La gran carrera
Cómo se supera una carrera de 170 kilómetros
Reportaje que narra el Ultra Trail del Mont-blanc (UTMB), una dura supercarrera de 167 kilómetros y unos 10.000 metros de cuestas que rodea el macizo alpino.
Sigue corriendo Chieko, no pares, no pares”, le suplicó Shinsuke Isomura a su mujer cuando ya llevaba más de 100 kilómetros a cuestas y se enfrentaba a otro día sin dormir. “Ella estaba muy cansada y sólo quería descansar, yo sabía que era el síndrome de la segunda noche y que si aguantaba hasta el amanecer podría acabar”, añade Shinsuke. Chieko, japonesa de 39 años, le hizo caso y continuó avanzando hasta cruzar el domingo la meta de Chamonix tras casi 42 horas de marcha por tres países de los Alpes. Con lluvia, nieve, viento, mucho frío y calor. Un poco de todo. Chieko forma parte del grupo de 1.688 personas que el pasado fin de semana culminaron el Ultra Trail del Mont-blanc (UTMB), una supercarrera de 167 kilómetros y unos 10.000 metros de cuestas que rodea el macizo alpino.
Chieko esboza una leve sonrisa pero sin mostrar excesiva alegría. Junto a ella, la gente que sigue llegando a Chamonix hace aspavientos, llora, grita, salta, se arrodilla, se tira al suelo, se abraza a sus familiares... Ella no. Ningún signo de épica. Su marido, que sostiene en brazos al hijo de ambos, sí está exultante. “Yo también me inscribí en el UTMB en el 2011, pero ella es mejor que yo”, sentencia. Shinsuke tardó dos horas más que ella.
Salir a trotar por Kamakura, ciudad en la que residen, al suroeste de Tokio, es una necesidad vital para Chieko, es su momento de desconexión del día a día como ama de casa. “Disfruto corriendo sola, me siento libre, es el tiempo que puedo dedicarme a mí misma”, deja claro.
Muy pocas mujeres se embarcan en esta prueba, sólo el 9,5% del total de participantes. El caso de Chieko, con el marido esperando en la meta y cuidando del hijo de tres años, es una excepción.
El domingo por la mañana, la plaza Triangle de l’Amitié de Chamonix estaba llena de mujeres que aguardaban a sus parejas, a las que habían prestado asistencia en varios puntos de avituallamiento desde el viernes, el día de la salida. En las diferentes paradas les proporcionaban ropa limpia, sus alimentos preferidos y apoyo incondicional. Este es el caso de Vicent Ferrer, de Sueca; de Sebastià Oliver, de Felanitx, o de Takashi Abe, de Japón.
“Ha sido una tortura, pero lo he disfrutado como nada en el mundo”, suelta Vicent Ferrer, empleado de banca de 42 años. En Courmayeur, en el kilómetro 80, se lesionó en la rodilla lo que convirtió los descensos en interminables pesadillas. Desde fuera se intuye que lo sensato hubiera sido abandonar, una tentación que pasa por la cabeza de muchos cada dos por tres, pero el deseo de completar el recorrido puede más. “Sí, he pensado en retirarme pero como no volveré nunca más...”
El contacto con la naturaleza y la persecución de objetivos deportivos son motivos que arguyen los corredores para sumergirse en ultramaratones en los que la capacidad mental juega un papel tanto o más relevante que el físico.
Para Roque Lucas, médico de familia de 62 años en Palau de Solità i Plegamans, este ha sido su noveno UTMB, de los cuales ha finalizado seis, aunque deja claro que, de entrada, “no recetaría a nadie una prueba de estas características”. “¿Por qué tantas veces? Me gustan los retos que implican un camino, estar todo el año preparándote para un objetivo. Por mi trabajo, entre semana sólo puedo salir a correr un par de días, pero el sábado y el domingo programo rutas de 30 o 40 kilómetros”. En esta última edición del UTMB se quedó en el kilómetro 95; al no poder alcanzar a tiempo el siguiente control fue descalificado. “Siempre llegaba al límite de la hora del cierre de los pasos y apenas podía comer. En
“Me siento libre corriendo sola, es el tiempo que puedo dedicarme a mí misma”
Courmayeur, empecé a tomar geles energéticos que no me sentaron bien, lo que sumado al esfuerzo me provocó vómitos. No he vivido el abandono como una derrota”, subraya pensando ya en la próxima travesía, su vigésimo novena Matagalls-Montserrat, de 81 kilómetros.
Los ultramaratones crean adicción a pesar de tanto sufrimiento. Acabar inocula una generosa inyección de autoestima.
“Cruzar la meta es la gloria”, proclama el sevillano Cristóbal Martel, paleta de profesión de 46 años, antes de salir, a pocos metros de Kilian Jornet, el personaje más solicitado la semana pasada en Chamonix, mucho más que el ganador del UTMB, el vinatero francés François d’Haene. Jornet es de los poquísimos atletas que puede dedicarse full time a este mundo, a las carreras y al alpinismo.
El vencedor, D’Haene, se embarcó en el 2012 en la elaboración de vinos en Beaujolais; el sexto clasificado, Pau Capell, ingeniero industrial de Sant Boi de Llobregat, ha creado una empresa de organización de eventos, y el décimo, Jordi Gamito, es paleta. Los tres cuentan con patrocinadores pero tienen una vida laboral al margen de los ultratrails.
Jordi Gamito dejó el muay thai, un arte marcial tailandés, por las carreras hace cuatro años. “Me gusta mucho la montaña. Si tengo un mal día salgo a correr y me cambia el humor, desconecto y cargo pilas. Trabajo en la construcción hasta las cuatro de la tarde y después entreno unas tres horas y un mínimo de cinco el sábado y el domingo, aunque dedico dos días al descanso. Tengo espónsors que me ayudan pero sé que nunca viviré de esto”, explica el corredor de Platja d’Aro.
Pau Capell, de 25 años y uno de los atletas con más proyección, ha puesto en marcha con dos socios Privylife, firma especializada en montar todo tipo de actividades deportivas, responsabilidad que compagina con las dos o tres horas de entreno diarias. La flexibilidad de trabajar para uno mismo le facilita poder seguir un exigente ritmo competitivo.
Capell y Gamito forman parte de la élite en un tipo de competición en que, a diferencia de en otros deportes, los más modestos se mezclan con la flor y nata. Al menos en los primeros metros del recorrido.
Jornet no se cansa de repetir que los que tienen más mérito son los últimos. Los que lo dan todo para poder regresar a la meta.
Si el primero invirtió 19 horas, el último precisó más del doble, algo más de 46. “Cuando acabo ya no pienso en el dolor. Yo corro para ver si puedo llegar”, comenta David Buckmall, carpintero inglés de 42 años, mientras, sudoroso, sostiene a su bebé de nueve semanas. Al lado, Sebastià Oliver, chófer mallorquín, es abrazado por su mujer. Atrás queda la época en la que la báscula marcaba 105 kilos. “Empecé a correr hace ocho años por un reto personal y fui perdiendo peso progresivamente hasta quedarme en los 75 kilos. Aquí, he tenido altibajos, la meteorología ha sido muy cambiante, hemos soportado tormentas y también mucho calor. Lo más duro son las dos noches sin dormir. He aguantado con suplementos energéticos, con geles de cafeína para mantenerme despierto”. En su caso, y con 49 años de edad, ha empleado 42 horas y 26 minutos a un ritmo de 3,9 km/h.
“Yo era un niño muy gordo y ahora corro para mantenerme delgado”, dice el japonés Takashi Abe extendiendo los brazos para mostrar la antaño generosa anchura de su cintura. Decorador de profesión, Takashi exhibe una estilizada figura fruto de su hora y media diaria de entreno en Okayama. Para Takashi, y también para la enfermera portuguesa Nádia Casteleiro, que emprendió el UTMB en solitario, lidiar con la nieve fue lo más desagradable. “A los 100 km -apunta Nádia– lo quería dejar, no estaba cansada pero el tiempo era muy malo y por la noche me entró miedo”. La tentación de seguir fue superior a los temores y continuó, consolidándose como una de las 147 mujeres que conseguía finalizar, en poco más de 43 horas.
“Al llegar a meta me digo nunca, nunca jamás repetiré, pero al cabo de una hora ya pienso en la próxima ultra”, asegura el italiano Paolo Marangon, en la cola del vuelo de regreso a casa. En el aeropuerto de Ginebra, el pasado domingo por la tarde, Paolo y otros muchos viajeros lucían orgullosos el chaleco de
finisher, que avala que han sido capaces de rematar alguna de las salvajes pruebas del UTMB.
“Empecé a correr por un reto personal, pasé de los 105 kilos de peso a los 75”
“Al acabar digo ‘nunca jamás’, pero al cabo de una hora ya pienso en la siguiente carrera”