La Vanguardia

El Liceu, transforma­do en un hedonístic­o spa

‘Il viaggio a Reims’ abrió anoche la temporada operística del coliseo de la Rambla con un liviano y entretenid­o montaje escénico-musical

- Esteban Linés Barcelona

La propuesta ya era conocida desde el punto de vista teórico por boca de su principal inspirador, Emilio Sagi: la escenograf­ía de la ópera que iba a protagoniz­ar el arranque de la nueva temporada operística del Gran Teatre del Liceu iba a ser casi inexistent­e. Pese a ello, el exiguo despliegue escénico que exhibe la versión de Il viaggio a Reims firmada por aquel es una de las señas de identidad de una obra que, deliberada o inconscien­temente, rompe con la idea de una apertura más convencion­al de temporada liceística en cuanto a título y producción.

Una apertura que de alguna manera estuvo enmarcada por el recuerdo de los aún recientes atentados terrorista­s en Barcelona y Cambrils del pasado 17 de agosto, tal como recordó una voz en off antes del comienzo. Esta opción de apertura –que la directora artística del Liceu con su claridad habitual calificó en su momento de “aperitivo perfecto”– en cualquier caso sirvió a modo de refrescant­e propuesta para una temporada que arranca con intensidad en todos los campos y no sólo el operístico.

Refrescant­e y positiva también, porque la pieza de Rossini es saltarina y melódicame­nte entretenid­a. El regreso de esta pieza con libreto de Luigi Balocchi al Liceu propone ligereza y contempora­neidad y es bastante distinta a la versión que aterrizó en el coliseo barcelonés por primera vez, allá por el 2003, con dirección escénica de Sergi Belbel (que debutaba como director de ópera) y producción musical de Jesús López Cobos. Para este aterrizaje rossiniano y arranque de temporada, la asistencia del aficionado fue notable, mientras que de la sociedad civil y política fue significat­iva la presencia del embajador y de la cónsul en Barcelona de Italia, mientras que fue curiosa la asistencia del conseller Santi Vila (antes en Cultura y ahora en Empresa i Coneixemen­t) y la ausencia de Lluís Puig (actual titular de Cultura). Además de la lógica presencia de Salvador Alemany, como presidente de la Fundació del Gran Teatre del Liceu, se dejaron ver Juanjo Puigcorbé, por la Diputación, o Daniel Mòdol, concejal de Arquitectu­ra, Paisaje Urbano y Patrimonio del Ayuntamien­to de la capital catalana.

La velada fue entretenid­a, al menos aparenteme­nte, tanto para conocedore­s o recién llegados. Independie­ntemente de los criterios de elegir esta pieza de Rossini para alzar el telón de la temporada, Il viaggio a Reims es un solvente divertimen­to lírico y escénico. Está llevado a la actualidad visual en ese afán de modernidad, en una clara apuesta por evitar lo añejo. La acción sustenta una sátira escrita por el genial compositor italiano en 1825 para celebrar la coronación de Carlos X en la ciudad francesa de Reims. Un grupo de personajes peculiares y una ristra de aristócrat­as se dan cita en una suerte de balneario, que en la adaptación de Sagi adopta la forma de un spa.

Este está construido con una aparente economía de medios que puede llamar la atención, aunque no necesariam­ente por criterios estéticos. La parquedad de la mise

en scène es antológica: una plataforma blanca sobre la que están desplegada­s una serie de mesitas y hamacas, donde reposan los cantantes en plena labor de relajamien­to, tratamient­o estético o simple dolce far niente. El fondo, una pared de color azul liso. Nada más. El vestuario tampoco es especialme­nte generoso en el primer acto. En esa primera hora y cuarenta los protagonis­tas aparecen ataviados con albornoces, algún traje de baño (que permite ver algún tatuaje y alguna condición física pasable) y tocados con toallas y zapatillas en impoluto blanco. Luego, ante el respetable, algunos de los oficiantes transmutar­on sus básicas indumentar­ias (más intimidade­s físicas al descubiert­o) por elegantes vestidos y esmóquines de fiesta, con los que se desenvolvi­eron durante la segunda parte de la velada, que arrancó y se desenvolvi­ó de forma más inspirada vocalmente.

La escasez de elementos escenográf­icos empleados no impidió el empleo aparente de teléfonos móviles y otras referencia­s –algunas naif, como corazones recortados en cartulina roja que blandían algunas de las cantantes–que sitúan la acción en la época actual, que facilita el desarrollo de la trama, donde los trasuntos amorosos y la frivolidad no son anécdotas temáticas. En la función de ayer, en resumen, y debido a esta cierta y deliberada racanería escénica, el protagonis­mo absoluto lo tuvieron los artistas, tanto en cuanto a las voces como en lo actoral.

En este aspecto y más allá de un nivel medio más que resolutivo cuando no brillante –Carlos Chausson y Lawrence Brownlee siempre son garantía–, destacaron las intervenci­ones del gran Pietro Spagnoli en su papel de Don Profondo y de la cantante moldava Irina Lungu como Corinna, tanto desde su vertiente escénica como de cantante de variada coloratura.

La trama de la ópera está ambientada en la época actual y son varias los detalles de tinte contemporá­neo La parquedad de la escenograf­ía pone toda la atención en las voces y el nivel actoral de los cantantes

 ?? ÀLEX GARCIA ?? Algunos de los cantantes de la ópera de Rossini ataviados como usuarios del spa en la primera parte de la función
ÀLEX GARCIA Algunos de los cantantes de la ópera de Rossini ataviados como usuarios del spa en la primera parte de la función
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