Atrapado
No hay un relato político contra las aspiraciones catalanas, hay un rugido, un toque de corneta
El huevo que el PP incubó en años de tentación anticatalana, porque daba réditos electorales suculentos, se le ha ido de control. Hoy es el monstruo de las galletas y tiene tanta hambre, que devora incluso a los propios, atrapados en la épica de la fuerza y sin solución de encontrar una salida razonable.
Me explican que se lo dijo el propio Rajoy a Artur Mas, en los tiempos en que el president le hablaba de acuerdos plausibles. “Si pacto una consulta contigo, mañana me linchan en la plaza de Oriente”. Lean las comillas como reedición de las palabras exactas, pero por ahí iba la respuesta. Lo mismo repiten, a media voz, sus más sensatos, porque más allá de las voluntades políticas, hay un magma mediático-social que controla y secuestra la acción política. Y mientras el PP se mantenga en la posición feudal (casi se me escapa fetal…, tentaciones malignas) del ordeno y mando, lo aplaudirán con sordina. Pero cuidado, que están vigilantes los martillos de herejes, y si Rajoy mueve un paso fuera de ruta, lo derribarán sin piedad. ¿Está atrapado el presidente en el relato de la confrontación con Catalunya, que su propio partido creó tiempo ha, y que nunca ha abandonado? Es decir, si ahora hubiera un ataque de sensatez inesperada y se abriera alguna puerta al diálogo, ¿podría traspasarla Rajoy?
Lamento mi conclusión, pero creo que no. Primero, porque no tiene el temple de un gran líder, ni la mirada lejana de un estadista, sino más bien una actitud cortoplacista que le lleva la obsesión del inmovilismo como forma de ganar tiempo. Es el líder que se sienta en la tienda a ver pasar el cadáver de su enemigo, aunque en este caso no hay cadáver y los que pasan, lo hacen a miles. Ahí tiene otra Diada impresionante para lidiar, y todos sus participantes están muy vivos. A pesar de ello, si la inteligencia estratégica se impusiera y los más notables de la derecha española –que los hay de mucho nivel–, consiguieran el milagro de abrir una rendija donde colar la política, el ahogo público tendría la dimensión de un tsunami. El monstruo pide sangre, babea con el ruido de la conquista, necesita uniformes en las calles y aspira a una victoria épica con regusto de imperio. Sin sordina, ni bozal, berrean por las televisiones que el independentismo es peor que la pedofilia (Prada, ante una Susana Griso calladita), o nos tildan de nazis totalitarios (en todos los micrófonos), o la vicepresidenta se muere de “vergüenza democrática” por un Parlament, que no por la propia vergüenza de sus gürteles y Bárcenas. No hay un relato político contra las aspiraciones catalanas, hay un rugido, un bramido, un toque de corneta con el deseo de entrar a saco en la batalla. Por eso algunos ya hablan de “riesgo de violencia” en el 1-O. ¿Real? ¿O la eficaz manera de reprimir policialmente, bajo excusa de velar por la seguridad ciudadana?
Rajoy ya no manda. Manda el rugido.