¿Y si Suárez no hubiese pactado?
¿Qué habría pasado si Adolfo Suárez no hubiese aceptado el regreso de Josep Tarradellas a Catalunya en calidad de presidente de la Generalitat?
Es interesante plantearse esta pregunta, precisamente hoy, cuando se cumplen cuarenta años de la masiva manifestación de la Diada de 1977, en la que centenares de miles de catalanes llenaron el paseo de Gràcia de Barcelona, para reclamar el Estatut y la devolución de la Generalitat. Fue una manifestación muy plural, en la que estaban representados casi todos los partidos recién legalizados, con una importante presencia de trabajadores. Muchos sindicalistas. Muchos jóvenes. Mucha izquierda.
La izquierda catalana –socialistas y comunistas– dirigían en aquel momento la reclamación autonomista. Conviene recordarlo a quienes desearían reescribir la historia con la tesis de que el pujolismo hipnotizó a todos. La realidad fue otra. En 1977, la izquierda atrajo a Jordi Pujol a su terreno. Un año antes, socialistas y comunistas se habían negado de manera tajante a aceptar una primera propuesta ucedista, formulada por Federico Mayor Zaragoza, entonces consejero de Suárez, de proceder a la creación de un Consell General de Catalunya, bajo un régimen jurídico especial. La izquierda se negó y Pujol tuvo un momento de vacilación, puesto que uno de sus objetivos centrales era agrupar a todo el espectro moderado de la sociedad bajo la bandera catalana. Hay una gran diferencia entre 1977 y 2017. Hoy, una parte significativa de las clases medias catalanas se halla radicalizada. Radicalizada, sin romper un cristal. Hace cuarenta años, se hallaban muy expectantes. La memoria de la Guerra Civil.
¿Qué habría ocurrido si Suárez no hubiese aceptado la restauración de la Generalitat? Es difícil responder, pero Raimon Obiols cuenta en sus memorias (El mínim que es pot dir, RBA, 2013 ) que existía un plan, urdido por el PSC (aún no se había producido la fusión orgánica con la federación catalana del PSOE), con apoyo democristiano. “Preparamos un plan B por si la negociación con Suárez fracasaba. Este plan preveía el regreso de Tarradellas en secreto a Catalunya, su instalación en la masía del Cavaller de Vidrà (gran masía del siglo XVIII, propiedad de la familia Vila d’Abadal, en Vidrà, Osona, que fue cuartel militar durante las guerras carlistas), como punto de partida de una marcha multitudinaria y pacífica para avanzar, de clocher en clocher, de pueblo en pueblo, como Napoleón, hasta la plaza de Sant Jaume”. Un plan para desbordar el orden preconstitucional. El propio Obiols matiza de inmediato las posibilidades de éxito de ese plan alternativo: “Era una eventualidad altamente improbable, debido a la avanzada edad de Tarradellas y a su seny, que le habría hecho prever un posible Waterloo”.
Suárez no dio oportunidad al plan B. Después de una negociación que empezó mal, acabó pactando con Tarradellas su regreso a Catalunya al frente de un gobierno provisional de la Generalitat que reuniría a casi todos los partidos, desde los comunistas a los centristas. Suárez intuyó, correctamente, que esa era la mejor opción para arrebatar a la izquierda la dirección del proceso autonomista. Suárez pactó. ¿Habría pactado Manuel Fraga, que decía tener el Estado en la cabeza?
Había un plan B: llegada secreta de Tarradellas y marcha popular desde Osona hacia Barcelona