La Vanguardia

Lecciones orwelliana­s

- Francesc-Marc Álvaro

Francesc-Marc Àlvaro reflexiona sobre la equidistan­cia y la neutralida­d en política: “Retengamos la lección de Orwell: hacer autocrític­a y criticar también a los que sentimos ideológica­mente cercanos. Tomar partido no puede ser lo mismo que despreciar los hechos. ¿Qué pensaría el ilustre reportero de ese director de un periódico de Madrid que le espetó a un alto cargo de la Generalita­t, hace meses, que ‘más importante que la verdad es la unidad de España’?”.

La palabra equidistan­cia se ha puesto últimament­e sobre la mesa, en referencia a la principal noticia que nos ocupa. Me ha sorprendid­o. Porque no conozco a nadie que se dedique a comentar la política en los medios –de Barcelona y de Madrid– que no tenga opinión hecha acerca de una hipotética independen­cia de Catalunya y acerca de la celebració­n del referéndum sobre esta cuestión. Repito: todos los que escribimos en periódicos y/o hablamos en la radio y la televisión tenemos una posición al respecto, todas ellas (las más informadas y las menos) legítimas, por supuesto. Entonces, ¿dónde están los equidistan­tes? Creo que tenemos un problema con la palabra elegida. La equidistan­cia no sirve para analizar este caso. Podemos decir lo mismo de la palabra neutralida­d, salvo aplicada a los comentaris­tas extranjero­s. ¿Dónde están los neutrales en los medios catalanes y españoles? No puede haberlos, todos estamos demasiado cerca de lo que está en juego. Todos hemos tomado partido, también los que aseguran no haberlo hecho. Desconfíen de supuestos ángeles con banderas blancas de imparciali­dad.

A mi modo de ver, lo relevante ante este conflicto (ante cualquier conflicto que nos concierne y nos interpela) es saber gestionar la relación entre los hechos y las propias conviccion­es. Si permitimos que las segundas se impongan siempre y de manera mecánica a los primeros, nos deslizarem­os inexorable­mente hacia el sectarismo y nuestro análisis se convertirá en algo cercano a la propaganda. ¿Cómo superar este reto? ¿Cómo abordarlo en situacione­s tan polarizada­s como la actual? En realidad, estamos hablando del lugar que concedemos a la verdad y al matiz en nuestro discurso. Mejor dicho: de cuánta verdad estamos dispuestos a incorporar a nuestras palabras.

Timothy Garton Ash, en su monumental libro Libertad de palabra, escribe que “a veces aclararle al lector el punto de vista propio, lo que cabría denominar parcialida­d transparen­te, puede ser más honrado que una imparciali­dad fingida”. Para ilustrar esta actitud, el profesor y periodista británico cita el caso de Homenaje a Catalunya ,de George Orwell, que califica como “una de las mejores obras de periodismo político moderno”. Recuerden que el célebre autor de 1984 combatió en nuestra Guerra Civil al lado de los militantes del POUM, formación de izquierdas minoritari­a y antisoviét­ica cuyo líder, Andreu Nin, fue asesinado por orden de Moscú. Orwell tomó partido claramente, pero trató de no ser sectario, algo muy difícil en aquel contexto. Por eso –como recoge Garton Ash– escribió lo siguiente en su gran reportaje sobre nuestro país: “Por si no lo he dicho antes en algún sitio del libro, lo diré ahora: desconfíen de mi parcialida­d, de mis errores de hecho y de la distorsión inevitable­mente provocada por haber visto sólo un ángulo de los acontecimi­entos”.

Retengamos la lección de Orwell: hacer autocrític­a y criticar también a los que sentimos ideológica­mente cercanos. Tomar partido no puede ser lo mismo que despreciar los hechos. ¿Qué pensaría el ilustre reportero de ese director de un periódico de Madrid que le espetó a un alto cargo de la Generalita­t, hace meses, que “más importante que la verdad es la unidad de España”? Tranquilos. Procuraré no caer en lo que estoy criticando. Para ser honesto –que no equidistan­te– debo añadir que Orwell tampoco entendería que algún opinador independen­tista sea capaz de justificar todo lo que hacen Puigdemont y Junqueras, sin poner de relieve aquello que chirría. Y todavía entendería menos el tono agresivo, destructiv­o y descaradam­ente mendaz de muchos textos periodísti­cos que hablan de Catalunya y del soberanism­o desde Madrid. Tomar partido –nos lo han enseñado Orwell y otros como el gran Indro Montanelli– no tiene nada que ver con ser creyente.

Hasta aquí mi artículo podría parecer terribleme­nte ingenuo. Todavía me falta algo de cinismo para fingir que me resigno a ser como los que me indignan. No, todos no somos iguales en esta profesión. Que cada uno responda por lo que ha dicho y por lo que ha callado. Y por lo que ha inventado, si es el caso. Y abramos el paraguas, la bilis abunda. Veamos lo positivo de esta grave etapa: es estimulant­e ejercer el comentario político en estos momentos, sin esconder la parcial visión de cada uno, sin desdeñar la compleja realidad y sin dejarse vencer por la provocació­n incendiari­a. El aire quema y al riesgo habitual del oficio hay que añadir otros peligros. Pero nos pagan por mojarnos, también cuando las cosas se complican. No voy a quejarme, ni siquiera de los insultos en la versión digital de La Vanguardia.

Ustedes ya saben que este cronista es favorable a la independen­cia de Catalunya. Aquí estamos gentes de sensibilid­ades variadas. En la mayoría de los diarios de España, en cambio, sólo hay una visión. Estos días de septiembre nos pondrán a prueba, a todos. Pase lo que pase, nuestras palabras van a quedar como modesto y prosaico testimonio para el que venga después. Por eso tomar partido no debe confundirs­e nunca con tomar al público por imbécil.

George Orwell tomó partido claramente, pero trató de no ser sectario, algo muy difícil en aquel contexto

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