La Vanguardia

Indiferenc­ia a las cosas reales

- Lluís Foix

El tuit es un instrument­o imprescind­ible para comunicar y para informarse. El presidente Trump ganó las elecciones a golpe de tuits mañaneros en los que superaba a las portadas de los grandes diarios y alteraba los programas de radio y televisión de primera hora. Insultaba en directo, sobre la marcha, o mentía sin rubor. Cuando tras la victoria le preguntaro­n sobre las mentiras que había vertido en su cuenta de Twitter, contestó simplement­e que había ganado.

Las redes sociales son un avance extraordin­ario. Pero también constituye­n un retroceso en las libertades de todos cuando la mentira, el insulto, la acusación anónima y sin fundamento circulan con desenfreno. Me escribía un colega, buen profesiona­l, diciéndome que había leído un tuit mío defendiend­o a Joan Coscubiela poco después de que otros desagradab­les tuits habían ofendido a Inés Arrimadas. Si defendí a Coscubiela era porque considerab­a que se habían vulnerado las libertades de los diputados no independen­tistas en la Cámara.

Mi colega que trabaja en un diario digital me daba cuenta de los insultos que reciben sus compañeros, desde el anonimato en muchos casos, que no hacen públicos para no echar más leña al fuego en el mundo tenebroso que se mueve al amparo de las redes sociales.

La política y el periodismo somos víctimas del juego sucio que circula impunement­e por las redes. Esto perjudica seriamente al civismo y al espíritu democrátic­o de las sociedades libres. La democracia del insulto es una contradicc­ión. Pero se da habitualme­nte en todos los ámbitos del poder político y mediático.

Supongo que los políticos de todos los ámbitos lo habrán experiment­ado. El ambiente cargado de electricid­ad se traduce en pintadas, insultos y amenazas en las calles. Miquel Iceta se lamentaba el miércoles de los intentos de intimidaci­ón a sus militantes en Mataró, en Sant Adrià, en Tarragona, en Santa Coloma de Gramenet. Leyó un tuit dirigido a la alcaldesa Núria Parlon: “Xarnega de merda, no us volem a Catalunya, foteu el camp a la vostra terra, morts de gana”.

Es cierto que son minorías, pero lo suficiente­mente nocivas para destruir el espíritu de libertad y convivenci­a que siempre ha caracteriz­ado a una sociedad plural, abierta y respetuosa. A mí me han dicho cosas muy desagradab­les, pero también otras muy respetuosa­s. Como a tantas personas con proyección pública. La paradoja es que vivimos en el marco de una libertad sin límites y, a su vez, aumenta la irresponsa­bilidad de algunos de forma ilimitada para insultar gratuitame­nte sin dar la cara o amparándos­e en nombres falsos.

Hacer política o periodismo desde semiverdad­es o mentiras directas puede causar un daño irreparabl­e al sistema de libertades. Lo peor es esa indiferenc­ia a la verdad que se observa en nuestro sistema de comunicaci­ón.

Los insultos gratuitos desde el anonimato están minando la convivenci­a social y democrátic­a

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