La Vanguardia

Estar enamorado

- Julià Guillamon

Tu estás enamorado de Arquimbau!

–¡Que no! Rosa Maria murió en 1992. –Pero estás enamorado de ella. –Empar, no. En 1962 Arquimbau tenía cincuenta y cuatro años y yo era un bebé. –Pero te gusta. –¡Que nooooo!

Empieza la presentaci­ón del libro L’enigma Arquimbau. Sexe, feminisme i literatura

a l’era del flirt (Nau Comanegra, marzo de 2016): “Julià Guillamon, que está enamorado de Rosa Maria Arquimbau...”

“Moliner, eso lo discutirem­os en la calle.” –digo yo ante un auditorio que se monda de risa–.

–¡Vale! Vamos a tomar una copa –dice Moliner–.

Un año después, en junio de 2017, estoy buscando un piso de alquiler. Ahora en casa tenemos una silla de ruedas, no podemos subir la escalera de nuestro piso. Es una situación un poco angustiant­e. Dentro de tres semanas nos darán el alta en el hospital y todavía no sabemos a dónde iremos a vivir. Una amiga me pasa un contacto de un piso adaptado. Llamo a la agencia y concertamo­s una cita. La calle no me suena de nada. “Sí, junto a Torrent de l’Olla” –me dice Maria, la chica de la agencia–. Al llegar reconozco el lugar. Le pido: “Esta finca ¿no será de la familia Rius?” “¿Cómo lo sabes?” –me responde ella–. “Es largo de explicar –le digo, temiendo aburrirla–. El año pasado escribí un libro sobre la escritora Rosa Maria Arquimbau. La descubrí, me encantó y de entrada escribí unas columnas en La Vanguardia hablando de ella. El señor Gabriel Rius las leyó, me buscó y quedamos para tomar un café. Resultó que había conocido a Rosa Maria Arquimbau y a su marido, Joaquim Girós. La familia Rius tenía una fábrica de cacao y dio empleo a algunos republican­os que regresaban del exilio, como Joan Pagès, supervivie­nte de Mauthausen, o como Joaquim Girós, que había sido de La Falç, el grupo de Josep Tarradella­s. Cuando Girós murió siguieron ayudando a Rosa Maria. Le llevaban una cantidad a la calle Laforja, donde vivía. En los años cincuenta, en una época en que necesitaba­n divisas para comprar máquinas para preparar el cacao para fabricar Cola Cao, montaron una tienda de artesanía en Tánger y Arquimbau se encargaba de las compras”.

Cuando no tienes ganas de cambiar de casa te agarras a lo que puedes. Pensar que el piso que quería alquilar estaba vinculado a esta historia, que Girós debía haber pasado muchas horas en la fábrica aquí al lado, me ayudó a decidirme y a sacudirme un poco la tristeza. Hace un mes que vivimos en el nuevo piso. De madrugada miro el patio, veo la casa con las ventanas de terracota de la familia que protegió a Girós y a Arquimbau después del exilio. He editado cuatro libros de Rosa Maria Arquimbau. La señora debió verme desde el más allá y pensó: “Este chico, venga a escribir, y ahora con su novia en silla de ruedas... voy a solucionar­le el tema este del piso.” Cojo el móvil y le mando un whatsapp a Moliner: “Empar, cariño, tenías razón, estoy enamorado de Rosa Maria”.

Es algo angustiant­e: dentro de tres semanas nos darán el alta en el hospital y no sabemos a dónde iremos a vivir

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