Suu Kyi desdeña el drama de los rohinyá y ve propaganda “terrorista”
La Nobel birmana se alinea con el ejército ante el éxodo de la minoría musulmana
Hacía días que desde el extranjero le exigían a la líder birmana y premio Nobel de la Paz, Aung San Suu Kyi, que rompiera su silencio sobre la crisis de la minoría rohinyá. La
Dama, perseguida durante años por la junta militar de su país, ha hablado al fin, pero no precisamente para condenar la ola de violencia que ha forzado el éxodo de unos 150.000 musulmanes a Bangladesh en dos semanas.
Suu Kyi se alineó con el ejército birmano y denunció un “iceberg de desinformación” instigado por los “terroristas” –en referencia a los rebeldes rohinyá– para promover sus intereses y dividir a las distintas comunidades. La antigua opositora y hoy líder de facto de Birmania hizo estas declaraciones en una conversación telefónica con el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, que fue transcrita por su oficina.
No es la primera vez que Suu Kyi desestima las reivindicaciones de la minoría rohinyá y avala las tesis del ejército, con el que hoy comparte las riendas del país.
Erdogan ha sido uno de los gobernantes más duros con el Gobierno birmano, al que acusa de perpetrar un “genocidio” contra los rohinyá, una cuestión que ha suscitado una ola de manifestaciones en el mundo musulmán. En vase rias se han quemado retratos de Suu Kyi, a quien algunos piden revocarle el Nobel que le concedieron en 1991 por su lucha por la democracia.
Otra Nobel de la Paz, la joven pakistaní Malala Yousafzai, condenó este lunes “el trato vergonzoso que sufren los rohinyá”. Otros laureados le habían pedido a Suu Kyi que mojase, al igual que el comisionado de la ONU para Birmania.
El secretario general de la ONU, António Guterres, envió una inusitada carta al Consejo de Seguridad alertando del peligro de una “catástrofe humanitaria”. Birmania afirmó ayer que está negociando con China y Rusia, “naciones amigas”, para asegurarse su veto si la cuestión llega al Consejo de Seguridad.
Birmania niega la nacionalidad a los rohinyá, un millón de personas en un país con un 90% de budistas. No pueden trabajar, ir a la escuela ni a los hospitales. El auge del nacionalismo budista ha deteriorado aún más su situación, con episodios violentos y desplazamientos forzados.
La última ola de violencia comenzó después del asalto, el pasado 25 de agosto, a varias comisarías de policía a manos de los rebeldes del Ejército de Salvación Rohinyá de Arakan (ARSA), organización nacida en octubre del 2016 que Birmania califica de terrorista. El ejército
respondió con una gran operación en el estado de Rakhine (oeste del país), donde se concentra la población musulmana. Los incidentes suman 400 muertos y han provocado el éxodo masivo. Según los últimos cálculos de la ONU, en sólo doce días han llegado 146.000 refugiados a Bangladesh (país musulmán), además de miles de personas que están en ruta. Desde octubre, los rohinyá refugiados en el país vecino alcanzan los 233.000.
Día a día, cientos de personas tratan de cruzar el río Naf, frontera natural entre Birmania y el sudeste de Bangladesh, una travesía peligrosa en esta época de monzones. El miércoles, los cadáveres de cinco niños fueron hallados.
Bangladesh ha acusado a las autoridades birmanas de sembrar la frontera con minas, después de que dos niños y una mujer resultaran heridos por una explosión al tratar de cruzarla. La zona ya fue minada en los años noventa, bajo la junta militar. Birmania no se ha pronunciado sobre si ha colocado nuevas minas, pero el portavoz de Suu Kyi apuntó este lunes a los rebeldes: “¿Quién puede decir con seguridad que esas minas no han sido colocadas por los terroristas?”, dijo.
Birmania pide a las “naciones amigas” de China y Rusia que veten una condena del Consejo de Seguridad