La ciudad encorsetada
Ada Colau defrauda a los ‘procesistas’ (incluidos votantes suyos) al ejercer su legítimo derecho a decidir sus prioridades políticas. Pero, si no quiere perder aún más capital electoral, deberá ilusionar con una hoja de ruta ambiciosa y global.
Un indicador del nivel de ansiedad generado en torno a la postura del Ayuntamiento de Barcelona en al 1-O es la aparición televisiva del jueves de Xavier Trias. Con el rostro demudado y tono de hasta aquí hemos llegado, el exalcalde exigía ante las cámaras a Ada Colau que involucrara a la ciudad en el referéndum, exhortándola a ejercer de una vez como “alcaldesa de la capital de Catalunya”. Trias situaba de esta manera el debate en su punto más relevante: cuál es el papel de Barcelona en esta Catalunya insumisa.
Los últimos días se han vivido con angustia en el lado mar de la plaza de Sant Jaume. Los comunes y los socialistas de Jaume Collboni habían pactado los términos en los que iba a comunicarse la decisión de no ceder locales para el referéndum –con menos matices por parte del PSC–, pero al final se ha hecho evidente el deseo de los primeros de ganar tiempo antes de mojarse del todo, de retrasar, ni que fuera unas horas, el trago amargo.
La reacción del independentismo contra la poca predisposición de Colau a acompañarle en el 1-O está siendo furibunda y muy bien organizada, sobre todo en las redes sociales, que suelen servir más de aliviadero de frustraciones que de canal para expresar adhesiones o para acoger debates.
Pero la hora ha llegado. Pese a su coherencia –en el programa de BComú no figuraba promover un referéndum sin amparo legal– y a su legítimo derecho a decidir sus prioridades políticas, Colau es consciente de que está contrariando a muchos barceloneses –también votantes suyos– que preferían una Barcelona procesista.
El desencanto que habrá causado en ese sector se suma a la preocupación de otros colectivos, no necesariamente nacionalistas, por la indefinición del modelo de ciudad, lo que sitúa a los comunes en una encrucijada: afrontarán el 2018 como el año en el que la marea independentista amenazará con llevarse por delante sus expectativas electorales, sin que por otra parte hayan conseguido aún ilusionar a los que anteponen la metrópolis global a la causa territorial. En definitiva, si el equipo de gobierno opta por desobedecer a Trias y a los suyos no volcando todas sus energías en llevar a Catalunya a la independencia, tendrá que presentar como alternativa una hoja de ruta ambiciosa, que vaya más allá de las políticas de reequilibrio social.
El momento lo requiere: la ciudad se siente abandonada por el Gobierno de Mariano Rajoy, que ni siquiera se dignó a responder a la propuesta socialista de cocapitalidad cultural, y que se resiste a acabar con el déficit histórico de unas cercanías que estrangulan la movilidad urbana. Al mismo tiempo, Barcelona ha de entenderse con un Govern que lleva meses –si no años– descuidando lo que no tenga que ver con el procés.
Se admite en el Ayuntamiento que en las conselleries hay predisposición a colaborar y que no se ponen palos en las ruedas, pero al mismo tiempo –se advierte– es imposible sentarse a hablar con sus responsables para abordar cuestiones de futuro: “Tienen otras prioridades”. De hecho, algunos consellers de última hora no se han reunido aún con sus homólogos municipales. No es de extrañar. En algunos casos, su principal mérito para ocupar el cargo es su romántica predisposición a estrellarse contra el muro de la ley. Que no es poco.
La economía, los movimientos sociales o la cultura se articulan hoy en torno a una serie de nodos estratégicos que son las ciudades y metrópolis globales. Estas configuran una red mucho más dinámica que la de los estados, que a menudo actúan como un corsé para ellas. Por culpa de un modelo territorial mal resuelto, Barcelona se debate ahora enmarañada dentro de un doble corsé. ¿Hasta cuándo? Habría que preguntarse si su deber es rendirse y acomodarse en el papel de capital de Catalunya, el mismo que le asignaban los viejos libros de texto, o si más bien ha de aspirar a convertirse en la capital global que se merecen todos los catalanes.