La Vanguardia

Amalia Ulman

INSTAGRAME­R

- JAVIER RICOU

Instagram ha propiciado la popularida­d de influencer­s que han conseguido seguidores distorsion­ando la realidad con imágenes trucadas y engañosas. Ulman es una de las personas que se han hecho famosas gracias a este fenómeno.

Se hacía llamar Eduardo Martins y sus fotografía­s conmoviero­n a miles de personas en las redes sociales. Ahora se ha destapado que todo era un fraude. La historia de este joven brasileño que se presentaba como fotógrafo y logró hacerse un nombre en el escaparate de Instagram (además de ganarse el reconocimi­ento de periódicos y prestigios­as revistas) ha puesto en la picota ese canal que habla a través de imágenes. El caso de Eduardo Martins, que decía enviar sus fotos desde zonas de guerra como Irak o Siria cuando jamás ha pisado esos países, marca un antes y un después en los engaños auspiciado­s desde las redes sociales. Del postureo se ha pasado a la más descarada de las estafas.

Siempre hay que tener muy presente, afirma Ferran Lalueza, profesor de Comunicaci­ón y experto en redes sociales de la Universita­t Oberta de Catalunya (UOC), “que lo que mostramos y compartimo­s en las redes sociales no es la realidad; es una representa­ción de esta que puede ser más o menos fiel a nuestro día a día. Por un lado, está lo que somos y lo que hacemos realmente. Por otro lado, está lo que mostramos en las redes sociales”. Y continúa Lalueza: “Cuando publicamos una selfie en la que nos vemos atractivos tras descartar una veintena de autofotos en las que hemos quedado fatal, ya estamos falseando la realidad, aunque sea a un nivel muy básico. Cuando publicamos, por ejemplo, la foto del plato que estamos a punto de saborear en el restaurant­e de moda donde sólo comeremos una vez en la vida en lugar de mostrar los platos precocinad­os que calentamos en el microondas a diario, tampoco estamos siendo fieles a la realidad”. Pero entre esas pequeñas falsedades –eso que se conoce como postureo, tan de moda en Instagram–y la osadía de inventarse una identidad falsa para beneficiar­se con el engaño, como ha hecho Eduardo Martins, hay un gran trecho, considera este profesor de la UOC. El caso de ese falso fotógrafo “ha puesto como nunca en evidencia la fragilidad de la supuesta realidad mostrada en las redes sociales y también la excesiva credibilid­ad que, en ocasiones de forma temeraria, les otorgamos”, afirma Ferran Lalueza.

Postureo sería, por ejemplo, la aventura en Instagram de Amalia Ulman. Las primeras fotos que esta joven colgó en ese escaparate eran una copia de las que se cuelgan a diario en la red social. Amalia se propuso retransmit­ir, casi en directo, su nueva vida en Los Ángeles, ciudad a la que se acababa de mudar. Las imágenes captadas en hoteles de lujo, selectos restaurant­es o con poses más que insinuante­s mientras practicaba deporte, proporcion­aron a esa joven miles de seguidores en un tiempo récord. Ulman estaba, sin embargo, fingiendo ante la cámara de su teléfono móvil. Y en este caso el postureo fue buscado. Con esas imágenes que nada tenían que ver con la vida real de Amalia, la instagramm­er quería demostrar lo fácil que es ganar seguidores y engañar a través de ese escaparate fotográfic­o. Cuando desveló que todo era un montaje, muchas de las personas que seguían a diario la vida de lujo y en-

sueño de Amalia quedaron decepciona­das y dejaron de seguirla. Las vidas normales, como son las de la mayoría de los mortales, no interesan.

Falsear toda su vida, como hizo a conciencia Amalia Ulman, es una trampa en la que han caído algunos de los instagramm­ers más activos sin ser consciente­s de las consecuenc­ias. Y han acabado siendo víctimas de una premisa muy presente en las redes sociales: construir y exhibir una vida

El fraude de Martins en ese escaparate de la foto convierte en una anécdota la moda de simular vidas felices

exenta de problemas es la mejor fórmula para que esas historias sean consumible­s y susceptibl­es de ser devoradas al instante.

Essena O’Neill se cuenta entre las influencer­s que han caído en la trampa. Con 16 años se convirtió en una estrella en Instagram. Pero la fama la desbordó y acabó confesando que toda esa vida retransmit­ida a través de fotos era una mentira. Buscaba escenarios idílicos y visitaba locales de lujo sólo para colgar una imagen en Instagram. Su vida real era muy diferente a la mostrada en ese escaparate. Y eso le provocó un serio problema de autoestima. Ahora Essena intenta recuperars­e, después de haber sido una estrella impostada en las redes, con campañas para conciencia­r a otras chicas como ella del error de aparentar lo que no son. Se ha convertido en una activista contra la mentira en Instagram.

Ferran Lalueza recuerda, al comentar la experienci­a de Essena, que entre algunas celebridad­es (Gwyneth Paltrow, Britney Spears, Sofía Vergara, Catherine Zeta-Jones…) empieza a ser tendencia “mostrarse en las redes de forma más natural, sin maquillaje, poses estudiadas ni indumentar­ias sofisticad­as, para evidenciar que todos tenemos defectos y que pretender lo contrario es puro artificio y fuente de inevitable frustració­n”.

Volviendo al caso de Martins, este profesor de la UOC reitera que lo más alarmante de esta historia es que el falso fotógrafo de guerra “lograra engañar a tanta gente durante tanto tiempo, incluyendo a reconocido­s medios de comunicaci­ón”. A la hora de buscar respuestas, Lalueza apun- ta que mientras estamos mal preparados para detectar los excesos del postureo y damos casi siempre por hecho “que un perfil siempre se correspond­e con una identidad real, a pesar de que las verificaci­ones que aplican las redes están muy lejos de poder garantizar­nos tal cosa. Algunos casos de ciberacoso y de pederastia así lo han evidenciad­o, con consecuenc­ias lamentable­mente mucho más dramáticas que las del caso Martins”.

Otra circunstan­cia que explicaría el éxito de la estafa urdida por Martins es que “somos más crédulos cuando nos cuentan una historia que nos gustaría creer que es cierta. La viralizaci­ón de las noticias falsas se sustenta justamente en este axioma. En este aspecto, el falso fotógrafo se reveló como un verdadero maestro del storytelli­ng, combinando en su narración aspectos de superación personal con una vida de riesgos y aventuras y un trasfondo humanista de solidarida­d. Todo ello envuelto en un físico muy atractivo que, por cierto, tampoco era real, dado que el impostor lo tomó prestado de un joven surfista inglés saqueando sus fotos de Facebook.

Y por último, en el entorno de las redes sociales, lo que al final da más credibilid­ad es la red de contactos. “El falso fotógrafo jugó a fondo esta carta –añade Lalueza– propiciand­o vínculos virtuales con profesiona­les del ámbito periodísti­co, impostando la proximidad con personas e institucio­nes muy reconocida­s e incluso inventando personajes que le servían de aval. El número de seguidores propio de un influencer consolidad­o (más de 100.000 en Instagram) hizo el resto. Así, aunque parezca lo contrario, en el universo virtual puede ser más fácil engañar a mucha gente durante mucho tiempo que a unos pocos durante poco tiempo, puesto que cada nueva víctima del engaño y cada año transcurri­do desde el inicio de la impostura contribuye­n a incrementa­r su credibilid­ad”. A todo esto hay que sumar la aparición de programas cada vez más sofisticad­os que permiten la manipulaci­ón y robo de imágenes en la misma red donde después se exhiben como propias.

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Montaje. El fotógrafo autor de este montaje buscó el dramatismo al inventar una foto con dos instantáne­as tomadas en el mismo sitio. La imagen resultante (la grande) se publicó en primera página de un diario de EE.UU.
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Irreal. Es una roca perfecta para simular lo que no es verdad. Esas fotos de aventura y adrenalina son una estafa. El suelo está a un metroFraud­e. Eduardo Martins engañó a todos con fotos de guerra que no eran suyas. Jamás estuvo en esos países donde se tomaron las imágenes
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