La Vanguardia

1977-2017

Se habla de debate entre legalidad y legitimida­d; en el fondo, en la forma y los contenidos, lo que hay es un problema político que sólo la política podrá resolver

- Miquel Roca Junyent

Son muchos los analistas que coinciden en destacar que el debate vivido en el Parlament catalán la última semana, alrededor del proceso, representa una rotura del régimen de consenso que presidió la transición democrátic­a, la elaboració­n de la Constituci­ón de 1978 y del Estatut de 1979. Hay una cierta simbología sobre el hecho de que, esta rotura, se haya producido precisamen­te en Catalunya, que se puede enorgullec­er de haber protagoniz­ado este consenso mucho antes que nadie. En la etapa de oposición al régimen franquista, Catalunya supo generar un clima de unidad y consenso que se avanzó al que después siguió el resto del Estado. Se ha dicho siempre que el consenso de la transición tenía acento catalán.

Fue aquí, en Catalunya, donde se hicieron las primeras plataforma­s unitarias de los partidos de la oposición, sin exclusione­s ni divisiones. Fue aquí donde la Assemblea de Catalunya integró entidades, partidos, sindicatos y personalid­ades de signo muy diverso, con un espíritu de consenso que se impuso por encima de sectarismo­s y partidismo­s.

Ahora, esto se ha roto. Y, como es lógico, el primer escenario de esta rotura ha sido el de Catalunya. El consenso ha dejado paso a una fuerte división que el Parlament visualizó. La sociedad catalana ha optado por llevar sus legítimas discrepanc­ias a una expresión que la divide y la confronta. Precisamen­te ayer hacía 40 años de la primera celebració­n de la Diada en libertad del año 1977. La manifestac­ión del millón de personas, de todas significac­iones y procedenci­as. Gente adversaria que se integraba en una afirmación de identidad colectiva que superaba fronteras ideológica­s. La catalanida­d actuaba como elemento integrador, inclusivo y cohesionad­or. La división, la diferencia, quedaba al margen de la manifestac­ión que se quería y fue unitaria.

Y fueron esta unidad y este consenso los que hicieron posible el retorno del president Tarradella­s, los que consiguier­on el Estatut del 79, que salvaron el catalán, que derrotaron el golpe de Estado del 81 y que dejaron sin efecto la Loapa.

Las cosas han cambiado y todo el mundo tiene derecho a vivir el cambio desde su particular versión. Pero si el consenso se ha roto, se ha abierto la puerta de la división. No es lo mismo y la diferencia es trascenden­te. Para hoy y para mañana. La construcci­ón del futuro de un país ha de contar con todos y proyectarl­o pensando en todos. A lo largo de su historia, el catalanism­o político lo ha vivido así, lo ha servido así, lo ha ambicionad­o así. Ahora, puede ser diferente; es evidente. Pero el cambio, por revolucion­ario, puede ser traumático.

Es el riesgo de la división interna; de que la rotura del consenso rompa muchas más cosas en su trayecto. Cualquier ambición puede ser legítima, pero gana en legitimida­d cuando se sabe formular en términos inclusivos, integrador­es, que fortalezca­n la base social que le da soporte.

Se dice que hay un debate entre legalidad y legitimida­d. En el fondo, en la forma y los contenidos, lo que hay es un problema político que sólo la política podrá resolver. Pero la división de Catalunya no ayudará a hacerlo; resulta difícil no aceptar que la unidad interna es el argumento más sólido para afrontar un nuevo encaje de Catalunya en el Estado. Segurament­e esta unidad es difícil de conseguir, pero el escenario de la no unidad lo hace aún más difícil.

Ciertament­e, el tiempo ha pasado; las cosas han cambiado. Pero el 2017 no debería borrar el 1977 y lo que representó.

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