¿Qué harías?
La pregunta me la formula un compañero de El Correo vasco, en una entrevista sobre la situación en Catalunya. Me cuenta que ha hablado con más personas y que todas responden lo mismo: hablar. Es decir, hacer política. A partir de aquí cada uno reparte las culpas en función de su mirada, pero es general la idea de que el conflicto catalán ha explosionado porque el territorio de la política se ha convertido en un desierto donde no ha florecido nada, ni iniciativas, ni palabras, ni negociaciones de ningún tipo.
Se han dejado podrir los agravios, se han silenciado los verbos, se han parapetado en el frontón del no y, por el camino de la no política, se ha agotado el tiempo. Si alguien, de esos sesudos pensadores del Estado, creía que, por la vía del palo, el Constitucional y la amenaza, se iba a parar todo esto, es que no era ni pensador ni sesudo y, sobre todo, no tenía ni idea de lo que ocurre en Catalunya. De manera que, a la pregunta del “¿qué haría?”, la respuesta es rotunda: no haría nunca lo que están haciendo. Y me refiero al Estado, al partido que gobierna y a su propio presidente, porque más allá de los errores del soberanismo –que seguro que son muchos–, el error de Rajoy es una acumulación ingente de errores que se resume en uno central: confundir la España del siglo XXI con un Estado feudal, donde las leyes son la coartada para negar derechos, reprimir a líderes políticos y asustar a la ciudadanía.
Desde el minuto uno en que la paciencia catalana se desbordó, después del atropello del Estatut, Rajoy tuvo millones de oportunidades para demostrar voluntad política, construir un espacio de diálogo y bajar la tensión. Pero hizo lo contrario, como ya había hecho con el Estatut, cuyo agravio alimentó con millones de firmas en su contra, por las calles de España. ¿Qué esperaba que sintieran los catalanes, después de aquello? Y el después trajo otro después y otro, y así, lejos de atemperar la tensión, dulcificar el agravio y rebajar el hartazgo, el PP ha sido el agente más corrosivo para destruir todo espacio de negociación, y no sólo no ha bajado la tensión, sino que ha acumulado estropicios para subirla. Al final, llegamos al 9-N y otra vez cabía el freno para intentar encontrar espacios para la política. Al menos, hablarnos. Pero la mentalidad feudal volvió a subirse al caballo, y así se acumularon sentencias contra los líderes catalanes, subió el tono de los ataques, arreciaron las amenazas y nunca hubo ni una sola propuesta que pusiera sordina al ruido. En todos estos años del proceso, Rajoy no ha puesto sobre la mesa ni una idea, sustituida la política por el puño. La cuestión es si la estrategia del puño puede resolver un conflicto territorial. En democracia, imposible. De manera que cabe preguntarse hasta qué punto está dispuesto Rajoy a destruir la democracia, para frenar a Catalunya. O eso, o volver a la política.
Sustituida la política por el puño, en todos estos años, Rajoy no ha puesto sobre la mesa ni una idea