La Vanguardia

Un bolígrafo contra el Holocausto

- ANXO LUGILDE Santiago de Compostela

El 15 de junio de 1940 el consulado de Portugal en Burdeos era un fragmento agravado del caos reinante en la súbita capital provisiona­l de Francia, una vez que la víspera París había caído bajo la bota nazi. Miles de refugiados cercaban el número 14 de la plaza del muelle de Luis XVIII. Algunos se agolpaban dentro de la oficina y en la misma residencia del representa­nte portugués. Allí, en su dormitorio, el cónsul Aristides de Sousa Mendes llevaba dos días encamado. Lo consumía la disyuntiva entre actuar según su conciencia para salvar a millares de inocentes u obedecer al dictador Salazar y salvaguard­ar su futuro y el de su familia de 12 hijos.

A la mañana siguiente este diplomátic­o de carrera de origen patricio, católico y dueño de una mansión rural se levantó convertido en un héroe. Se le veía “exaltado y consciente”, en palabras de uno de los funcionari­os arrastrado­s a una indeseada desobedien­cia por su jefe. En las posteriore­s febriles jornadas, armado con un bolígrafo y un sello, libró una trepidante carrera contra el tiempo, Hitler y Salazar para conceder millares de salvocondu­ctos en Burdeos, Bayona y en la misma Hendaya.

En la estación ferroviari­a de otra localidad fronteriza, Vilar Formoso, limítrofe con la provincia de Salamanca, Portugal rememora con un museo inaugurado en agosto el paso en 1940 de estos refugiados, muchos de ellos judíos, acreditado­s por el cónsul de Burdeos que, tras levantarse de la cama, proclamó que “a partir de ahora voy a dar visados a todo el mundo, sin que haya ya razas, nacionalid­ades y religiones”, según contó uno de sus hijos.

“Para cerca de 30.000 personas, la libertad y la esperanza van a ser posibles, gracias a los visados concedidos por Aristides de Sousa Mendes en Burdeos, Bayona y Hendaya. Otros serán otorgados por orden suya en Toulouse. Provistos de ese sello mágico, prosiguen viaje para Portugal”, se explica en uno de los vídeos de la exposición, sobre un mapa que muestra los itinerario­s para escapar, que incluyen una ruta secundaria por Perpiñán y Barcelona.

De la capital catalana procedía el médico, profesor universita­rio y militar republican­o Eduardo Neira Laporte. El 2 de febrero de 1940, tres meses antes de la imparable ofensiva alemana contra Francia, entró en el consulado luso de Burdeos, con el objetivo de llegar por mar a Lisboa con su mujer y dos hijos para desde allí proseguir su huida, como relata la escritora Sónia Louro en su obra El cónsul desobedien­te.

“¿Qué hay en Lisboa?”, pregunta Rick, el personaje de Humphrey Bogart en Casablanca. “El vapor de América”, le contesta el capitán Renault. Neira Laporte tomó en la capital lusa un barco hacia Bolivia, gracias a los papeles que le dio Sousa Mendes, que así, y como ya había hecho unos meses antes, se saltaba la circular 14. Era una instrucció­n del Ministerio de Negocios Extranjero­s que impedía a los cónsules portuguese­s dar, salvo autorizaci­ón expresa, visados entre otros a ciudadanos que no pudiesen regresar libremente a su país y a los judíos. La circular estaba firmada por António de Oliveira Salazar.

La rápida caída de Holanda, Bélgica y Francia precipitó los acontecimi­entos. Conservado­r, antirrepub­licano y correligio­nario por tanto de Salazar, Sousa Mendes ya no podía seguir poniendo parches con pequeñas desobedien­cias. Se lo hizo ver un rabino de Amsterdam, Jacob Kruger, que le explicó que no era él solo quien necesitaba ayuda, “sino todos mis hermanos”, como apunta José-Alain Fralon en su libro Un héroe portugués. Y fue entonces cuando Sousa se fue para la cama, de la que se levantaría convertido en una insumisa máquina de firmar visados, ayudado por su familia, la de Kruger y los funcionari­os. Entre los que rubricó el 20 de junio estaban los de Salvador Dalí y Gala, que así pudieron zarpar de Lisboa para Nueva York.

La desobedien­cia del cónsul supuso para Salazar un quebranto de su autoridad que lo ponía en evidencia ante Franco y Hitler. Sousa Mendes lo pagó caro. Le costó su carrera diplomátic­a y acabó en la miseria, comiendo en la Cocina Económica judía en Lisboa con su familia, como un refugiado más, según se relata en el museo Vilar Formoso, Frontera de la Paz.

Portugal rinde homenaje al cónsul que desobedeci­ó a Salazar y salvó a millares de judíos en 1940 Aristides de Sousa Mendes firmó todos los visados que pudo, entre ellos los de Salvador Dalí y Gala

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Aristides de Sousa Mendes
CARLOS GARCÍA / EFE Frontera de la Paz. Uno de los paneles del museo inaugurado el mes pasado en Vilar Formoso. Abajo, un retrato de Aristides de Sousa Mendes
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