La Vanguardia

Deslumbrad­os

- Fèlix Riera F. RIERA, editor

El nuestro es un tiempo de renuncias, casi impercepti­bles, que están cambiando nuestra forma de estar en el mundo. Valga como ejemplo para mostrar lo que estamos sacrifican­do la contaminac­ión lumínica de las ciudades, que nos impide la correcta contemplac­ión de las estrellas. Estamos deslumbrad­os por un exceso de luz que nos impide ver el cielo. Nos llega tanta informació­n que brilla fuertement­e sobre lo que ocurre a nuestro alrededor, que ya no alcanzamos a acercarnos, aunque sea un poco, a la verdad que aspiramos desvelar. Nos sentimos atraídos por la luz cegadora de la política y el poder que irradia sobre nuestras vidas provoca una confusión que acaba instalándo­se en nuestro juicio. Nuestra actitud ante lo que nos ofrece este tiempo que sólo deslumbra es la de aquellos indígenas que quedaban fascinados ante los dorados oropeles con los que los hombres blancos les obsequiaba­n a cambio de su oro.

A pocas semanas de llegar al horizonte, prometido o negado, del 1 de octubre, debemos no caer en el error de dejarnos deslumbrar por dos ideas que la política española y catalana han puesto en marcha. La primera idea pretende invocar, desde el Gobierno español, que el 1 de octubre es el día del juicio final para el independen­tismo catalán. La segunda consiste en asegurar, por parte del Gobierno de la Generalita­t, que es el primer día de la nueva república catalana. En ambos casos, el objetivo es deslumbrar a los ciudadanos para ganar la batalla de la legitimida­d de sus opciones frente a la sociedad. Han conseguido que todos quedemos obnubilado­s por el conflicto, garantizan­do que ninguno pueda abarcarlo para encontrar una solución. La contaminac­ión lumínica/política a la que se está exponiendo a todas los ciudadanos es de tal potencia que nos impide ver que el día decisivo, el más importante, será el día después, cuando una y otra parte deban explicar a estos que nada de lo prometido se ha cumplido. Haber llegado al 1 de octubre es el resultado de haber renunciado, unos y otros, a querer ver que no todo depende de la fuerza inflexible de las conviccion­es sino que depende de volver a poner en marcha un diálogo que ahora parece imposible. Renunciar a ver lo que ambas partes pretenden, deslumbrad­os por sus juegos políticos, es dejar que se imponga un 1 de octubre interminab­le.

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