Los cien años de Albor en la Galicia centenaria
El primer presidente de la Xunta cumple un siglo de vida en una comunidad cuyo ratio de personas de esa edad dobla la media española
El pasado miércoles cumplí cien años. Un siglo de vida”. Así explicaba ayer Xerardo Fernández Albor, el primer presidente de la Xunta de Galicia, su recién estrenada condición de centenario en el artículo que todas las semanas escribe a mano para El Correo Gallego. Catorce días antes había contado que vive retirado en las afueras de Santiago, dedicado a leer, ver la televisión y disfrutar de la vida, “sin dolores ni molestias; lo único malo es que no puedo caminar sin un apoyo y sin un bastón”.
Este cirujano compostelano que hizo la instrucción como piloto en la Luftwaffe en la Alemania de Hitler aunque, según su relato, no llegó a tiempo de combatir en la Guerra Civil, ocupó la presidencia de la Xunta entre 1981 y 1987 como una suerte de figurante electoral de Manuel Fraga, que entonces dirigía Alianza Popular en Madrid y que era quien le daba las victorias en las urnas. Su longevidad le ha convertido en el genuino representante de la envejecida Galicia, que tiene un 24,6% de mayores de 65 años, cerca del 24,8% de Asturias y Castilla y León y por encima del 18,9% de la media española y del 18,5% de Catalunya.
Según datos del Padrón de Población a 1 de enero del 2017 en España había 15.582 personas de más 100 años, de las que 1.614 residían en Galicia, que cuenta con 6 centenarios por cada 10.000 habitantes, proporción que sólo supera Castilla y León, con 6,6, mientras la de España es de 3,3 y la de Catalunya, de 2,9.
En el 2001, cuando Albor rondaba los 84 años y llevaba dos sin un escaño porque José María Aznar le había dejado sin el asiento que ocupaba desde 1989 en el Parlamento europeo, le pidió a Fraga volver a la cámara autonómica gallega, según fuentes del PPdeG. “Don Gerardo, usted ya no tiene edad”, le contestó un Fraga que era cinco años más joven y que fallecería en el 2012.
Fue en una comida en la casa de campo de Augusto Assía, el legendario corresponsal de La
Vanguardia en el Londres de la Segunda Guerra Mundial, en la que Albor fue fichado para las autonómicas de 1981 por un Fraga que protagonizó la campaña, en los carteles y en el exitoso lema Galego coma ti (gallego como tú). Abocado a gobernar en minoría y sin interés por poco más que por las tareas protocolarias, Albor delegó casi todo en sus vicepresidentes, mientras era una figura vilipendiada, pese a su carácter afable y porte distinguido. Popularmente se le conocía como el “merendiñas”, en alusión a los banquetes. Xosé Manuel Beiras le llamaba “Geranio Fernández en Flor” y el también nacionalista Camilo Nogueira, “reina madre”.
Para derribar a Albor, según el plan orquestado por el vicepresidente Barreiro Rivas, su gobierno le dimitió en pleno el 30 de octubre de 1986. Pero él resistió, con la ayuda de Fraga desde Madrid. Para recomponer la Xunta nombró vicepresidente al entonces joven presidente de la Diputación de Pontevedra, Mariano Rajoy Brey, quien a los 31 años hizo un cursillo acelerado de resistir en el poder hasta el final, que en este caso llegó con la moción de censura de 1987 del socialista Laxe y el tránsfuga Barreiro.
“Fue mi líder, fue mi jefe y aprendí mucho de él”, dijo Rajoy en uno de los constantes homenajes a un Albor, mitificado a golpe de longevidad. El próximo fin de semana habrá otro más, en el que Rajoy le impondrá la medalla de Oro al Mérito en el Trabajo.
Rajoy, que fue un joven vicepresidente de este cirujano compostelano, aprendió de él a resistir en el poder hasta el final