El suflé se fosiliza
La manifestación del Onze de Setembre vuelve a desafiar la lógica del cansancio y la división
El suflé independentista tiene superpoderes: en vez de bajar, sube. Contraviniendo la ley de la gravedad, la manifestación del Onze de Setembre ha vuelto a desafiar la lógica del cansancio y la división que el gobierno del PP ha convertido en el único diagnóstico de una sintomatología cada vez más enquistada. Pablo Casado y Eduardo Inda ya pueden decir misa: como una creación de Ferran Adrià, la alquimia del suflé deconstruye la ortodoxia de la separación de las yemas y las claras de huevo y vuelve, insólitamente pletórica, a ocupar las calles.
Esta vez no se podrá decir que “no se ha tirado ni un papel al suelo”. La mayoría de las papeleras han sido tapadas por razones de seguridad y los envases y las latas se acumulan ante la impotencia de los organizadores, que han repartido carteles preventivos en los que se lee: “Por favor llevaos los desperdicios y depositadlos fuera del lugar de concentración”. Fuera del lugar de concentración significa lejos, ya que dos horas antes de la hora establecida ya se intuye que la manifestación repetirá récords de asistencia. La previsora llegada de centenares de autocares, convenientemente aparcados en los carriles derechos de medio Eixample, ha alargado los prolegómenos y ha propiciado que el color amarillo de la camiseta se extienda por la ciudad como el presagio de un éxito que no podemos calificar de “sin precedentes” porque ya hay unos cuantos precedentes.
La camiseta reproduce el mensaje de la convocatoria y no engaña: Sí. No hay ambigüedades ni estrategias de seducción para posibles votantes del no o del psé .Se pide lo que se pide y los que lo hacen son centenares de miles de ciudadanos aparentemente civilizados que no responden al perfil de masa alienada ni de zombis fanáticos ni de provocadores bolcheviques sino que ofrecen al catálogo universal de multitudes movilizadas una variante intergeneracional, intersocial y festiva genuinamente indígena (para entendernos: a primera vista parecen más partidarios de la Obra Social de La Caixa que de la CUP). La propaganda tampoco explica tanta capacidad de convocatoria. Vale que TV3 ha hecho un asfixiante despliegue de compulsión monotemática que nunca le habría tolerado a cualquier otra causa, y que todos los comisarios políticos disponibles se han puesto las pilas para culminar esta etapa del proceso. Pero eso no explica ni mucho menos el grado excepcional de afirmación multitudinaria que ayer se manifestó por tantas calles de la ciudad.
Al ser una jornada especialmente simbólica, me había propuesto iniciarla en el restaurante MadridBarcelona, situado en paseo de Gràcia-Aragó, epicentro de la concentración. Pero resulta que lleva tiempo cerrado y que ahora, en vez de su histórico letrero, hay una reja y el anuncio de una inmobiliaria que presagia una inminente franquicia en vez de un local que, aunque se bautizó así por razones ferroviarias, habría podido servir como campo neutral para pacificar disputas partidistas o imaginar lo que pudo haber sido y por desgracia no será.
La densidad de ocupación de los espacios es más esponjosa que en otras diadas. Es comprensible, ya que la superficie ocupada se ha multiplicado (como mínimo) por dos. Eso permite abrirse paso por las aceras del paseo de Gràcia, menos congestionadas, hasta el punto de que los organizadores piden a la gente que se desplace hacia la calzada para reforzar la musculatura visual del acto. Son exigencias escenográficas; ya se sabe que el efecto de una buena imagen aérea impresiona más que mil discursos (especialmente si los discursos son de Jordi Sánchez). La espera de las 17.14 h se hace larga, sobre todo teniendo en cuenta que miles de manifestantes llevan cuatro horas aquí. Han almorzado (gran despliegue de bocadillos y tuppers), han echado una cabezadita, algunas parejas incluso han empezado a discutir como se discute en días festivos y se han entretenido como buenamente han podido.
A la altura de la calle Provença, un trío musical interpreta una versión adaptada, y muy aplaudida, del ¡Que viva España! Reconvertido en himno independentista, el estribillo del pasodoble desobediente dice: “De Salses a Guardamar, això no és Espanya / de Fraga fins a Aragó, això no és Espanya”. En muchas ventanas se observan reuniones de tribuneros con camiseta amarilla y la visión privilegia-
DE NUEVO Dos horas antes de la hora, ya se intuye que se repetirán récords de asistencia anteriores
da del lujo, como cuando, en los mejores balcones de las procesiones sevillanas, los señoritos imponen la aristocracia de una buena entrada. Incluso en el ático del hotel Condes de Barcelona un cliente enarbola una estelada idéntica a la que, definitivamente, ha convertido la senyera en un anacronismo vintage.
Los africanos vendedores de esteladas siguen ofreciéndolas sin que nadie los acuse de competencia desleal y sin la amenaza de la policía. Un voluntario me cuenta que lleva aquí desde las 10 de la mañana pero parece más ilusionado que cansado. Como en diades anteriores, hoy también impera una concepción familiar de la protesta. Igual ves a personas mayores que a adolescentes, jóvenes, niños transportados en cochecitos temerarios (veo a uno manoseando un iPad y otro, llamado Pau, que sólo tiene un mes), piernas enyesadas, muletas, sillas de ruedas y mascotas tuneadas para la ocasión que, con una expresión que intenta resignarse a las veleidades de los humanos, fingen aceptar el entusiasmo patriótico de sus dueños. Sentado frente a una tienda, el editor Xavier Folch recupera fuerzas. Parece estar pensando en poemas de Vinyoli o preguntarse cómo les explicaría a tantos amigos antifranquistas muertos de qué demonios va todo eso.
La variedad de camisetas provoca vértigo: de Tíbet, del Che, en vasco, con publicidad culé de Qatar o de la carrera de RAC1 e incluso con un Pantocrátor que aporta un punto de severidad al espectáculo. El minuto de silencio es lo más emocionante de la tarde. Lástima que lo estropee, como una simbólica interferencia, el helicóptero policial. También impresiona el canto de Els segadors, que, a medida que se acerca el choque de trenes, necesita más ser subtitulado para que nadie pueda decir que no había síntomas de desafección. La performance de las lonas retráctiles y del cambio de camiseta ha sido respetuosamente desobedecida por la mayoría (entre nosotros: ha fracasado).
Orfeones, castellers, gigantes, cabezudos, gralles, batucadas, todos los símbolos del viejo y del nuevo país confluyen en una actitud deliberadamente pacifica, pensada para desactivar cualquier tentación de incidente, provocación o hiperventilación biliar. No veo ninguna imagen ni de Rajoy ni de Puigdemont y, fugazmente, me pregunto si el hecho de que los dos hayan sufrido accidentes de automóvil importantes no debería contribuir a facilitar más posibilidades de acuerdo. Ya he dicho que se trata de un pensamiento fugaz que se autodestruye ante una evidencia: el espíritu del independentismo ha evolucionado. Para simplificar: cada vez se parece más a Txarango y menos a Llach. La velocidad con la que el star system soberanista se ha hecho visible es otro de los prodigios de esta causa. Casi a la altura de la calle Rosselló, acaba de sonar una especie de megamix soberanista que incluía volems-volems-volems, estacas aceleradas, prisiones del rey de Francia y una euforia chumpa-chumpa de porro y porrón que habría escandalizado a los padres del escoltisme.
Otra constatación: hace unos años la presencia de alguien como Arnaldo Otegi no se habría publicitado por respeto a la verticalidad de la protesta. Ahora, en cambio, se incluye en la parte más discutible de la liturgia. Los nuevos protocolos crean prioridades sectarias que, con la coartada de la multitud y en nombre de La Gent (así, en mayúsculas), fagocitan un estado más anímico y de reivindicación de respeto que un ideario sobreintelectualizado por el activismo revolucionario. Insisto: todo es simbólico. Quizás por eso, un fotógrafo aficionado me explica la foto que acaba de hacer. Es la clásica composición épica, con estelades ondeando, pero, a la derecha del encuadre, aparece el letrero blanco y azul indicador del parking y, en letras luminosas, la palabra “Lliure”. Ojalá pudiera contagiarme de su entusiasmo.
SIN APRIETOS La densidad de ocupación del espacio es más esponjosa que otras veces PUNTO DE ENCUENTRO El viejo y el nuevo país confluyen en una actitud pacífica de forma deliberada