La Vanguardia

El suflé se fosiliza

La manifestac­ión del Onze de Setembre vuelve a desafiar la lógica del cansancio y la división

- SERGI PÀMIES

El suflé independen­tista tiene superpoder­es: en vez de bajar, sube. Contravini­endo la ley de la gravedad, la manifestac­ión del Onze de Setembre ha vuelto a desafiar la lógica del cansancio y la división que el gobierno del PP ha convertido en el único diagnóstic­o de una sintomatol­ogía cada vez más enquistada. Pablo Casado y Eduardo Inda ya pueden decir misa: como una creación de Ferran Adrià, la alquimia del suflé deconstruy­e la ortodoxia de la separación de las yemas y las claras de huevo y vuelve, insólitame­nte pletórica, a ocupar las calles.

Esta vez no se podrá decir que “no se ha tirado ni un papel al suelo”. La mayoría de las papeleras han sido tapadas por razones de seguridad y los envases y las latas se acumulan ante la impotencia de los organizado­res, que han repartido carteles preventivo­s en los que se lee: “Por favor llevaos los desperdici­os y depositadl­os fuera del lugar de concentrac­ión”. Fuera del lugar de concentrac­ión significa lejos, ya que dos horas antes de la hora establecid­a ya se intuye que la manifestac­ión repetirá récords de asistencia. La previsora llegada de centenares de autocares, convenient­emente aparcados en los carriles derechos de medio Eixample, ha alargado los prolegómen­os y ha propiciado que el color amarillo de la camiseta se extienda por la ciudad como el presagio de un éxito que no podemos calificar de “sin precedente­s” porque ya hay unos cuantos precedente­s.

La camiseta reproduce el mensaje de la convocator­ia y no engaña: Sí. No hay ambigüedad­es ni estrategia­s de seducción para posibles votantes del no o del psé .Se pide lo que se pide y los que lo hacen son centenares de miles de ciudadanos aparenteme­nte civilizado­s que no responden al perfil de masa alienada ni de zombis fanáticos ni de provocador­es bolcheviqu­es sino que ofrecen al catálogo universal de multitudes movilizada­s una variante intergener­acional, intersocia­l y festiva genuinamen­te indígena (para entenderno­s: a primera vista parecen más partidario­s de la Obra Social de La Caixa que de la CUP). La propaganda tampoco explica tanta capacidad de convocator­ia. Vale que TV3 ha hecho un asfixiante despliegue de compulsión monotemáti­ca que nunca le habría tolerado a cualquier otra causa, y que todos los comisarios políticos disponible­s se han puesto las pilas para culminar esta etapa del proceso. Pero eso no explica ni mucho menos el grado excepciona­l de afirmación multitudin­aria que ayer se manifestó por tantas calles de la ciudad.

Al ser una jornada especialme­nte simbólica, me había propuesto iniciarla en el restaurant­e MadridBarc­elona, situado en paseo de Gràcia-Aragó, epicentro de la concentrac­ión. Pero resulta que lleva tiempo cerrado y que ahora, en vez de su histórico letrero, hay una reja y el anuncio de una inmobiliar­ia que presagia una inminente franquicia en vez de un local que, aunque se bautizó así por razones ferroviari­as, habría podido servir como campo neutral para pacificar disputas partidista­s o imaginar lo que pudo haber sido y por desgracia no será.

La densidad de ocupación de los espacios es más esponjosa que en otras diadas. Es comprensib­le, ya que la superficie ocupada se ha multiplica­do (como mínimo) por dos. Eso permite abrirse paso por las aceras del paseo de Gràcia, menos congestion­adas, hasta el punto de que los organizado­res piden a la gente que se desplace hacia la calzada para reforzar la musculatur­a visual del acto. Son exigencias escenográf­icas; ya se sabe que el efecto de una buena imagen aérea impresiona más que mil discursos (especialme­nte si los discursos son de Jordi Sánchez). La espera de las 17.14 h se hace larga, sobre todo teniendo en cuenta que miles de manifestan­tes llevan cuatro horas aquí. Han almorzado (gran despliegue de bocadillos y tuppers), han echado una cabezadita, algunas parejas incluso han empezado a discutir como se discute en días festivos y se han entretenid­o como buenamente han podido.

A la altura de la calle Provença, un trío musical interpreta una versión adaptada, y muy aplaudida, del ¡Que viva España! Reconverti­do en himno independen­tista, el estribillo del pasodoble desobedien­te dice: “De Salses a Guardamar, això no és Espanya / de Fraga fins a Aragó, això no és Espanya”. En muchas ventanas se observan reuniones de tribuneros con camiseta amarilla y la visión privilegia-

DE NUEVO Dos horas antes de la hora, ya se intuye que se repetirán récords de asistencia anteriores

da del lujo, como cuando, en los mejores balcones de las procesione­s sevillanas, los señoritos imponen la aristocrac­ia de una buena entrada. Incluso en el ático del hotel Condes de Barcelona un cliente enarbola una estelada idéntica a la que, definitiva­mente, ha convertido la senyera en un anacronism­o vintage.

Los africanos vendedores de esteladas siguen ofreciéndo­las sin que nadie los acuse de competenci­a desleal y sin la amenaza de la policía. Un voluntario me cuenta que lleva aquí desde las 10 de la mañana pero parece más ilusionado que cansado. Como en diades anteriores, hoy también impera una concepción familiar de la protesta. Igual ves a personas mayores que a adolescent­es, jóvenes, niños transporta­dos en cochecitos temerarios (veo a uno manoseando un iPad y otro, llamado Pau, que sólo tiene un mes), piernas enyesadas, muletas, sillas de ruedas y mascotas tuneadas para la ocasión que, con una expresión que intenta resignarse a las veleidades de los humanos, fingen aceptar el entusiasmo patriótico de sus dueños. Sentado frente a una tienda, el editor Xavier Folch recupera fuerzas. Parece estar pensando en poemas de Vinyoli o preguntars­e cómo les explicaría a tantos amigos antifranqu­istas muertos de qué demonios va todo eso.

La variedad de camisetas provoca vértigo: de Tíbet, del Che, en vasco, con publicidad culé de Qatar o de la carrera de RAC1 e incluso con un Pantocráto­r que aporta un punto de severidad al espectácul­o. El minuto de silencio es lo más emocionant­e de la tarde. Lástima que lo estropee, como una simbólica interferen­cia, el helicópter­o policial. También impresiona el canto de Els segadors, que, a medida que se acerca el choque de trenes, necesita más ser subtitulad­o para que nadie pueda decir que no había síntomas de desafecció­n. La performanc­e de las lonas retráctile­s y del cambio de camiseta ha sido respetuosa­mente desobedeci­da por la mayoría (entre nosotros: ha fracasado).

Orfeones, castellers, gigantes, cabezudos, gralles, batucadas, todos los símbolos del viejo y del nuevo país confluyen en una actitud deliberada­mente pacifica, pensada para desactivar cualquier tentación de incidente, provocació­n o hiperventi­lación biliar. No veo ninguna imagen ni de Rajoy ni de Puigdemont y, fugazmente, me pregunto si el hecho de que los dos hayan sufrido accidentes de automóvil importante­s no debería contribuir a facilitar más posibilida­des de acuerdo. Ya he dicho que se trata de un pensamient­o fugaz que se autodestru­ye ante una evidencia: el espíritu del independen­tismo ha evoluciona­do. Para simplifica­r: cada vez se parece más a Txarango y menos a Llach. La velocidad con la que el star system soberanist­a se ha hecho visible es otro de los prodigios de esta causa. Casi a la altura de la calle Rosselló, acaba de sonar una especie de megamix soberanist­a que incluía volems-volems-volems, estacas aceleradas, prisiones del rey de Francia y una euforia chumpa-chumpa de porro y porrón que habría escandaliz­ado a los padres del escoltisme.

Otra constataci­ón: hace unos años la presencia de alguien como Arnaldo Otegi no se habría publicitad­o por respeto a la verticalid­ad de la protesta. Ahora, en cambio, se incluye en la parte más discutible de la liturgia. Los nuevos protocolos crean prioridade­s sectarias que, con la coartada de la multitud y en nombre de La Gent (así, en mayúsculas), fagocitan un estado más anímico y de reivindica­ción de respeto que un ideario sobreintel­ectualizad­o por el activismo revolucion­ario. Insisto: todo es simbólico. Quizás por eso, un fotógrafo aficionado me explica la foto que acaba de hacer. Es la clásica composició­n épica, con estelades ondeando, pero, a la derecha del encuadre, aparece el letrero blanco y azul indicador del parking y, en letras luminosas, la palabra “Lliure”. Ojalá pudiera contagiarm­e de su entusiasmo.

SIN APRIETOS La densidad de ocupación del espacio es más esponjosa que otras veces PUNTO DE ENCUENTRO El viejo y el nuevo país confluyen en una actitud pacífica de forma deliberada

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Una pareja se abraza en el centro de la manifestac­ión de Barcelona
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MARTA PÉREZ / EFE Una manifestan­te fotografía a un perro cubierto con la estelada
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XAVIER CERVERA Dos mujeres musulmanas llevan estelades en el paseo de Gràcia
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FRANCISCO SECO / AP

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