El fútbol vence en Siria
El fútbol se acabó en Al Qusair un frío mes de marzo de hace ya seis años. El club local había hecho historia al conseguir el ascenso a Segunda División en un disputado final de temporada en el grupo de Homs de Tercera. El Al Qusair había goleado de forma abultada a varios rivales y sólo había perdido en dos de sus duelos, ante el Talbesa y el Palmira. Pero llegó la ocupación de la ciudad por parte del Ejército Libre de Siria y las posteriores ofensivas del Gobierno de Bashar el Asad y en el modesto estadio del Club Deportivo Al Qusair y en sus polvorientos descampados dejó de rodar el balón.
En una ciudad que antes del conflicto superaba los 30.000 habitantes, el fútbol era el principal nexo de unión de las comunidades suní –mayoritaria– chií y cristiana. De la misma forma que los cantos de los muecines se alternaban sin más con el repicar de las campanas de la iglesia, los chavales con nombres cristianos jugaban a fútbol por las calles con los de nombres musulmanes. Se les sumaban los descendientes de las numerosas familias mixtas –normalmente padre sirio y madre rusa–, en su mayoría provenientes de la región de Krasnodar. Religiones, nombres y color de pelo al margen, todos eran árabes y, por encima de ello, sirios.
Han tenido que pasar esos seis largos años para que el fútbol vuelva a ser noticia en Siria volviendo a unir a comunidades desde entonces enfrentadas. La selección siria consiguió el pasado martes en Teherán un resultado histórico que le permite soñar con su clasificación para el Mundial que se disputará el próximo verano en Rusia. A la heroica, como parecía exigir el destino. Omar as Sona, conocido como el Zlatan árabe por su 1,93 m de altura, conseguía en el minuto 93 de partido un empate ante Irán (2-2) que lleva a su selección a una de las plazas de repesca de los grupos asiáticos de clasificación.
El Mundial aún queda lejos y probablemente es imposible para Siria, ya que debe medirse a doble partido ante el otro aspirante de la repesca, Australia. En caso de victoria, aún quedaría un último peldaño aún más complicado: una segunda eliminatoria ante el cuarto clasificado de la Concacaf (Norteamerica, Centroamérica y Caribe). Una plaza que ocupa Estados Unidos a falta de dos jornadas de clasificación. A todo ello se suma una última dificultad, como es la de jugar como local en Malasia.
Pero eso no impidió que Siria celebrase el empate como una gran victoria y una inesperada inyección de moral. Impulsada y promovida por el régimen de El Asad, que convirtió el duelo en una cita patriótica. Hasta el punto de instalar seis pantallas gigantes en plazas y estadios de Damasco y otras 24 en las principales ciudades del país controladas por el Gobierno
LA INSTRUMENTALIZACIÓN El régimen de El Asad instaló 30 pantallas gigantes en varias ciudades para ver el encuentro Siria celebra a lo grande un empate
de su selección que le permite soñar con la clasificación
para el Mundial de Rusia LA CONCILIACIÓN Al Jatib, una de las estrellas sirias, regresó al combinado tras haber dado apoyo a los rebeldes
para seguir el partido. Miles de personas perdieron el miedo y salieron en masa a las calles. Primero para seguir el duelo y después para celebrarlo con gran algarabío. Un grupo de empresarios sufragó el viaje a Teherán de medio millar de aficionados y aficionadas, las únicas mujeres que pudieron seguir en vivo el encuentro ante la prohibición de Irán de que las iraníes accedan a los recintos deportivos. El patriotismo impulsado por el régimen incluso se impuso en las redes sociales, donde el mensaje “Sí se puede” estuvo esta vez al servicio de las Águilas del Monte Qasioun, que por un día dejó de ser la principal posición de la artillería gubernamental sobre Damasco para recuperar su simbolismo ancestral.
Junto a As Sona, el otro héroe de la gesta de la Siria futbolística es Firas al Jatib, que llegó a jugar junto a Pep Guardiola en el Al Ahli qatarí. A sus 34 años, el delantero de Homs se ha convertido en un símbolo de reconciliación nacional al haberse sumado a la rebelión en un principio y haber abandonado por ello la selección. Decidió volver y el régimen lo recibió como un héroe después de haberlo proscrito.
Pese a que el fútbol volvió a unir a Siria, como tantas otras veces ha unido a otros países en crisis o en guerra, no faltaron las críticas a la instrumentalización de su Gobierno e incluso el sabotaje a la web de la Federación Siria de Fútbol, donde ayer se denunciaba el presunto amaño del partido. Difícil de explicar por cómo llegó el gol del empate, pero con la lógica de que Irán es el principal aliado de Al Asad y su selección hace jornadas que se aseguró una plaza en el Mundial.
En Al Qusair ya no repican las campanas y ya no hay niños cristianos ni mestizos en sus calles. La convivencia es un recuerdo de antes de la guerra. Quizá ya es sólo historia. La atroz reconquista gubernamental trajo la paz y la destrucción. Fue una victoria que nadie celebró. Allí, la primera celebración no llegó hasta este martes. Gracias al fútbol.