El circo y sus elefantes
No es cosa banal que siete elefantes adultos, y por lo tanto de espectacular volumen, aparezcan de pronto por una calle de Barcelona. Caminan de forma ordenada, uno tras otro y con paso calmado.
El espectáculo no dejaba de representar un cierto riesgo; y es que la ciudad ofrece un ambiente que bien podría provocar en alguno de aquellos animales una reacción inesperada. Sabido es que están muy bien amaestrados y que sus cuidadores los mantienen bajo control, pero bien podría suceder algún imprevisto, pongo por caso que un coche chocara con uno de ellos, lo que podría provocar quizá una reacción violenta en los demás paquidermos; o que el caos circulatorio, acústica incluida, pudiera perturbar su comportamiento.
Todo tenía que ver con el circo, razón fundamental de que fuera visto con simpatía. Lo cierto fue que, ante la petición formulada por la dirección del teatro circo Olympia, la autoridad se mostró de lo más colaboradora; y permitió que siete elefantes aparecieran por las calles.
Circuitos Carcellé, que en aquel invierno de 1946 gestionaba la oferta circense, sin duda había presionado para realizar aquel desfile, de alto impacto publicitario.
Vale la pena detallar el itinerario, para imaginar el revuelo que provocó. Puesto que el circo Olympia se alzaba en la esquina de la ronda San Pau y Aldana, el recorrido remontó la mencionada ronda, continuó por la de Sant Antoni, plaza Universitat, Pelai, plaza Catalunya, paseo de Gràcia, Provenza, Aribau, Gran Via, Urgell, y regresó por fin al Olympia. ¡Caramba!
Como es de suponer, semejante caravana en pleno mediodía de un día laborable, era un lunes, despertó a su paso una curiosidad tan considerable como previsible. Y de eso se trataba. El desfile se inició al mediodía. Cada elefante iba acompañado a pie por un cuidador y no se registró problema alguno. Los guardias urbanos colaboraron para impedir que aquella novedad supusiera una perturbación viaria. Importa tener en cuenta que en aquel entonces, época de carestía económica y de carburantes, el tráfico era más bien escaso.
Se ignoraba entonces que el Olympia tenía los días contados. Había sido inaugurado en 1924, y estaba considerado como el más moderno de Europa, en lo que tecnología se refiere, lo que le permitía ofrecer una gran diversidad de espectáculos no sólo circenses, sino también teatrales e incluso deportivos, gracias a la facilidad y rapidez para transformar el escenario; podía pasar a incorporar incluso una piscina enorme.
El 28 de febrero de 1947 cerró sus puertas y fue derribado. Resultaba que poder vender entonces el hierro de la estructura era buen negocio, debido a la carencia de aquel material. Unos años antes ya había sucedido lo mismo con el palacio de Belles Arts.
No hubo el menor problema para que fuera permitido aquel desfile sorprendente