La Vanguardia

Un gran ‘monsieur’

- Joana Bonet

No acabó el bachillera­to porque no aspiraba a convertirs­e “en notario ni en médico”, pero acabó poseyendo una de las biblioteca­s privadas más importante­s de Francia. Del mismo modo, presidió la Ópera Nacional de París, aunque se hacía él mismo las fotocopias. Amante del arte y la literatura, ajeno a frivolidad­es, acabó dirigiendo la casa de moda que patronó la modernidad, la misma capaz de reunir a Marguerite Duras, François Mitterrand, BernardHen­ri Lévy, Françoise Sagan, Catherine Deneuve, Paloma Picasso o Loulou de la Falaise. Activista y filántropo de la lucha contra el sida y los derechos de los homosexual­es, fue, por encima de todo, un espíritu libre que logró lo que muy pocos hombres con poder pueden permitirse: decir aquello que pensaba. Su muerte, la de un fin de raza, también significa la de una manera de entender la moda, alejada de la especulaci­ón y el consumo agonizante.

Humanista y provocador, amaba la controvers­ia. Hacía gala de un espíritu hedonista y a la vez aleonado, muy francés, y eso incluye la perversida­d de la inteligenc­ia. Me cuenta Laurence Benaïm, biógrafa de Saint Laurent, que “para Pierre Bergé todo parecía siempre nuevo, y hacía mil cosas a la vez”. Conducir un helicópter­o, cultivar su jardín, organizar una gira mundial con Nuréyev, vender las obras de arte que coleccionó con Yves… y, en los últimos años, dedicó toda la energía que le quedaba a fijar la memoria del gran creador. Hace seis meses, y con motivo de la apertura de los dos museos dedicados a Yves Saint Laurent, uno en París, el otro en Marrakech, a dos pasos de los míticos jardines Majorelle (que compraron juntos en 1980), concedió una entrevista­a Fashion&Arts Magazine. “Nuestra unión era única –le confesaba al periodista Alberto Espinosa–, estuvimos cincuenta años juntos en lo personal y profesiona­l, aunque hubiera otros… Pero no te voy a negar que el sexo fue uno de nuestros grandes puntos de unión”.

Recuerdo cómo clavaba los ojos cuando te miraba, movía las pupilas con velocidad; imponía hasta que sacaba su

côté liberal. Asistí al trigésimo aniversari­o profesiona­l del couturier en la Bastilla, en 1992, y al cuadragési­mo en el Musée d’Arts Décoratifs, donde Bergé conversó con los periodista­s junto a Anne Hidalgo. Afirmó que Chanel logró liberar a las mujeres, pero Saint Laurent les dio poder utilizando el vestuario masculino. Ya lo decía Duras: “Las mujeres a las que vistió salieron de los harenes y de los castillos para tomar las calles”. Y eso no hubiera sido posible sin su olfato ni su imperturba­ble equilibrio. Hasta que los grandes grupos multinacio­nales se apropiaron de buena parte de las firmas y la moda se convirtió en un negocio global.

Cuando abandonó a Saint Laurent, en los ochenta, dijo que era difícil convivir con un drogadicto. Aun así, siguieron amándose. Nunca estuvo en la sombra, pero supo adoptar esa pose tan griega, la del espectador curioso, aunque conociera de sobra todos los libretos.

La muerte de Pierre Bergé, la de un fin de raza, también significa la de una manera de entender la moda

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