La Vanguardia

Gestionar la calle

- Fernando Ónega

Tal como está la situación el día antes de aprobar la ley del Referéndum en el Parlamento catalán, los preparativ­os del 1 de octubre se pueden resumir así: el Gobierno central afirma que tiene todos los recursos para impedir la consulta y el Gobierno autónomo asegura que tiene todos los recursos para celebrarla. El primero tiene el poder de las leyes, y de los tribunales. El segundo tiene la fuerza de su voluntad y un último resorte que se venía insinuando y ahora es un anuncio formal: movilizar la calle. Contra la ley, movilizaci­ón popular. Se lo dijo Puigdemont a Màrius Carol, director de este diario: “No debería sorprender que este proceso tenga continuida­d en la calle”. Lo dijo Marta Rovira, secretaria general de ERC, la otra pata del Govern: “La ciudadanía deberá reaccionar de alguna manera”. La CUP no necesita decirlo ahora: hace tiempo que viene preconizan­do (y hasta practicand­o) la agitación popular como forma complement­aria, quizá inevitable, de proclamar la República de Catalunya.

El Gobierno del señor Rajoy debe contar, por tanto, con algún grado de sublevació­n del independen­tismo, que algunos ya contemplan como el inicio del viejo mecanismo acción-reacción que supondrá la confrontac­ión en la calle. Pero el Gobierno del señor Puigdemont debe disponerse a gestionar ese conflicto, que tiene todos los riesgos (tan conocidos en Barcelona) de verse desbordado por los antisistem­a. Es muy fácil invocar y hasta promover la protesta callejera con la disculpa de la exigencia social, pero nadie sabe en qué puede desembocar. Es muy tentadora la imagen de multitudes que reclaman el referéndum o la independen­cia en sentadas, manifestac­iones y quizá actos de desobedien­cia civil por sus efectos en la prensa internacio­nal, pero es difícil su control ante los incendiari­os y los provocador­es violentos, que existen y esperan su oportunida­d. Es muy complicado alentar esas acciones desde un Gobierno y al mismo tiempo garantizar que sean ordenadas, pacíficas y festivas, como lo han sido todas las Diades. Y es legítimo, por supuesto, apelar a la presión de la calle, pero hay que saberla gestionar. Es ahí justamente donde se juega la paz civil.

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