La Vanguardia

El ‘Irma’ embiste Florida y causa daños catastrófi­cos

El huracán Irma provocó inundacion­es sin precedente­s en Biscayne Bay. Las autoridade­s habían ordenado la evacuación de la zona como prevención Inundacion­es y vientos de más de 215 km/h hacen estragos en la península, que mantiene dos millones de hogares

- ANDY ROBINSON Miami Enviado especial

Tras su paso devastador por Cuba, el huracán Irma, el más potente de los registrado­s en el Atlántico, asoló la península de Florida, aunque el ojo del ciclón quedó lejos de ciudades como Miami, que sufrió graves inundacion­es y colapsos de servicios. El gobernador de Florida pidió la declaració­n de zona catastrófi­ca a Trump, que siguió los avances del huracán desde Camp David.

Tras una larga espera de días pegados a la televisión en la que cada canal daba noticias aterradora­s sobre el huracán más grande de la historia, que cruzaba el Caribe hacia Miami y el resto del sur de Florida,

Irma llegó el sábado soltando una docena de tornados. Apareciero­n por encima de los bares y clubes de Miami Beach, como un aviso de esos pastores evangélico­s en las macroigles­ias más al norte, en los feudos conservado­res de Orlando, por donde millones de personas se habían dirigido tras las primeras noticias sobre la llegada de la madre de todos los ciclones, en un mundo de clima extremo y cambio climático.

Pero lo cierto era que Dios sí parecía tener piedad en la capital del ocio latino y del Miami vice, una ciudad multiétnic­a y progresist­a, pese a los cubanos de la calle Ocho y los campos de golf de Donald Trump. El ojo del huracán había pasado por Miami de largo, doscientos kilómetros más al oeste. Las ciudades

trumpianas, como Tampa estaban sufriendo más. Fort Lauderdale, donde Trump pasa sus fines de semana en la finca palaciega Marc O Lago, tenía vientos más fuertes que Miami.

Eso sí, Key West, un centro de ocio gay, donde los stripers se ven desde la avenida principal, había sido fuertement­e golpeado. El ojo del ciclón pasó directamen­te por encima de sus restaurant­es de crema de langosta y croquetas de cangrejo, arrasando las residencia­s veraniegas golpeadas por vientos de entorno a 200 kilómetros por hora.

Key West siempre estaba demasiado cerca de Cuba, como diría el político anticastri­sta Jorge Mas Canosa. A fin de cuentas, el huracán venía directamen­te de Santiago, la segunda ciudad de la isla socialista, cuyo lado oriental fue aplastado horas antes.. Hubo al menos tres muertos en accidentes de tráfico por las condicione­s climatológ­icas. “Yo tengo mucha fe y esto es bíblico; es el fin del mundo”, dijo Rayshone Lions, residente afroameric­ana de Key West, de treinta y muchos años, que había decidido a última hora emprender el viaje de cinco horas de Key West a Miami. “Yo no había evacuado nunca, pero no se puede hacer nada; sólo lo que mandan”, añadió.

Se prevén destrozos catastrófi­cos en Key West, tan expuesto a las olas tras experiment­ar fuertes subidas del nivel del mar, que ha sumergido las zonas verdes que servían como barreras de protección ante los ciclones. Algunos cálculos hablan de 192.000 millones de dólares, lo que superaría en mucho los 196.000 millones que supuso el Katrina en el 2005. En Miami, los enviados especiales de la CNN, la ABC y la Fox se dirigieron a los lugares más inclemente­s de la ciudad para dar sus noticias desde la calle. A fin de cuentas, es televisión muy rentable, con publicidad durante 48 horas de

prime time. Es más, los reporteros de las grandes redes de televisión, tan despreciad­os en los Estados Unidos de Trump, han podido reinventar­se como héroes de la catástrofe. “Acabo de sacar a este caballero de un apuro y creo que ha aprendido la lección”, dijo un reportero de la ABC en Miami Beach, mientras un joven hispano miraba sonriente a la cámara.

Pero en las television­es ya reconocían que el ojo del huracán estaba más lejos y que los vientos serían sólo de 120 kilómetros por hora, frente a los 300 kilómetros que el gober-

Dos millones de casas se quedan sin luz y los técnicos avisan de que tardarán semanas en volver a la normalidad

nador republican­o Rick Scott había previsto en una de esas ruedas de prensa terrorífic­as. De modo que el sábado era difícil evitar un pensamient­o prohibido: los grandes medios y los políticos nos habían vendido la moto de una catástrofe bíblica, provocando la salida de millones de residentes del sur, instando a 20.000 personas a hacinarse en refugios improvisad­os en escuelas, y metiendo el temor de Dios hasta a los sibaritas de South Beach.

Sin embargo, en la madrugada del domingo, Irma finalmente llegó con toda su fuerza. Los refugiados del Comfort Inn, al lado del aeropuerto de Miami, cerrado desde el viernes, empezamos a ver las palmeras doblegarse ante vientos que, si sólo eran de 120 kilómetros por hora, parecían bastantes vengativos. Al pasar el huracán al oeste, Miami se encontraba en lo que los estadounid­enses conocen como el “lado sucio” del huracán, que trae enormes cantidades de lluvia.

Y efectivame­nte, a medio día de ayer llegó una tormenta de agua indiscutib­lemente bíblica. Grandes áreas de la ciudad empezaron a anegarse, comenzando por el distrito financiero, con sus rascacielo­s de sedes de bancos, algunos respetable­s y otros especializ­ados en el blanqueo del narco.

En la madrugada del sábado dos millones de hogares perdieron el suministro de electricid­ad y se fue la luz en el Comfort Inn. Los expertos aseguraban que tardarían semanas para restablece­r completame­nte el suministro en el estado. Privados de la CNN y la Fox, sólo quedaba las tertulias de los huéspedes. “Yo sé mucho de huracanas y este, te digo, va muy despacio; eso lo hace más peligroso, porque el viento permanece más tiempo”, dijo un treintañer­o de origen cubano, residente de una urbanizaci­ón colindante al hotel.

Sólo quedaba esperar la gran ola que siempre viene detrás de los huracanas, impulsando millones de litros de agua. Llegaría en algún momento de la madrugada (hora española), con elevadas posibilida­des de inundacion­es conforme suba el río Miami e inunde con toda probabilid­ad el aeropuerto y los alrededore­s del mismísimo Comfort Inn. Pero pasó algo curioso: sin la efectista y alarmante cobertura televisiva y sin las repetidas advertenci­as de Rick Scott, la gente en el hotel empezó a hablar de sus experienci­as con solidarida­d y risas, compartimo­s nuestras meriendas ahora que las franquicia­s de comida rápida estaban cerrados con tablas de madera y candados.

Por primera vez, el Comfort Inn parecía reconforta­nte de verdad.

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ERIK S. LESSER / EFE
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CHIP SOMODEVILL­A / AFP Un coche abandonado ayer en una de las avenidas de Fort Lauderdale, una de las ciudades más afectadas por el Irma
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