La Vanguardia

“‘El Víbora’ se vendía porque contaba lo que pasaba en la calle”

Cuantos más años tengo, más contento estoy. Nací en Lleida; y Mediavilla, en Burgos; y Makoki escapó del frenopátic­o. Cuando llegué a Barcelona, Paquito aún vivía, pero había industria gráfica. Al nacer mi hija, María, fue doloroso: hoy nos reímos juntos

- LLUÍS AMIGUET

Me pasé los años del colegio dibujando. Y cuando llegaba a casa, leyendo historieta­s.

¿Cuáles?

El Jabato o El Capitán Trueno, pero me gustaban mucho las de Bruguera y las de Vázquez, que era muy canalla y dibujaba a personajes perdedores que me encantaban como las Hermanas Gilda o Doña Urraca.

Iba usted para artista. Y convencí a mi padre, que estaba en la Fecsa en Lleida, para que me enviara a Barcelona a estudiar. Suspendí Bellas Artes, pero pude entrar en la Massana.

¿Qué estudió? Pintura al óleo, pero me echaron porque no iba a clase. Era muy aburrida, por eso preferí entrar en un estudio de animación.

¿Cómo hacían dibujos animados? Con planchas: 800 o 900 planchas. Era una burrada. Hacíamos películas artesanale­s: Rodolfo

Langostino o Phoskitos. Allí conocí a Mediavilla, mi guionista, juntos limpiando planchas, que era el trabajo más cutre que había. Él era de Burgos, los dos de provincias, y queríamos hacer cómics. ¿Y Barcelona era el sitio? Para nada. En los setenta Paquito estaba aún vivo, pero aquí había industria gráfica. Me pillaron de maquetista para Disco Express y les ofrecí un cómic. Así nació Makoki.

Makoki delirante con su electrocho­que. Yo tenía 22 años y conectamos con la gente de mi edad. Recibimos montones de cartas y entonces se creó El Víbora y allí nos juntamos todos los dibujantes undergroun­d del momento: Nazario, Mariscal, Pàmies, Roger, el hijo de Roger Subirachs, Max...

¿De dónde salían tantos y tan buenos? De todas partes: de las facultades de Bellas Artes, Filosofía, Historia del Arte. No teníamos ni idea de dibujar cómics, pero sí muchas ganas y muchas historias que contar.

¿Qué historias? Lo que no contaba nadie entonces, que era lo que pasaba en la calle.

Vendió mucho, El Víbora. Muchísimo. Lo mejor fueron los primeros 100 números. Pero después el quiosco se llenó de copias de El Víbora y aquello se fue al carajo. Nos desperdiga­mos.

¿Cómo se le ocurrió ponerle el casco de electrocho­que a Makoki y no quitárselo?

Porque la historia inicial era la de un paciente de un frenopátic­o que se escapa cuando le están metiendo un electrocho­que, así que llevaba el casco y la bata del hospital a todas partes.

¿Su guión preferido de Makoki? Su pase de chocolate desde Melilla a España, hasta Madrid: fue muy divertido. Y acabó con

Fuga de la Modelo.

Memorable. Fui al Colegio de Arquitecto­s a por los planos de la Modelo para dibujarla. ¡Y me los dieron!

¿Se hizo fotocopias? De todo. Fue divertido. Y utilizamos los planos originales en ese capítulo. Después empecé a trabajar para estudios de Nueva York.

¿Cómo lo consiguió? Tengo un agente allí. Me coló en The New York

Times y The New Yorker. Hice una ilustració­n, por ejemplo, para un artículo sobre series de televisión representa­ndo el suspense como una pistola. Era una época magnífica de trabajo a tope hasta que llegó lo digital.

E ilustró también La Vanguardia. Gran escuela. Aprendía de todo: un día ilustraba un artículo económico; otro día, de música...

¿Las plataforma­s digitales ahora ya no emplean ilustrador­es? Muy poco, pero lo curioso es que en ellas todo es visual. Subes un comentario de texto y nadie lo lee. Le metes una ilustració­n y arrasa, pero al mismo tiempo se paga fatal.

¿Cómo sobreviven los ilustrador­es? Pues estando en las redes, pero monetariza­ndo en el mundo analógico. Yo intento vender la notoriedad de las redes en mis libros.

¿Sobrevivir­á la ilustració­n gráfica? He sido hasta hace poco el presidente de la Asociación de Ilustrador­es de Catalunya, que tiene más de 500 socios...

¿Y hay trabajo para todos? Lo hay si lo encuentras. Yo tengo una hija autista, María, con la que he escrito el libro María

cumple 20 años. A a partir de María me metí en el mundo de la discapacid­ad infantil, donde la comunicaci­ón es muy mala. Y empecé a trabajar también en educación.

¿Cómo? Charlas, conferenci­as y talleres. Hicimos un proyecto para Oxfam Intermón explicando los recortes en la cooperació­n internacio­nal. Y el equipo estuvo en República Dominicana, Nigeria, Filipinas e hicimos un reportaje en directo.

Eso es periodismo ilustrado. En Francia está la Revue Illustrée y otras que hacen reportajes periodísti­cos con cómics. Y tienen mucha difusión.

Clásico y al mismo tiempo innovador. Hay otra variante: el pensamient­o visual (visual thinking). Fui a unas jornadas de fotónica, por ejemplo, y llegaron a unas conclusion­es y yo las dibujé en directo, porque lo que hacemos básicament­e es resumir conceptos.

¿Sabe usted física? No, pero hablas con todos y resumes las opiniones con frescura y sentido del humor. Y la verdad es que lo agradecen.

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KIM MANRESA

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