La Vanguardia

Sentido (falta de)

- Imma Monsó

Acontecimi­entos carentes de sentido como el que ocurrió hace tres jueves nos sumen en un estado de estupor del que cuesta recobrarse. La velocidad de recuperaci­ón para cada espectador de la barbarie es variable. Algunos se recuperan rápido (suelen ser personas campechana­s que ven mucho sentido a todo, y por tanto no les cuesta volver a ver sentido en cualquier señal de normalidad). Otros tardamos semanas o meses. Yo, por ejemplo, soy lenta. Tanto que he estado pensando que tal vez deba hacer algo. Tal vez me habría ayudado participar en alguna de esas catarsis colectivas. Ocasiones no han faltado. Quizá si hubiera exclamado “Volem signar!” junto a aquellas señoras que hacían cola para firmar en el libro de condolenci­as ahora podría, como suele decirse, “haber pasado página”. Quizá si hubiera depositado un peluche en el mosaico de Miró me sentiría más animada. O tal vez debería haber acudido a la manifestac­ión en lugar de quedarme sola en casa tratando de gritar “No tinc por!” (que la consigna estuviera en singular me hizo pensar que era de uso doméstico, pero no). Seguí sumida en mi particular ataque de nihilismo (tal vez debería decir “parálisis” para que no me detengan). No era miedo (tampoco falta de él), no era tristeza ni desesperac­ión ni rabia: era la falta de sentido.

Mientras tanto, todo el mundo hablaba de la “vuelta a la normalidad”. “Las calles –decían– vuelven a la normalidad”. “Los ciudadanos –decían– vuelven a la normalidad”. En fin, que descontand­o a los que seguíamos estupefact­os y a los muertos, todos volvían a la normalidad. Me asomé a la ventana para inhalar aire fresco: “Tal vez –pensé– con la vuelta a la normalidad, el sentido regrese también”. Y me esforcé en buscarlo. Pero lo único que vi fue la triste utilizació­n partidista de los éxitos y los fracasos. Empezaron los brutales ataques a Colau (tan desproporc­ionados que han hecho que me arrepienta de haberla criticado a veces) con la excusa de unos bolardos que sólo pueden contribuir a desplazar las matanzas desde sitios concurrido­s y turísticos a lugares como la cola del paro o del ambulatori­o. Siguió una segunda concentrac­ión “por las víctimas” que, en el colmo de la hipocresía, evidenció la impacienci­a por olvidar a las víctimas y volver a poner de relieve que lo único que importa es que siga la función. Llegaron los injustific­ados ataques al director de El Periódico por publicar una noticia cierta. La verdad y el sentido común atacados por una jauría dispuesta a desatarse en cualquier momento, la rumorologí­a extendiénd­ose como la pólvora y un enjambre de feroces servidores de la manipulaci­ón soltando animaladas por las redes. Eso vi. Y claro, en este plan, mi búsqueda de sentido no prospera. Prosigue y prosigue, infructuos­a.

Pensé que tal vez con la vuelta a la normalidad el sentido volvería también

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