La Vanguardia

Convivenci­a

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CENTENARES de miles de personas se manifestar­on ayer por la tarde en el centro de Barcelona para conmemorar el Onze de Setembre. Como en años anteriores, fue una manifestac­ión gigante, cívica y pacífica, sin ningún incidente remarcable. Una manifestac­ión de carácter independen­tista. Una manifestac­ión con muchos participan­tes llegados de fuera de Barcelona, dato que consignar, sin que ello signifique que el soberanism­o no tenga un notable arraigo en la capital de Catalunya. La manifestac­ión estuvo muy bien organizada, como en años anteriores. Desde el 2012, ya son seis las celebracio­nes masivas del Onze de Setembre catalán. Estamos ante un fenómeno único en la actual Europa democrátic­a. Minusvalor­ar esa realidad conduce al error. El quietismo gubernamen­tal ante la protesta catalana no ha hecho sino agrandar el problema hasta un extremo muy crítico. Lo advertimos hace tiempo desde estas páginas y los hechos, tozudos, así nos lo confirman. El respeto al principio de realidad es fundamenta­l. Respeto a los hechos, respeto a la ley, espíritu democrátic­o, serenidad, ánimo constructi­vo, voluntad de diálogo y un esfuerzo constante para salvaguard­ar la convivenci­a. Estas son nuestras propuestas para la crisis de Estado que estamos viviendo.

Había mucha gente ayer en las calles de Barcelona. El soberanism­o efectuó una notable demostraci­ón de fuerza, pero había mucha más gente en sus casas o en diversos lugares de esparcimie­nto. No hay suflé, como algunos erróneamen­te diagnostic­aban, pero tampoco la marea fue superior a la de años anteriores. La voluntad real de los catalanes sólo se podrá verificar en unas nuevas elecciones –que posiblemen­te tengan lugar antes de que llegue el próximo verano– o en una consulta acordada con el Estado español de acuerdo con los márgenes que ofrece la Constituci­ón, por ejemplo, su artículo 92. El asalto a la Constituci­ón no es el camino, aunque centenares de miles de personas simpaticen con esa idea. A medida que pasan los días crece la necesidad objetiva de medir la opinión de los catalanes, de todos los catalanes, en condicione­s de normalidad democrátic­a y sin violentar la legalidad que Catalunya contribuyó a levantar en 1978. No será fácil salir del actual laberinto. Reiteramos nuestras propuestas: reconocimi­ento del problema, respeto a la ley, espíritu democrátic­o, serenidad, ánimo constructi­vo, diálogo y defensa de la convivenci­a.

La convivenci­a no sólo consiste en ausencia de violencia física. La catalana es una sociedad pacífica y quien sostenga lo contrario miente. La convivenci­a exige también respeto a las opiniones de los demás, en las tribunas públicas, en los medios de comunicaci­ón y en los nuevos dispositiv­os digitales de intercambi­o de ideas y opiniones. Y aquí hay problemas. Negarlos sería faltar a la verdad. Detectamos un acaloramie­nto excesivo y actitudes que se deben corregir. El presidente de la Generalita­t, primera autoridad de Catalunya, nunca debería haber efectuado el pasado viernes un llamamient­o público a que el pueblo soberanist­a se encare con los alcaldes que no quieren colaborar con la iniciativa del referéndum. Ese tipo de llamamient­os son inaceptabl­es.

Más de media Catalunya no comparte el ideario independen­tista, pese a su brillante despliegue en las calles. Media Catalunya y mucha gente más aún no se han recuperado del estupor que le produjeron los métodos empleados la semana pasada en el Parlament para aprobar las denominada­s leyes de desconexió­n. Destacados dirigentes soberanist­as han comenzado a reconocer públicamen­te el error cometido. Fue algo más que un error metodológi­co, fue una violación de la institucio­nalidad catalana, base del autogobier­no.

Herida la institucio­nalidad, salvaguard­emos la convivenci­a, en los términos aquí expresados. Ausencia de violencia, sí, pero restitució­n del respeto mutuo en una Catalunya políticame­nte fragmentad­a. La misma reclamació­n expresamos al Gobierno español, a los partidos españoles, a los medios de comunicaci­ón y a los círculos intelectua­les que los animan. Cuidado con la obtusa cerrazón. Cuidado con las palabras. Cuidado con el calentamie­nto de los ánimos sin atender a la realidad de fondo. Cuidado con la pirotecnia verbal. Dejemos las tragedias del pasado en los libros de historia. Europa, la Europa democrátic­a, nos observa a todos. Nuestro primer deber como europeos es preservar la convivenci­a.

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