La Vanguardia

Sindicatos-Macron, primer asalto

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MIENTRAS el presidente Emmanuel Macron visitaba las Antillas francesas para evaluar los daños causados por el huracán Irma, con su consiguien­te atención mediática, los sindicatos franceses dieron ayer en las calles la bienvenida a la reforma laboral, una de las propuestas estrella del presidente. Las cifras, tan variables como en todas partes, coinciden en que están por debajo de lo previsto y no se han acercado ni por asomo a los 200.000 manifestan­tes de junio en París, según las propias estimacion­es sindicales. La pugna acaba de empezar y ya tiene otra tanda de protestas marcada en el calendario –del 21 al 23 de septiembre–, días en los que el presidente Macron podría firmar el decreto de las reformas. Cabe recordar que un segmento de aliados potenciale­s en las calles, los universita­rios, seguía ayer en periodo vacacional.

Muy pocos dirigentes franceses han podido sacar adelante sus planes de grandes reformas sociales en el plano laboral, educativo o de las pensiones, desde la instauraci­ón de la V República en 1958. Francia es cada vez más la “excepción europea”, el único gran Estado que resiste a los cambios gracias a una mentalidad social celosa de sus derechos y muy escéptica respecto al argumento de combatir el desempleo, facilitar la contrataci­ón de los jóvenes o garantizar las pensiones del mañana a costa de la pérdida de los llamados “derechos adquiridos”. “Los franceses detestan las reformas”, diagnostic­ó el presidente Macron y en este punto nadie le llevará contraria.

El pulso determinar­á la presidenci­a atípica de Emmanuel Macron. Atípica por su juventud (39 años), su emergencia al margen de los partidos tradiciona­les con sus respectiva­s conexiones en el ámbito sindical y por el lenguaje poco convencion­al con que el presidente habla de las relaciones laborales. En este último punto cabe inscribir una expresión que los sindicatos ya hicieron suya ayer en las calles, en clave irónica, para afear al presidente sus palabras del viernes en Atenas: “Seré de una determinac­ión absoluta y no cederé nada, ni a los vagos, ni a los cínicos ni a los radicales”. El calificati­vo de “vagos” ha calado en la sociedad y no todo el mundo se lo ha tomado como un insulto gratuito sino como una manera, sin paños calientes, de describir a quienes en el imaginario popular abusan de la todavía generosa red de asistencia y prestacion­es sociales.

El presidente francés hizo de estas reformas su caballo de batalla y ahora está por ver si los electores son una cosa y los manifestan­tes otra. La frescura, la claridad de ideas y la modernidad que transmitió Macron fueron determinan­tes en su incontesta­ble victoria electoral pero en pocos meses vive un claro descenso de la popularida­d y afronta el riesgo del desgaste que significar­á este pulso sindical. De momento, Emmanuel Macron no ha firmado el decreto presidenci­al que daría el pistoletaz­o a su reforma. La buena noticia para el Elíseo es que los sindicatos tampoco gozan de una salud de hierro y bien podrían aspirar a una negociació­n a fin de limitar los daños colaterale­s y salvaguard­ar las joyas de la corona (como las pensiones y las condicione­s de jubilación). La jornada de ayer no fue, finalmente, una demostraci­ón de fuerza sino de una cierta debilidad, lo que deja muy abierto el panorama. Para las ambiciones de Macron de retornar a Francia un papel de liderazgo compartido de Europa, la reforma es imprescind­ible. Un todo o nada.

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