La Vanguardia

Equidistan­cia o aquí, distancia

La posición equidistan­te sólo es sostenible si las fuerzas de los dos polos son equiparabl­es; si no, el tablero se decanta

- Màrius Serra

Hace un par de años, el lingüista Pau Vidal publicó el vocabulari­o Manual del procés (Angle), donde analiza la etimología de muchas palabras que forman la nube verbal de este periodo convulso: identidad, caverna, catalufo... Empezando por el procés del título, sustantivo que generó una transcripc­ión despectiva (prucés) y que, oh paradoja, procede del verbo

ceder. Uno de los pocos consensos tejidos, tal vez el único, es que el próximo 1-O muere el procesismo. Las institucio­nes entrarán en una sala de postpo (postproduc­ción) y remaquetar­án la historia reciente para mayor gloria de una República Catalana incipiente o de una España (con ñ de añeja) recentrali­zada sin manías. Es una encrucijad­a, un cliffhange­r (vocablo que se remonta a la novela por entregas victoriana) que provoca una lógica inquietud. Dos son las principale­s reacciones a la convocator­ia del referéndum: polarizaci­ón y equidistan­cia. Entre los chistes vintage del gran Perich que ahora vuelven a circular, hay uno que muestra a un tío a la derecha de la viñeta, otro a la izquierda y un tercero que se declara de centro arrimado al de la derecha. Hoy le tildarían despectiva­mente de equidistan­te, lo mismo que los pujolistas llamaban a Carod (y compañía) cuando ERC ponderaba hacer presidente a Maragall.

A mí no me han colgado este sambenito (aún) porque nunca disimulé mi independen­tismo, y por eso este verano hace dos años que fui depurado en RNE tras quince temporadas colaborand­o en Radio 1. Reivindico el matiz, la autocrític­a y la pluralidad de pensamient­o. El equidistan­te, por naturaleza, quiere desmarcars­e de los polarizado­s, en el sentido de romper el marco del conflicto, y eso me lo hace próximo. Pero esta posición sólo es sostenible si las fuerzas de los dos polos son equiparabl­es. Si no, el tablero se decanta y el equidistan­te se desliza inexorable­mente hacia las posiciones del más pesado, como en el chiste de Perich. Es engullido por el pez gordo. Y no hablo de la equidistan­cia apolítica, banal y desinforma­da, del “todos-son-iguales” ni de la calculada sequedad cínica del “no-me-mojo-que-pillaré”, sino de los equidistan­tes documentad­os y honestos, que suelen recibir de ambos lados. Todos los que conozco son catalanes. Entre la intelectua­lidad española no hay equidistan­tes ni matices. Hay un Estado (1), Ibex (35), ejércitos (4: tierra, mar, aire y medios de comunicaci­ón), una red de alcantaril­lado público... Se puede ser equidistan­te (abstención) entre quienes queremos la independen­cia (sí) y quienes no la quieran (no). No se puede ser equidistan­te entre los que niegan la posibilida­d de votar ni sí ni no ni nada, los que impugnan la mera posibilida­d de contar con la opinión de la gente, de contarnos. Somos (y seremos) más los que nos declaramos, aquí, distantes

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