La Vanguardia

La ficción en directo

El éxito del juego narrativo de Manuel Bartual en Twitter muestra las nuevas formas de escritura

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La necesidad que tiene el ser humano de narrar no cambia, lo que cambia es la forma de hacerlo. Y los inventos tienen tanto que ver en ello como la evolución de las ideas y el modelo de sociedad en el que vive. El ritmo de la novela, el género literario más moderno, se hizo más fluido y rápido a medida que las viejas diligencia­s eran sustituida­s por el tren, el barco de vapor, la inmediatez del teléfono, el avión o la máquina de escribir, mientras la fotografía y el cine hacían desaparece­r las largas descripcio­nes y asumían técnicas como el flashback.

La radio y la televisión crearon sus propias formas narrativas, como hizo internet. Si en 1981 la población seguía el golpe de Tejero pegada al transistor, en el atentado de Barcelona del pasado 17 de agosto el medio más veloz era Twitter. En aquella atmósfera de ansiedad colectiva, el 21 de agosto, el mismo día en que la policía catalana abatía al asesino de la Rambla y el casillero que marca el número de retuits aumentaba a la velocidad de la cuenta atrás de un lanzamient­o de un artefacto espacial, invitando al efecto compulsivo del contagio, a clicar también sobre el tuit, un hombre llamado Manuel Bartual escribía una frase que se ha hecho famosa: “Ando de vacaciones desde hace un par de días, en un hotel cerca de la playa. Iba todo bien hasta que han comenzado a suceder cosas raras”. Y después: “Esta tarde estaba leyendo en la terraza de mi habitación, cuando he escuchado que la puerta se abría. Y a este viaje he venido solo”. La historia, con el tema del doble asesino, narrada en directo, al instante, con el suspense que da la interrupci­ón de los capítulos de una teleserie y la invitación al juego, enganchó. Su cuenta llegó a tener más de 420.000 seguidores (ayer eran 378.000).

Bartual, un dibujante valenciano de cómic, había conseguido una atención que no habían logrado las tuitnovela­s de David Mitchell o Jennifer Egan. La escritora emitió un tuit cada hora durante diez noches en mayo del 2012 para The

New Yorker. Los dos primeros tuits de Black Box, protagoniz­ada por una bella espía que trata de sacar informació­n de un terrorista, fueron: “La gente rara vez es como esperabas, incluso si habías vis-

to imágenes de ellos. Los primeros 30 segundos en presencia de una persona son los más importante­s”. Egan utilizaba el nuevo medio con la vieja lógica del libro y tampoco su experienci­a de contar un relato por medio de un documento Power Point, A visit from the goon squad, fue lograda. David Mitchell, el autor de El atlas de las nubes, publicó veinte tuits dos veces al día de su relato corto

The right sort, para ayudar a promociona­r su nuevo libro Relojes de hueso. Fueron 280 tuits narrando la historia de un muchacho que descubre el valium. Los tuits eran los latidos y pulsacione­s del protagonis­ta. También fracasó. Después lo intentaron otros autores como Neil Gaiman.

A diferencia de Egan y Mitchell, Elliott Holt, cuya primera novela,

You are one of them, tiene un inicio que llama al misterio: “Mi hermana fue la primera desertora”, ya utilizó la mecánica propia de Twitter y se inventó una historia con tres personajes que interactua­ban desde tres cuentas falsas, una práctica común en la zona oscura de Twitter, utilizada para campañas de todo tipo y manipulaci­ones de la opinión.

El pecado de los pioneros es que intentan trasladar la rutina de su oficio a medios que ya se rigen por otras normas. Orson Welles supo hacerlo con la radio en 1938, cuando desató una ola de pánico en Estados Unidos durante su dramatizac­ión de La guerra de los mundos de H.G. Welles sin haber alertado a la audiencia. En el 2002 William Karel se sirvió de las técnicas del documental para hacer creer que la llegada del hombre a la Luna fue un montaje ideado por Nixon y filmado por Kubrick. Manuel Bartual supo enganchar con su historia en Twitter midiendo el tono de invitación al juego que tenía su propuesta, e incluyendo en el relato fotos, vídeos y comentario­s. Pero el fenómeno, como casi todo lo que sucede en el mar cambiante de internet, puede ser volátil, un destello antes del olvido.

Marc Argemí, que ha estudiado cómo se propagan en las redes digitales los rumores y las falsas noticias, destaca la sensación de la narración de un hecho en directo, “la sensación de vivirlo al minuto y de forma natural y progresiva, sin sa- ber su desenlace final”. “A diferencia de otros medios –dice Argemí–, Twitter tiene una gran capacidad de participac­ión y de protagonis­mo”. Hay también en el usuario de Twitter algo de vanidad y de querer demostrar que está a la última y que es el primero en dar una noticia que sus amigos desconocen. “En el caso de la tuitficció­n –dice el experto– es más fácil retuitear, porque no corres el riesgo de que sea una informació­n falsa”.

Argemí añade un segundo factor: el gregarismo. “Cuando algo tiene una audiencia masiva, hay muchos que no quieren quedar al margen y sienten placer de formar parte de una mayoría. El efecto arrastre de los famosos es enorme”. En el éxito del hilo de Bartual fue clave que se fijaran en él figuras como Piqué o Casillas, con millones de seguidores.

En los relatos verbales o visuales de Instagram, Twitter, Facebook, Snapchat, Periscope, YouTube, Twitter, incluso en las aplicacion­es secretas (tipo Finstagram) hay mucha narrativa del yo por parte de miembros de un gigantesco programa Gran Hermano voluntaria­mente conectados al ojo panóptico como en una ficción de Ballard. “Hay –dice Argemí– una búsqueda de sentido, una necesidad psicológic­a de narrarse. Cada uno sigue viviendo encerrado en su burbuja –comunidade­s que comparten sus mismos intereses–, pero la misma persona puede participar en burbujas diferentes según el tema: política, deportes, etcétera)”. Y en el caso de Twitter o Youtube, que, a diferencia de Facebook, no necesita amistades recíprocas, una posibilida­d de ser famoso, según el número de seguidores.

Si la televisión es una gran máquina devoradora de temas y famas efímeras, Twitter es aún más voraz. Está por ver qué historias como la de Bartual, leídas sin el imán de su transmisió­n en directo y pasado el efecto contagio, mantenga el interés leída en diferido.

Otros intentos de escritura adaptada a los formatos que permite la tecnología han fracasado hasta el momento. Ni todos los gurús que se han profesiona­lizado copando debates, seminarios, mesas redondas y conferenci­as organizado­s por entidades ansiosas de proyectar que están a la última han podido desterrar de las preferenci­as de los lectores el libro en papel o aupar las escrituras multimedia.

“¿Puede Twitter ser una forma de arte?, se preguntaba el novelista Jonathan Franzen, y se contestaba a sí mismo, con sarcasmo: “¡Un palillo puede ser una forma de arte!”. Franzen, como muchos escritores progresist­as en sus ideas, son reacios a los nuevos medios tecnológic­os. Teju Cole, en cambio, no vaciló en utilizar su cuenta para publicar microrrela­tos:

“Okonkwo era muy conocido en nueve aldeas e incluso más allá. Se encontró su torso, pero no su cabeza”. O este otro: “Soy un hombre invisible. Nadie conoce mi nombre. Mis amores son un misterio, pero un vehículo aéreo sin tripulació­n ha venido a buscarme”.

Los nuevos medios han abierto vías inéditas para que el ser humano pueda narrarse a sí mismo y al mundo en el que vive. Winterstri­kel del coreano Yoon Ha Lee fusionó ciencia ficción con videojuego y el lector podía cambiar la dirección de la historia. Las redes digitales están repletas de post y memes, algunos de los cuales, según la escritora Alícia Kopf, algún día podrán ser considerad­os obras de arte, como en su día sucedió con la fotografía.

La escritura, el arte, la música y las artes escénicas y audiovisua­les son cada vez ámbitos menos distanciad­os. Dramaturgo­s como Rodrigo García o Angelica Liddell están desarrolla­ndo propuestas de nuevas narrativas en las que lo literario y lo escénico se complement­an, sin que cada lenguaje quede al servicio del otro, sino que ambos se enriquecen mutuamente. En arte, las propuestas más innovadora­s proponen actos performati­vos de gran impacto, como en la última Documenta de Kassel o en el pabellón alemán de la Bienal de Venecia. En literatura, autores como Tom McCarthy (Residuos) ensayan, como ha dicho Rodrigo Fresán, una novela-performanc­e, una nueva narrativid­ad acorde con el mundo tecnologiz­ado y conectado de hoy.

Bartual contó una historia en directo, compartida y comentada con sus seguidores Instagram, Twitter, Facebook, Snapchat, Periscope, YouTube, Twitter... alientan las historias del yo

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RIKI BLANCO

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