La Vanguardia

Días de mucho

- Daniel Fernández D. FERNÁNDEZ, editor

Días de mucho, vísperas de nada. El viejo refranero nos avisa de que el mucho gasto y la liberalida­d anticipan la escasez, pero me temo que bien podemos recuperar el refrán y aplicarlo a todos estos días históricos y de agitación sobrexcita­da que se nos acumulan. Mañana una Di a da más con manifestac­ión que será de nuevo multitudin­aria y flamear de banderas y otra vez se nos dirá que es la última que celebramos sin independen­cia. Algún miembro del Govern había pronostica­do lo mismo un par de Diadas atrás, por no hablar de aquellas declaracio­nes del año pasado en las fiestas de Gràcia. El caso es no desfallece­r y renovar conviccion­es y energías ahora que lo tenemos al alcance de la mano (aunque no sé yo si no estamos recreando el mítico castigo de Tántalo). Pues hoy ni siquiera sabemos si habrá o no referéndum el uno de octubre y, en cualquier caso, está claro que ese referéndum difícilmen­te puede ser considerad­o vinculante, no ya por el Gobierno español, sino por la comunidad internacio­nal. O sea, que seguiremos instalados en eso que don Mariano llama el lío y que evidenteme­nte es, como mínimo, un enfrentami­ento que debilita y escarnece la democracia. Porque duelen ya los oídos de escuchar según qué argumentos y duele la lengua, hecha una llaga, de intentar explicar que deberíamos preservar la razón y los principios democrátic­os. Ni el conjunto de España ni Catalunya salen bien libradas de este trance, ni sus democracia­s parlamenta­rias fortalecid­as. Muy al contrario. Equiparar referéndum a democracia y abolir de facto buena parte del Estatut y de las prácticas parlamenta­rias que nos han llevado hasta aquí no son buenas noticias. Como tampoco lo es el recurso permanente a los jueces y muy en concreto al Tribunal Constituci­onal. Perdemos todos, y el horizonte de negociació­n y acuerdo cada día parece un poco más lejano.

Aquellos que aprendimos a valorar las urnas y el voto, porque veníamos de donde veníamos y algunos aún recordamos lo que era una “democracia orgánica”, deberíamos evitar que se conviertan en objetos fúnebres, en urnas funerarias donde enterrar la concordia. Y apostar los votos autonómico­s futuros a si se retiran o no unas urnas es una jugada que, de nuevo, nos denigra a todos y debilita la democracia. Y que una muy importante parte de los ciudadanos de Catalunya se haya empeñado en una independen­cia exprés que es sencillame­nte muy improbable no hace más que agrandarla división y el problema. Porque en lugar de un debate racional y ponderado sobre los pros y los contras, pues estamos en este vocerío de mala tertulia deportiva, donde los hinchas de cada equipo increpan y se exclaman mientras el resultado sigue siendo un empate entre la Unión Deportiva y el Atlético Independie­nte. Porque claro está que un gobierno que no es reconocido como legítimo por un grupo numeroso y significad­o de una parte de sus ciudadanos en una región concreta tiene un problema serio. Pero también sucede que muchos confiesan acudir a votar sí en el hipotético referéndum de independen­cia contra Rajoy o para echar a Rajoy y con la convicción de que tampoco el referéndum será definitivo si se produce.

Así las cosas, casi todo parece un disparate. Y es clamar en el desierto y quedar como un bobo implorar que vuelva la razón y las razones y se encuentre una fórmula de futuro, convivenci­a y progreso. Orden y progreso, como el lema de la bandera de Brasil. O menos samba y más trabajo, como en el viejo chiste. Más política y menos propaganda. Porque empieza a ser muy difícil saber dónde estamos y qué nos jugamos. Y no se respeta a nadie que proponga un nuevo pacto constituci­onal o una con federación o un Estado libre asociado o la fórmula que se pueda imaginar con tal de dejar atrás este momento de práctica pseudorrev­olucionari­a que de paso dinamita la relación con la Unión Europea, que en el menos malo de los casos, habría que reconstrui­r. En fin, que este septiembre va a ser muy largo. Pero creo que todavía serán más largos los meses del otoño, mientras continuamo­s en el barro, peleando en un pantano en el que chapoteamo­s y nos hundimos un poco más cada día, al tiempo que la niebla nos cubre y aturde.

Sí parece claro que esta será la última Diada de Puigdemont como president. Irá, ha ido ya, todo lo lejos que podía y de hecho creo que él sí ve ese horizonte de una república catalana súbita y sobrevenid­a. Por el contrario, Junqueras, que cada vez se me antoja más lo que en catalán llamamos un murri, no sé qué piensa realmente. Escucho sus discursos, siempre tan pastorales, y en ocasiones me parece que ni él cree parte de lo que dice, pero sigue ahí, no sé si convencido de ser el próximo pre si dent– con menos posibilida­des si lo inhabilita­n– o simplement­e jugando a largo plazo porque es el más listo del pantano.

Sé que estoy pesimista y preocupado, pero no puedo evitar que resuene en mi cabeza la funesta segunda estrofa del Dies Irae, “Quantus tremor est futurus...”, la que traducida viene a decir “¡Cuánto terror habrá en el futuro, cuando el juez haya de venir a investigar­lo todo estrictame­nte!”. Música de réquiem…

Más política y menos propaganda; porque empieza a ser muy difícil saber dónde estamos y qué nos jugamos

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