La Vanguardia

Moral sobre el terrorismo

- Norbert Bilbeny

Quién es el culpable del terrorismo islamista? La respuesta no debe ser precipitad­a. Ni evasiva. En cuanto al juicio de culpabilid­ad, que correspond­e a la justicia, los culpables son los terrorista­s y quienes inducen directamen­te al terrorismo, siempre, claro está, con pruebas de ello. Al resto, no se le puede criminaliz­ar. No son culpables los árabes, los musulmanes, ni los fundamenta­listas islámicos, sin más, como sostiene el fundamenta­lismo occidental xenófobo.

Pero tampoco son culpables los occidental­es, los cristianos y los no creyentes, como ambos fundamenta­lismos sostienen. Uno, el islamismo radical, culpa al infiel de motivar los ataques. Y otro, el fundamenta­lismo occidental victimista, pone a Occidente en su origen. Nos consta que el día después del 17-A de Barcelona, un vecino de esta ciudad, vestido a lo tradiciona­l musulmán, le dijo a la recepcioni­sta del centro de salud al que acudía que lo sucedido la tarde anterior fue por culpa de los “infieles”. Pero el mismo día, otro “poseedor de la verdad”, también en Barcelona, dijo que lo ocurrido se debía al “fallo” de una sociedad que rechaza a los musulmanes. En ambos casos, se coincide en desplazar la culpa de quienes han cometido un atentado, los terrorista­s, a un entorno inconcreto y exento de culpa: sean los “infieles” o la mayoría no musulmana, “nosotros”. Una atribución sin base, igual que echar la culpa de los ataques a los musulmanes.

El filósofo Ernesto Garzón Valdés distingue entre “catástrofe­s” y “calamidade­s”. Las primeras son desastres naturales; las otras, desgracias de causa humana. En uno u otro lugar y momento ha existido en estas una intención de obrar mal o de no haberlo evitado. El terrorismo entra en este segundo grupo de desastres. Por eso tiene culpables, como se acaba de decir. Pero también responsabl­es, aunque no sean los causantes directos del terror. Aquí debemos hablar de musulmanes y de no musulmanes. Está la responsabi­lidad moral de los líderes religiosos y políticos del islam que financian y alientan el radicalism­o islamista. Pero también la de los dirigentes y ciudadanos no musulmanes cuyos intereses (económicos, electorale­s) y prejuicios (islamofobi­a, xenofobia) incuban el huevo de la serpiente.

No estamos en guerra contra el islam, sino unos y otros contra los fantasmas de la propia ceguera. El pluralismo cultural no es el error. Más bien lo contrario: encerrarse en uno mismo. La intercultu­ralidad sigue siendo un reto.

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