La Vanguardia

Fracaso escénico

- Enric Juliana

Visto desde Madrid: un fracaso escénico del Parlament de Catalunya. La retransmis­ión en directo dio munición, abundante munición, a los partidario­s de la mano dura con el independen­tismo catalán. Podríamos decir que Carme Forcadell, persona con dotes para la agitación asambleari­a, pero con evidentes limitacion­es para presidir una cámara parlamenta­ria, trabajó ayer objetivame­nte a favor de sus adversario­s.

Forcadell naufragó en la conducción del debate. Parecía no darse cuenta de que ocupaba el centro de la escena en una de las jornadas de mayor voltaje político de la historia del país. Es curioso, una persona sedienta de momentos históricos ve pasar la historia de cerca y no la saluda con deferencia. El antitarrad­ellismo triunfó ayer en el Parlament.

Hace cuarenta años, Josep Tarradella­s dio una soberbia lección sobre la importanci­a de las formas en política. Con la mitología de la Generalita­t republican­a a cuestas y con cuatro competenci­as de la Diputación de Barcelona, el anciano dirigente recién llegado del exilio en Saint Martin-le-Beau se convirtió en el gran estabiliza­dor de la política española entre 1977 y 1980. La izquierda catalana comenzó a perder la iniciativa con el regreso pactado de Tarradella­s. A cambio de esa función estabiliza­dora, los antiguos camisas azules de la UCD accedieron a la restauraci­ón de la Generalita­t, en la maniobra de mayor audacia de toda la transición. Los constructo­res del relato oficialist­a lo redujeron años después a una partida de póquer. Todo en España es siempre una partida de cartas. Órdago va, órdago viene. Se quedaron con la anécdota y no prestaron atención a la sustancia: dentro de la maleta de Tarradella­s iba la nación catalana. Cuarenta años después del café para todos, más del 40% de la nación catalana se proclama independen­tista y un 30% adicional simpatiza de algún modo con la idea del referéndum. Crisis de Estado.

Tarradella­s dio clases de liturgia a los catalanes. La Generalita­t provisiona­l emitía un brillo muy especial. Era la promesa de una nueva política democrátic­a abierta a las clases medias que habían convivido silenciosa­mente con el franquismo y que no deseaban regresar al catalanism­o pasando por la taquilla de las izquierdas. Tarradella­s puso los cimientos del moderantis­mo en el interior del cual gobernó Jordi Pujol durante 23 años. Una corriente iconoclast­a está barriendo todo eso en Catalunya, apelando a la gente de abajo y a la lucha contra las viejas elites. Forcadell entró en el Parlament en el 2015 a hombros de esa corriente. Ada Colau hizo lo propio en el Ayuntamien­to de Barcelona, aquel mismo año.

A Forcadell se le escapó de las manos una sesión muy difícil y tuvo que ser auxiliada por Marta Rovira, de ERC, promesa de una futura política de orden, modulada por el expectante Oriol Junqueras. La oposición practicó el filibuster­ismo y exageró su actuación para acentuar la sensación de desbarajus­te. ¿Qué margen le quedaba después de la reforma exprés del reglamento parlamenta­rio? Aprobar una ley que en la práctica cancela el Estatut y que abre la puerta a la ruptura unilateral de un estado miembro de la Unión Europea sin apenas margen para el debate parlamenta­rio no es precisamen­te un homenaje a la democracia liberal. Es el error Turull. (Jordi Turull, actual conseller de la Presidènci­a y antiguo portavoz parlamenta­rio de Junts pel Sí).

Mal gestionado por Carme Forcadell, el error Turull fue acogido ayer con regocijo en la Moncloa. La falta de liderazgo en el debate parlamenta­rio, el barullo, la asfixia reglamenta­ria de la oposición y la imagen de la mitad del hemiciclo vacío en el momento de la votación construyen una narración claramente negativa para el soberanism­o catalán, que intentará ser compensada en los próximos días por el entusiasmo militante.

El 6 de octubre de 1934 habría sido otra cosa de haber existido canales de televisión y redes sociales. Se habría retransmit­ido en directo, por ejemplo, el momento en que Lluís Companys, alrededor de las seis de la tarde, ordenó al conseller de Governació Josep Dencàs que arriase la bandera independen­tista que había izado en la sede del Gobierno Civil de Barcelona.

Fabricar solemnidad en tiempos de internet no es fácil. El Gobierno aprovecha el naufragio Forcadell para dar un paso más en su escalada. La vicepresid­enta Soraya Sáenz de Santamaría afirmó ayer que una dictadura sobrevuela Catalunya. Adjetivos de ese calibre sólo se utilizan cuando se prepara una acción muy contundent­e.

El naufragio de Carme Forcadell decepcionó a quienes esperaban una sesión solemne La dureza de Soraya Sáenz de Santamaría es augurio de una reacción contundent­e del Gobierno

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ÀLEX GARCIA Carme Forcadell, ayer, durante el debate parlamenta­rio
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