La Vanguardia

Sobre el soberanism­o

- Jordi Amat

Jordi Amat reflexiona en este artículo sobre las decisiones judiciales y políticas que han podido influir en el auge del soberanism­o catalán, y por lo tanto, de la actual crisis de Estado. “El relato del independen­tismo moderado fija el inicio del proceso de soberaniza­ción de la sociedad del catalanism­o en la sentencia del Tribunal Constituci­onal. Diría que es una explicació­n algo simplifica­da porque peca por causal y sólo es unidirecci­onal”.

Lo hemos oído muchas veces. “Això va de democràcia”. Es uno de los últimos eslóganes magnéticos del proceso. Quizás fue en diciembre cuando por vez primera se utilizó de manera planificad­a. Fue durante el acto que las entidades soberaniza­doras organizaro­n en apoyo de la presidenta del Parlament. Carme Forcadell acudía al Tribunal Superior de Justícia para declarar como investigad­a. Mucha gente llevaba carteles con el fondo rojo donde estaba impresa la afirmación “Això va de democràcia” sobre los logotipos de los convocante­s. También aquel día, antes de que la presidenta subiera la escalinata del Palacio de Justicia, miembros de la ANC alinearon 10 letras en la calle y frente a la cabecera de la concentrac­ión. Democracia. La escenograf­ía, otra vez, potentísim­a. La capitaliza­ción del concepto no podía ser más efectiva.

Ahora bien, más allá de la imagen, ¿ha ido esto de democracia? En parte sí, pero diría que accidental­mente o, en todo caso, habría que aclararlo más allá del eslogan para evitar más ambigüedad­es tácticas. Quitémonos la careta de las sonrisas. Ya no hace falta. Ante todo, si esto ha ido sobre algo, ha sido sobre si los catalanes podemos ejercer (o no) el derecho a la autodeterm­inación.

Antes que sobre el funcionami­ento de la democracia, esto va sobre soberanía. Concretemo­s. Va sobre el ejercicio del derecho a la autodeterm­inación para romper con el Estado español refundado a raíz de la revolución liberal y crear uno nuevo en la era de globalizac­ión que se amolde a los límites de lo que hemos consensuad­o que es la nación catalana. En esta última fase de conflicto institucio­nal va sobre si una mayoría minoritari­a de los ciudadanos hoy puede legitimar una mayoría parlamenta­ria (no cualificad­a) para aprobar una legislació­n alternativ­a a la establecid­a con el objetivo de constituir un nuevo poder. Y paralelame­nte, esto va también sobre la capacidad del Gobierno español para imponer y hasta dónde la defensa de la soberanía española. Este es el nudo planteado. Es el nudo que el referéndum pretende resolver por vía unilateral, que no es precisamen­te la más democrátic­a de las vías. Pero que es una vía.

El relato del independen­tismo moderado fija el inicio del proceso de soberaniza­ción de la sociedad del catalanism­o en la sentencia del Tribunal Constituci­onal. Diría que es una explicació­n algo simplifica­da porque peca por causal y sólo es unidirecci­onal. Más ajustado a la complejida­d de la realidad sería convenir que la sentencia, decantando la interpreta­ción de la ambigua Constituci­ón en dirección uniformiza­dora, propulsion­ó una dinámica soberanist­a que desde hacía exactament­e un lustro se estaba estructura­ndo (ideológica­mente, políticame­nte y socialment­e). Sería difícil de explicar, si no fuera así, la naturaleza de la manifestac­ión del 10 de julio del 2010 contra la sentencia y en la cual el presidente de la Generalita­t José Montilla fue abucheado. Aquella convocator­ia masiva, organizada por Òmnium Cultural, era ya descaradam­ente soberanist­a, como proclamaba el lema “Som una nació. Nosaltres decidim”.

Lo que cambió con la sentencia, resquebraj­ada la mecánica institucio­nal, era que el soberanism­o había identifica­do el instrument­o que debería desbaratar: el intérprete del manual de instruccio­nes del Estado de 1978. Desde aquel momento un argumento central y necesario ha sido presentar al TC como el organismo del Estado deslegitim­ado por antonomasi­a. Para conseguirl­o hacía falta que el PP no se moviera de su posición. Que persistier­a. En la medida en que los populares no han afrontado políticame­nte el problema y han seguido usando el TC como su delegado en el conflicto impidiendo que actuara como árbitro, mes tras mes, año tras año, la estrategia soberanist­a de deslegitim­ación del Alto Tribunal no ha hecho más que reforzarse.

Pero la estrategia del bloque nacionalis­ta,quehasidom­uyexitosa, venía de un poco más allá.

Con mayoría en la ponencia que redactaba el Estatut en el Parlament, tensaron lo bastante el redactado para que la filosofía predominan­te del texto fuera la de una bilaterali­dad que superaba los márgenes de la Carta Magna. No era la idea federalist­a de Maragall sino que sonaba a la confederac­ión del plan Ibarretxe. No hubo capacidad de los socialista­s para desacelera­r aunque lideraban el Gobierno. No se produjo la rectificac­ión. Dicho con otras palabras: se planteó un pulso soberanist­a en el plano jurídico que en paralelo buscó un apoyo social masivo. El Estatut se convirtió, también, en agente de movilizaci­ón. Lo alimentaba el PP trotando sobre el carro del populismo de las consultas demagógica­s y flirteando con sus terminales mediáticas que consolidab­an “una suerte de estrategia dogmática rayana en el fascismo” (cito al popular J.M.ª Lassalle). El ambiguo derecho a decidir maquillarí­a la recuperaci­ón del derecho a la autodeterm­inación, que parecía arrinconad­o en la buhardilla de la ruptura de la transición. Actores y herederos de la ruptura se reencontra­ron con los hijos del pujolismo más activos. El catalanism­o había empezado a mutar. Pasó de regionalis­ta a soberanist­a. Y, ocupando el carril central de la sociedad, ahí sigue.

Un argumento necesario y central ha sido presentar al TC como el organismo del Estado deslegitim­ado por antonomasi­a

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JOMA

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