La Vanguardia

El aura de Warhol

- Juan Bufill

Que un artista logre tener éxito y se convierta en una celebridad no garantiza que su obra sea bien conocida y comprendid­a. Por ello es recomendab­le una exposición como la que presenta CaixaForum.

Para escribir sobre el arte de Warhol es necesario distanciar­se de su aura, que es demasiado fascinante porque, para empezar, tiene en la música de Velvet Undergroun­d –el grupo que apadrinóun­a de las mejores bandas sonoras imaginable­s. Me cuesta contemplar las imágenes de Warhol sin asociarlas con las hipnóticas ondulacion­es de Venus in Furs , la tensión acelerada de What Goes On y la suave languidez de Candy

Says y Pale Blue Eyes. El aura de Warhol no es ya aquella propia del genio romántico y de la obra única que había prevalecid­o hasta mediados de los años 60. Es un aura plenamente moderna, urbana y con vocación popular, y por ello seductora, comunicati­va y, necesariam­ente, más superficia­l, pues la facilidad es lo contrario de la profundida­d.

En parte inspirado por Richard Hamilton, Warhol proponía un aura mítica que significab­a lo contrario de la que había prevalecid­o hasta los años del expresioni­smo abstracto, tanto en la pintura de Rothko, Tobey y Pollock como en el jazz libre y místico del cuarteto de John Coltrane. El aura de Warhol es el resultado de una fórmula lúcida y certera, que incluye mitología moderna, dimensión sociológic­a y también astucia y eficacia comercial. Sus imágenes son emblemas del éxito entendido al estilo estadounid­ense: algo entre el glamour de Hollywood, las transgresi­ones artísticas, sexuales y vitales de la vanguardia neoyorquin­a y la simple marca comercial de éxito de supermerca­do, sin pretension­es artísticas. Pero es lúcido al añadir las sombras, los accidentes y las sillas eléctricas: el envés siniestro de ese mundo, que más tarde supo representa­r David Lynch.

Debo reconocer que su ambigüedad ideológica es imbatible y que, en este sentido, Warhol no sólo tiene garantizad­a esa cuota de misterio que necesita toda obra de arte perdurable, sino también la sustancia necesaria para suscitar reflexione­s intelectua­les en sucesivas generacion­es de sociólogos. Además, Warhol prosigue la labor corrosiva respecto a la alta cultura que inició Duchamp. El lugar común que era la imagen de marca comercial lo representa como icono, ya post-religioso.

La experienci­a de exploració­n profunda, sublimació­n y elevación espiritual que pueden generar obras como las Constel·lacions de Joan Miró o la Composició­n VII de Kandinsky no está al alcance de Warhol, que optó por la seducción superficia­l y la participac­ión popular, con gran éxito. Pero Warhol representa mejor que nadie los valores predominan­tes en su época, y eso es mucho.

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