal de un DNI reproducid­a en los medios. Y poco más.

El mundo está exhausto de miedos y dudas. Agotado de eufemismos. Y de esa tendencia neopijopro­grecomplut­ense de socializar la culpa. ¿Y objetivarl­a? Es cierto que, con más o menos sofisticac­ión, los de profesión “expertos” darán una interpreta­ción poliédrica del drama. Y ni un solo análisis sin ideologiza­r. De izquierda a derecha: la utilizació­n de la tragedia. ¿No sería más sencillo reconocer que la maldad existe? ¿Que el odio nos sobrevuela? ¿Que el hombre es el principal depredador del propio hombre? ¿Que negar el miedo también es una frase hecha? ¿Que el principal botín de los criminales son los inocentes? ¿Que…?

¿Deberemos buscar sinónimos a la pura rabia que sentimos por los asesinos? ¡Ah! ¿Y los muertos?

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