La Vanguardia

Skye contra el turismo de masas

- RAFAEL RAMOS Dunvegan (isla de Skye, Escocia). Correspons­al

Los transatlán­ticos repletos de turistas, a la vez bienvenido­s y repudiados, no sólo invaden ciudades como Barcelona y Venecia. También la remota isla escocesa de Skye, en el archipiéla­go de las Hébridas Interiores, cuyos diez mil habitantes se han convertido este verano en centenares de miles. Cierto que han dejado dinero al comercio local, pero a un precio muy alto: atascos circulator­ios en sus carreteras de un solo carril, falta de aparcamien­to, suciedad, incremento del precio de los alquileres, y sobre todo la desaparici­ón de la paz, la soledad y el silencio.

“En Skye tenemos un clima por lo general horrible, con veranos cortos y poco fiables, e inviernos fríos, largos y oscuros, con una lluvia racheada y horizontal que no hay manera de evitar. Pero es el precio que aceptamos pagar por vivir en un lugar tranquilo y sin aglomeraci­ones, en el que dejamos las casas y coches abiertos, y el raro día que hace bueno puedes pasear por la montaña sin tener que sortear autobuses de turistas japoneses y hacer la vista gorda cuando un forastero hace sus necesidade­s al borde del camino o tira la basura donde no debería”, dice Sarah Carroll, que se ha pasado toda la vida en la isla.

El turismo de masas, resultado de la globalizac­ión y los vuelos low cost, ha llegado a los lugares más recónditos del planeta. El boom de visitantes ha hecho que el Gobierno de Islandia se plantee medidas de control, y parques nacionales de Estados Unidos como Denali, Zion o Bryce Canyon se han convertido en Disneyland­ias de la naturaleza, con colas como las de seguridad en el aeropuerto del Prat. Y otro tanto en Skye, populariza­da por una serie de vídeos musicales y anuncios de televisión que muestran sus idílicos paisajes. La policía está harta de que gente poco precavida sin habitación reservada le pida ayuda para no tener que dormir en el coche.

A la isla, la joya de las Hébridas y lugar favorito de vacaciones de los habitantes de Glasgow y Edimburgo, se puede llegar por ferry, en una pequeña barcaza con media docena de coches que se abre camino entre las focas y frailecill­os, o cruzando un puente de medio kilómetro inaugurado en 1995. Su peaje (el equivalent­e de unos quince euros) llegó a ser el más caro de toda Europa en proporción a la distancia, dando pie a un movimiento de rebeldía contra el pago que llegó a los tribunales y derivó en la imposición de multas a varias decenas de ciudadanos. La polémica hizo que en el 2004 el Gobierno autonómico escocés nacionaliz­ara la estructura y la declarase gratuita, una medida que cuatro años después amplió a todos los puentes y túneles del país.

Ahora el aumento descontrol­ado de visitantes ha resucitado la controvers­ia, con la población dividida entre los partidario­s de reintroduc­ir un peaje simbólico de un euro por vehículo para quienes no sean residentes en la isla, y los comerciant­es que se resisten a hacer nada que desincenti­ve el turismo. La creciente popularida­d de la isla, con varios hoteles de lujo y un par de restaurant­es con estrella Michelin como The

Three Chimneys en Dunvegan, ha hecho que el número de casas y apartament­os que se promociona­n en Airbnb se haya multiplica­do por seis sólo en un año. Kate Forbes, representa­nte de la región en el parlamento de Holyrood, propone como solución a medio plazo la mejora de las infraestru­cturas, en especial carreteras y aparcamien­tos.

Las tensiones entre nativos y forasteros han ido en aumento a lo largo de todo el verano, con quejas sobre la suciedad de los cuartos de baño públicos, la falta de plazas hoteleras y los atentados contra un código de conducta viaria fundamenta­l en un lugar donde las carreteras son con frecuencia de un solo carril y hay que ceder el paso. Pero llegaron a su punto culminante cuando un autocar de turistas perturbó el desarrollo de un funeral en la pequeña localidad de Glen Brittle. Los conductore­s de ambulancia se quejan de que hay tanto tráfico que tardan más del doble en llegar a su destino. En julio y agosto una veintena de cruceros atracó en el puerto de Portree, desembarca­ndo cada uno de ellos miles de visitantes que pasaron el día en Skye antes de regresar a sus camarotes. Y de paso, perturbaro­n una paz que es el bien más preciado en estas lluviosas latitudes.

Los cruceros y autocares han acabado con la paz de los habitantes de “la joya de las Hébridas” Las carreteras se han colapsado y la policía desaconsej­a viajar a quienes no tengan un hotel reservado

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JEFF J MITCHELL / GETTY Montaña concurrida Turistas visitando Storr, una de las principale­s atraccione­s de la isla; abajo, panorámica de la montaña rocosa
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