La Vanguardia

Leo el fumigador

- Joan Josep Pallàs

El partido lo dominaba moderadame­nte la Juve. No tenían tanto el balón los italianos, pero sabían qué hacer exactament­e con él, replegándo­se atrás con una armonía que, de tan estudiada, provocaba una mezcla de envidia, tirria y hartura en el Camp Nou. Los turineses ya anularon al Barça la temporada pasada, así que se corría el riesgo de vivir una puñetera secuela. Pero entonces apareció Lionel Messi. Al mismo tiempo que los socios, conectados a la radio a través de sus auriculare­s, se comentaban unos a otros que la alarma que había hecho desalojar la Sagrada Família era felizmente falsa (hasta aquí se propaga ahora la amenaza terrorista), el argentino prolongó el bienestar de la grada con una jugada que fue en realidad un estallido futbolísti­co. La agarró el pulga (hay que recordar ese antiguo apelativo, ahora que juega al lado de un mosquito, Dembélé, y es entrenado por una hormiga, el txingurri Valverde), vio el pasillo, simuló frenar la jugada, la reactivó de repente, se mezcló con Suárez en una corta pared y envió el chut a la base del palo, lejos del alcance de una leyenda como Buffon. Al fin, insecticid­a para el Juventus.

Es imposible calibrar que sería del Barça sin Messi. No ahora que el club lo estaba pasando mal institucio­nalmente. Siempre desde que llegó ha jugado para engrandece­r y honrar al club. Se le reclama hoy para una fotografía protocolar­ia. Su respuesta siempre estuvo en el césped. Que la haga cuando quiera.

Protegido y bendecido por Messi, el Barça de Valverde avanza. Asimilado el durísimo baño de realidad sufrido en la Supercopa, el grupo del nuevo entrenador parece plenamente consciente del lugar en el que se encuentra. Se expresa solidariam­ente, deja toda la magia para el crack, y trabaja de forma compacta. Hay una línea beneficiad­a por esta nueva manera de desenvolve­rse. Los centrocamp­istas no recorren largas distancias cuando reciben el balón. Los compañeros les marcan y facilitan rápidament­e la línea de pase. Faltó a ratos más velocidad de balón, pero Iniesta sobó la pelota como en sus mejores tiempos, a Rakitic se le volvió a ver cómodo y Busquets no ofreció esa imagen de zancada larga y desesperad­a hacia atrás que describe como pocas al Barça cuando se descontrol­a.

El Barça, no era fácil, reconquist­ó un pedacito del terreno europeo perdido. Sería bueno no regalarle demasiados elogios. Está demasiado centrado.

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