La Vanguardia

La mentira y el autoengaño

- Josep Maria Ruiz Simon

En junio de 1967, el secretario de defensa de EE.UU., Robert McNamara, encargó un informe confidenci­al sobre la actuación de los gobiernos norteameri­canos en Indochina desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Este encargo se tradujo en los cuarenta

y siete volúmenes de la Historia del proceso de la toma de decisiones de la guerra del Vietnam, los famosos papeles del Pentágono filtrados por el analista de la Rand Corporatio­n Daniel Ellsberg que The New York Times divulgó en 1971. En noviembre del mismo año, Hannah Arendt publicó un artículo sobre estos papeles en The New York

Review of Books, que se puede leer, junto con otro ensayo de la autora, en el volumen

Verdad y mentira en la política, recienteme­nte editado por Página Indómita.

Aún ahora, cuando se habla de los papeles del Pentágono, se suele señalar que mostraban que el gobierno del presidente Johnson mintió sistemátic­amente tanto a la opinión pública como al Congreso. Para Hannah Arendt, que recordaba que, al fin y al cabo, las mentiras han sido históricam­ente considerad­as medios políticame­nte justificab­les, esto no era lo más relevante. Lo que le interesaba remarcar era que este documento hacía evidente la divergenci­a total entre las decisiones y los hechos que definió todo aquel proceso político, una divergenci­a que había convertido la política de EE.UU. en la zona en una política absurda y condenada al fracaso. La singularid­ad de todo aquel proceso no era, a su entender, el engaño de los gobernados, sino el autoengaño de los gobernante­s. Arendt apuntaba, con relación a este autoengaño, que la eficacia de la mentira política tiene que ver con el hecho que el mentiroso tenga una noción clara de la verdad que quiere ocultar. Y en el caso de la guerra de Vietnam los mentirosos empezaron engañándos­e a sí mismos y se acabaron instalando en una feliz ignorancia de los hechos significat­ivos que habrían podido conocer a través de los servicios de inteligenc­ia porque, tras creerse sus propias mentiras, se despreocup­aron del todo de la realidad.

En el artículo, Arendt relaciona este autoengaño con el peso que las técnicas de las relaciones públicas, es decir, de lo que ahora se llamaría la comunicaci­ón, habían adquirido en la política gubernamen­tal. Para esta política, el enemigo era indiferent­e. La propaganda se elaboraba para el consumo interno, para ganar la opinión de las que se considerab­an “audiencias relevantes”, que se convirtier­on en los auténticos objetivos estratégic­os de la guerra. Y las cuestiones militares se decidían en función de estos objetivos psicológic­os. Según la filósofa, los papeles del Pentágono nos pondrían ante unos embusteros autoengaña­dos que tenían una fe infinita en el poder de la comunicaci­ón política para conquistar la mente del público. Esta especie de políticos no ha dejado de multiplica­rse desde entonces. Pero, como también señalaba Arendt, el autoengaño es el peligro por excelencia de los políticos. Porque los embusteros autoengaña­dos pierden todo contacto con un mundo real que finalmente siempre los acaba atrapando.

A propósito de los papeles del Pentágono, Hannah Arendt señalaba que el autoengaño es el gran peligro de los políticos

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