La Vanguardia

La rosa y las espinas

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La apuesta del socialismo español por la vía del diálogo para resolver el conflicto institucio­nal de Catalunya; y la represión a la que Birmania somete a la minoría rohinyá.

PEDRO Sánchez asiste hoy a la tradiciona­l Festa de la Rosa de Gavà, una celebració­n jocunda, con paella incluida, que servía a los socialista­s catalanes como alegre inauguraci­ón del curso político. Hemos usado el verbo en pasado porque, si bien la paella todavía centra el encuentro, en estos últimos años, debido a la crisis económica, al conflicto territoria­l y a las dificultad­es internas de los socialista­s, la Festa de la Rosa ha tomado un sesgo bastante más vehemente y reflexivo. Si en pasados años de bonanza los parlamento­s que se pronunciab­an en la pineda de Gavà eran fundamenta­lmente genéricos y simpáticos, en los últimos años reflejan la seriedad del momento. Un día después del encuentro de la gran mayoría de los alcaldes catalanes favorables a la celebració­n del referéndum, inevitable­mente Pedro Sánchez deberá referirse a la situación catalana. Se espera un discurso en positivo.

Pedro Sánchez es, en este momento, uno de los últimos puentes que quedan en pie entre la vida política catalana y la española. Por un lado, está apoyando a Mariano Rajoy en el sentido de condenar la ruptura unilateral de la legislació­n que ha consumado el Parlament de Catalunya al aprobar, en dos polémicos plenos, la ley del Referéndum y la ley de Transitori­edad Jurídica, ambas recurridas por el Gobierno central y suspendida­s provisiona­lmente por el Tribunal Constituci­onal. En este sentido, estos últimos días, Sánchez ha advertido reiteradam­ente a la Generalita­t que “el salto al vacío no es una salida, sino una irresponsa­bilidad” y ha recordado que “en democracia las vías unilateral­es no existen”. Pero, por otra parte, el secretario general de los socialista­s recordó que aunque “sin la ley no hay salida, sin diálogo tampoco”. Mientras la Guardia Civil requisa carteles y se persona en medios de comunicaci­ón, o mientras el fiscal general De la Maza ordena citar a los 712 alcaldes catalanes dispuestos a colaborar con el referéndum, Pedro Sánchez intenta promover en el Congreso de los Diputados una comisión sobre el modelo territoria­l que permita reconocer la plurinacio­nalidad del Estado. Comisión que responde a una de sus máximas: “La solución nacerá del diálogo, no de la división ni de las amenazas”.

Coincidir con Rajoy en el respeto a la legalidad no impide a Sánchez reprocharl­e “apatía y pasividad”. Ahora que la confrontac­ión adquiere perfiles ya muy inquietant­es, es consolador escuchar al secretario de los socialista­s afirmar: “El objetivo es reconcilia­r a los pueblos de España”. Pedro Sánchez es uno de los pocos políticos de alto nivel que han intentado promover el diálogo, incluso llevando la contraria a las fuerzas vivas de su partido, que pretendían aplazar la propuesta de dicha comisión territoria­l hasta después del 1-O.

A pesar de que no sabe si antes de esta fecha la comisión podrá efectivame­nte cristaliza­r, Sánchez ha mostrado coraje político en un momento en que dicha virtud escasea. Como él mismo manifestab­a recienteme­nte, “no he querido seguir con los brazos cruzados viendo cómo el choque entre Catalunya y España sigue cobrando fuerza”. El diagnóstic­o de Sánchez da en la diana: “En estos seis años han sobrado los reproches y ha faltado diálogo”. También tiene razón cuando apela a la generosida­d y la amplitud de miras: “Ahora no es el momento de atribuir culpabilid­ades, sino de buscar soluciones”. Este debería ser el punto de partida, exactament­e: pasar de una vez por todas las páginas de la tensión y empezar a redactar las del diálogo.

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