El referéndum que salvó al Brighton
El Brighton, tras una larga ausencia, ha vuelto a Primera. La ciudad más progre y soñadora del país tiene un equipo que alimenta su utopía
Pueden gustar o no gustar, tener sus pros y sus contras, hacerse mejor o peor, pero en el caso del Brighton and Hove Albion un referéndum le salvó la vida. Fue en mayo de 1999, y la independencia ganó por el 68% al 32%. Los habitantes de la ciudad costera aprobaron por ese margen la construcción de un nuevo estadio. Y 17 años después, el equipo está en la Premier League.
Brighton, apodada London-onthe-Sea (Londres a orillas del mar), porque es la playa de la capital, a media hora de sus suburbios más meridionales, es la ciudad más progresista de Inglaterra, la única que está representada en el Parlamento de Westminster por una diputada verde, la primera que convirtió una vieja cabina telefónica en puesto de café, la más gay, creativa, ambiciosa, utópica, vegetariana y sostenible... pero el fútbol no siempre ha sido lo suyo. De hecho, ha estado reñida con él desde que en 1983 bajó a Segunda y perdió la final de Copa, una especie de último suspiro, frente al Manchester United (empató el primer partido 2-2 en Wembley, desaprovechando un gol cantado en el último minuto de la prórroga, y dos días después cayó 4-0 en el desempate).
En ese largo exilio de casi tres décadas y media, el club ha estado a punto de desaparecer, de bajar a Quinta División (le salvó un empate a uno en Hereford en la última jornada en 1997) y de declararse en quiebra. Tuvo que vender su campo histórico de Goldstone Road, jugar de prestado en Gillingham en un estadio de atletismo sin gradas cubiertas y en el que hacían falta prismáticos para distinguir a los jugadores. Pero ha sobrevivido a todo eso gracias a su referéndum de independencia, y a un mecenas, Tony Bloom, que hizo su fortuna jugando al póqueer y en negocios inmobiliarios, y puso 300 millones de euros de su bolsillo para saldar las deudas.
En toda esa larga travesía por el desierto, Brighton se olvidó del fútbol y se dedicó a otras cosas. Toda una generación de chavales se hizo del Arsenal o del Chelsea, proliferaron los restaurantes de
nouvelle cuisine, la comunidad gay se sintió cómoda en sus elegantes casas victorianas, llegaron los estudiantes extranjeros, los limpiadores y vigilantes de la playa (alguien se ha molestado en contar que tiene seis mil millones de piedrecitas), los dj, los paseadores de perros, los galeristas de arte, los tatuadores, los entrenadores personales, los barman y los jugadores de voleibol. Aparecieron los desayunos veganos, y se volvió más fácil comprar un disco de vinilo de Freddy Mercury que una botella de leche. Se convirtió en el Venice Beach inglés, pero sin el sol de California. En una hermana pequeña de Barcelona, Sydney o Toronto.
Mientras tanto, el Albion militó en Segunda, en Tercera y en Cuarta, y los jugadores se tenían que lavar las camisetas en casa. Pero un día, gracias al dinero de Bloom y al referéndum que autorizó la construcción del flamante Falmer Stadium (el Amex), el fútbol resucitó. Por el banquillo de las gaviotas pasaron Gus Poyet y Òscar Garcia, que dejaron su huella, el equipo estuvo en un tris de subir a la Premier en la temporada 2015-2016, y finalmente lo logró en mayo pasado de la mano de Chris Hughton, gracias al liderazgo del defensa español Bruno (capitán) y a los goles de Glenn Murray y Anthony Konockaert.
Brighton, castigada por la austeridad del Gobierno central y sus recortes del orden de 100 millones de euros, atraviesa una crisis de identidad política. Los Verdes, tras una gestión polémica del Ayuntamiento en la que convirtieron contenedores en viviendas para los sin techo, autorizaron los
cannabis cafes, restringieron el aparcamiento, impusieron una tasa turística y un estricto límite de velocidad de 25 kilómetros por hora, han perdido la mayoría. Cuando las basuras se acumulan en las calles, los votantes se preguntan si el sueño de una ciudad ecológica y sostenible, que no discrimine ni por el sexo, ni por la religión ni por la raza, con sueldos que permitan a todo el mundo una vida digna, no es más que una utopía que se desmorona al primer contacto con la realpolitik y los grandes intereses. Caroline Lucas, la diputada más progre del país, fue reelegida en las últimas elecciones, pero la autoridad municipal es una coalición liderada por el Labour.
En medio de todo ese dilema existencial, el Albion se ha convertido en la alegría y el orgullo de una ciudad que desesperó del fútbol, y que ahora es el depositario de sus ilusiones. En el líder de la campaña contra la homofobia, el antisemitismo y el consumo de bebidas azucaradas por los niños. En una versión inglesa de los piratas del St Pauli alemán.
Un nuevo estadio y un dueño que hizo su fortuna en el póquer resucitan a las ‘gaviotas’ de Sussex