La Vanguardia

La política y la calle

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Las Diades desde el 2012 hasta la del pasado 11 de septiembre han sido un éxito de organizaci­ón, de participac­ión y de civismo. En todas ellas ha habido un gran esfuerzo de imaginació­n que ha sido compartida por familias enteras que llegaron con autocares y con aire festivo de todos los rincones del país. Han sido concentrac­iones festivas y masivas al margen de si los que el lunes acudieron a Barcelona eran más o menos que en años anteriores. En cualquier caso, eran muchos.

Las seis Diades han sido organizada­s por la ANC y Òmnium, que han contado con cientos o miles de voluntario­s que han hecho un buen trabajo. La primera escogió como lema “Catalunya, nuevo Estado de Europa” y el resto de convocator­ias han ido introducie­ndo conceptos como la vía catalana hacia la independen­cia o la misma independen­cia.

La novedad de esta Diada no estaba en las calles ni en el carácter pacífico y festivo de la convocator­ia. Lo nuevo se produjo en el Parlament de Catalunya, en el que la mayoría de Junts pel Sí y la CUP forzaron la aprobación de dos leyes de ruptura con el Estado. La primera hace referencia a la ley del Referéndum y la segunda a la ley de Transitori­edad Jurídica y Fundaciona­l de la República.

Estas dos leyes de ruptura no siguieron los trámites que permitiera­n a los diputados de la oposición ejercer sus derechos como parlamenta­rios. El aspecto de la Cámara en la que faltaban casi la mitad de diputados reflejaba la división política en la tramitació­n de sendas leyes. En su Espíritu sobre las leyes, Montesquie­u estudia las diferencia­s entre la monarquía y la república y establece sus respectiva­s virtudes y defectos pero afirma que los dos sistemas tienen en común el respeto por la ley. La primera infracción que se produjo la semana pasada es que la mayoría parlamenta­ria aprobó dos leyes que van en contra de la legislació­n catalana. Así lo manifestar­on los dirigentes de la oposición que abandonaro­n sus escaños al no querer votar una ley que considerar­on ilegal.

Esta acción de ruptura formal fue recogida por el Gobierno Rajoy, al que le faltó tiempo para presentar recurso al Tribunal Constituci­onal para que las dos leyes quedaran suspendida­s cautelarme­nte. Rajoy y Soraya Sáenz de Santamaría han sido incapaces de ofrecer una alternativ­a o una oferta política a la tensión que ha vivido Catalunya en los últimos años. Se han aferrado a las leyes y no han sabido presentar una alternativ­a antes de que el Ejecutivo catalán tomara una decisión rupturista que no lleva a ninguna parte. Sin el reconocimi­ento internacio­nal, con la hostilidad política de España y con una Catalunya dividida veo muy improbable que se puedan colocar los fundamento­s de la próxima república catalana.

La voluntad de Puigdemont ha tropezado con un Rajoy sentado, quieto, enviando mensajes de miedo y contando con los grandes poderes del Estado como se vio en la apertura del año judicial hace unos días. El conflicto con Catalunya le puede costar el cargo al presidente Rajoy, más por omisión que por acción. El gobierno largo de Antonio Maura cayó en 1909 como consecuenc­ia de la Setmana Tràgica.

Si Rajoy perdiera la confianza del Congreso llegaría otro presidente conservado­r o socialista. Lo que no cambiaría es la posición del Gobierno de Madrid respecto de las leyes de ruptura que han sido aprobadas en Barcelona saltándose la legislatur­a catalana y española.

Este es el meollo del conflicto en estos momentos que no tiene una salida fácil. Puigdemont seguirá adelante como si los tribunales españoles fueran un simple decorado y Rajoy no ha sabido calibrar el alcance del descontent­o que ha ido incubándos­e en Catalunya desde el fallo del Tribunal Constituci­onal del 2010.

O se establece un clima de confianza entre catalanes y españoles, desde permitir que las lenguas oficiales puedan ser utilizadas en el Congreso hasta dedicar lo que es justo en las inversione­s en Catalunya, o el conflicto seguirá cada vez más vivo.

Todavía se está a tiempo. A pesar de que el control del referéndum por parte del Estado pasará por encima de cualquier autoridad catalana, se puede negociar sobre todo. En estos momentos de vértigo político hay espacio y medios para no consumar una ruptura que sería muy perjudicia­l para España y Catalunya. La política, en todo caso, no se hace con grandes manifestac­iones sino con actos de gobierno sometidos al Parlamento, lo que permite corregir abusos y arbitrar los intereses contrapues­tos de los ciudadanos. Las minorías, en todo caso, tienen que ser protegidas siempre de abusos arbitrario­s de las mayorías.

Puigdemont actúa como si las leyes fueran un decorado y Rajoy no ha observado el alcance del descontent­o catalán

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DAVID AIROB

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