Independencia y revolución
Tantas posibilidades desperdiciadas por uno y otro bando del conflicto político catalán han acabado por atraparlos a todos en sus propios ardides. Esta semana, el independentismo se ha hecho unas cuantas trampas al solitario impelido por las prisas, mientras que Mariano Rajoy sigue tejiendo su telaraña judicial, cuyos efectos perdurarán tanto que acabará por enmarañarle a él y a su partido, de la misma forma que aún hoy paga las consecuencias de recurrir el Estatut al Tribunal Constitucional.
Flaco favor le ha hecho el independentismo a su causa con el espectáculo de esta semana en el Parlament. No sólo por el desprecio absoluto mostrado a la minoría que compone casi la mitad de la Cámara, sino porque revela una voluntad determinante de imponer su criterio por cualquier medio. Aprobar la primera ley de la independencia antes de preguntar a los catalanes si desean esa separación es, cuanto menos, un ejercicio propio de conciencias estrechas y rigoristas para las que sólo la propia verdad es cierta y, de paso, es la que conviene al resto. Se pretende justificar en la coerción del Estado la potestad para saltarse procedimientos y garantías, y se apela a la mayoría parlamentaria como razón sobrada para ejercer el propio albedrío.
No a todos en Junts pel Sí les ha gustado el espectáculo. Algunos en el PDECat sintieron que acababan de perder los últimos jirones de su personalidad como partido heredero de una tradición de 40 años. Pero después de la última purga en el Govern, nadie entendería nuevas deserciones en plena batalla. Así que sólo les queda seguir hacia adelante. Pero hoy, los sucesores de la vieja Convergència son apenas un apéndice de ERC o, aún más insólito, el “tonto útil” de la CUP, en su acepción leninista (que nadie se dé por ofendido).
Las trabas del Gobierno de Rajoy y del aparato judicial del Estado van a hacer muy difícil que el referéndum del 1 de octubre pueda ser reconocido como vinculante por nuestro entorno internacional. Pero su celebración (hasta donde se llegue) es la espita de la movilización popular. Así lo ha diseñado una cohorte de activistas que asesoran a
y en esta fase. Un grupo muy influyente, aunque en su mayoría no hayan sido elegidos en unas elecciones.
Hay un sector del independentismo que podríamos calificar de revolucionario que está marcando la pauta, mientras queda atrás una parte del PDECat que no comparte la estrategia, pero no se atreve a levantar la voz y espera al desenlace del 1-O. Entre los primeros figuran, aunque parezca extraño, Artur Mas (que sigue escuchando los análisis de su excolaborador David Madí); el conseller de Presidència, Jordi Turull; los líderes de la ANC y Òmnium, Jordi Sánchez y Jordi Cuixart; el jefe de campaña de Junts pel Sí, Oriol Soler, o el exconseller de ERC
Xavier Vendrell. La reaparición política de Vendrell es reveladora. Apenas duró 23 días como titular de Governació en el tripartito de Maragall. Es, por decirlo con comedimiento, un personaje impetuoso en las formas y en el fondo. Desde luego, no se arredra ante una notificación judicial.
Esos asesores han empleado muchas horas en reuniones de estrategia. En ellas han salido ideas para todos los gustos. Desde la propuesta de Vendrell de utilizar una firma colombiana (su empresa hace negocios en ese país) para montar la arquitectura informática del referéndum, a la iniciativa de las entidades soberanistas de ocupar puertos, aeropuertos o autopistas, que Mas, por ejemplo, no comparte. Ante estos planteamientos, una parte del PDECat queda descolocado. Estos días en sus filas se escuchan muestras de preocupación, pero también comentarios de orgullo por haber llegado tan lejos. La Diada de mañana se prevé multitudinaria por sexto año consecutivo, sin que nadie en la Moncloa se dé por aludido. Servirá para tomar la temperatura a la calle. Después veremos si el sector revolucionario del independentismo toma el mando. Hace ya tiempo que la razón y la política transitan por vías alejadas en Catalunya. Las emociones se han apoderado de los argumentos y el dramatismo empieza a adueñarse de la escena.
Carles Puigdemont se ha rodeado de un sector de independentistas que pueden calificarse de revolucionarios, que preparan la respuesta en la calle si el Gobierno central impide la celebración del referéndum.