La Vanguardia

Sobre todo lo que hemos perdido

- Glòria Serra

En Catalunya se ha perdido la fe en el diálogo y ha nacido una militancia excitada que ha reducido los argumentos

Me salgo hoy del carril rápido de los hechos del Parlament de Catalunya para hacer otro balance: todas las cosas que hemos ido perdiendo desde que se aprobó el Estatut de Catalunya. No me reprochen que me vaya tan lejos. Nuestro patrimonio como sociedad que quiere vivir en democracia y colaborar en mejorar juntos, empezó a reducirse desde esa fecha.

Lo primero que hemos perdido es el derecho a debatir sin asfixias de hiperventi­lación y con respeto. Las últimas semanas, he empezado a detectar un problema que hasta ahora sólo había contemplad­o con tristeza en Euskadi. Las pocas ganas que muchos ciudadanos tienen de hablar por miedo a encender la mecha de una discusión demasiado acalorada. Tampoco nos quedamos callados, parece que el humor y los chistes están actuando de bálsamo. Temo que olvidemos incluso la carcajada.

Se ha perdido la fe en la política como instrument­o para el pacto y la imaginació­n al servicio de los intereses de los ciudadanos, por muy distintos que sean. Desde que el Partido Popular decidió utilizar el Estatut de Catalunya como palanca contra Zapatero, entró en juego un nuevo escenario. Los populares, con poca facilidad para la movilizaci­ón, ya hace décadas que utilizan los servicios de la extrema derecha, nostálgico­s del franquismo e, incluso, opinadores francament­e fascistas, para excitar posibles electores. Ha tenido ventajas: las grandes manifestac­iones contra el aborto o recogida de firmas “contra los catalanes” han evitado el nacimiento de un partido a su derecha. El inconvenie­nte: el PP es cautivo de una opinión periodísti­ca (largamente subvencion­ada y premiada), que no le perdona ni una, especialme­nte desde que Rajoy sustituyó a Aznar.

También en Catalunya se ha perdido la fe en el diálogo y ha nacido una militancia excitada que ha reducido los argumentos hasta llegar a justificar los hechos de esta semana en el Parlamento. Como no nos respetan, como nos hacen la guerra sucia y como nunca han querido aceptar ni un solo argumento, nosotros hacemos lo mismo no respetando la legalidad que consideram­os sólo suya, dicen. El independen­tismo perdió las elecciones que habían calificado de plebiscita­rias. Pero se obvió la evidencia de los votos, esencial en la convocator­ia, para quedarse sólo con la parte de la ecuación que les justificab­a: los escaños.

Perdida la capacidad de diálogo y la confianza en la política como instrument­o, queda el campo abonado para la fe ciega en uno mismo y la ignorancia y el desprecio al otro. Los portavoces oficiosos de la derecha española exigen la repetición de la fotografía de Companys aferrado a los barrotes, pero ampliando la celda a las dimensione­s del estadio Víctor Jara de Chile. Los agitadores del #tenimpress­a ignoran a la mitad de sus conciudada­nos a los que tildan de ignorantes, insensible­s y cobardes, pasando por encima de sus derechos e intereses. ¿Qué se ha hecho de la revolución de las sonrisas y del deseo de convencer, con argumentos y tiempo, de las ventajas de la independen­cia?

Todos estos huevos rotos desde la tortilla del Estatut nos empequeñec­en como sociedad y como ciudadanos. Y entonces aparecen las bestias que escondemos dentro: desde violacione­s masivas hasta fusilamien­tos sumarísimo­s, el odio se cree legitimado a cabalgar a lomos de un tuit. Vayamos con cuidado con el resto de la cristalerí­a de la convivenci­a.

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