La Vanguardia

Hoy octogenari­os ,miles de españoles Ilegaron a la URSS huyendo de las bombas de la Guerra Civil.

- GONZALO ARAGONÉS Moscú. Correspons­al

En 1937 España era un infierno. En plena Guerra Civil, la población sufría en carne propia los bombardeos del bando nacional, que iba ganando terreno a la República. Así que sus responsabl­es decidieron organizar expedicion­es de evacuación para que las familias que quisieran pudiesen enviar fuera del país a los niños. “Llegamos a Leningrado, y durante los primeros años vivimos muy bien”, recuerda Luis García Luque, uno de aquellos niños de la

guerra que estos días celebran el 80.º aniversari­o de su llegada a la Unión Soviética.

Tanto las familias como los niños suponían que la separación sería corta y que volverían a juntarse una vez pasase el peligro o terminase la Guerra Civil. Pero no fue así.

“A cada niño le prendieron un identifica­dor en el que ponía el sitio al que iba a ser evacuado”, explica a

La Vanguardia María Teresa Casero, ella misma hija de uno de los niños de la guerra, en el Centro Español de Moscú, la casa de estos españoles especiales en la capital rusa.

“Más de 20.000 niños fueron evacuados a Francia”, ha señalado Magne Berth, jefe de la delegación regional del Comité Internacio­nal de la Cruz Roja para Rusia y Moldavia. Luego se distribuye­ron por varios países. El consulado soviético aceptó participar en esta operación y 2.985 niños subieron en Burdeos a barcos soviéticos que les llevaron hasta Leningrado. Les acompañaba­n 122 adultos. “Además de la URSS, Bélgica acogió a 5.000 niños; Reino Unido, a 4.000. A Suiza fueron 800 niños; a México 455, y un centenar a Dinamarca”, explicó Berth. La Cruz Roja, subrayó, no organizó el viaje de los niños a la Unión Soviética y sólo ofreció ayuda indirecta.

Los que fueron a países próximos tuvieron la posibilida­d de regresar al poco tiempo. Pero los que fueron a la URSS quedaron atrapados por la historia. El Estado soviético cuidó de ellos, les educó e incluso les mimó. “Mi padre me describió las páginas tristes de ese viaje, que las hubo, pero también las páginas alegres, como las flores en Leningrado a la llegada, de los gritos ‘¡Viva Stalin! ¡Viva la República!’, el chocolate que les daban, el cariño que se les dio y los cuatro años que vivieron casi en un paraíso terrenal, en Odessa, hasta que comenzó la Segunda Guerra Mundial”, explica Andrés Landabaso, hijo y sobrino de niños

de la guerra.

Para su padre, Indalecio Landabaso, y para Luis García la evacuación comenzó en Santurtzi (Bizkaia) en junio de 1937. Cientos de niños de entre 3 y 14 años se subieron al barco Habana, que los llevó hasta Francia. Luego, el carguero chino

Sontay les llevó al “paraíso soviético”. “Tardamos nueve días en llegar a la URSS”, dice Luis García, músico retirado de 89 años que trabajó en las orquestas de importante­s teatros de Moscú. “No nos esperábamo­s ese recibimien­to... con banderas. A los pocos días nos dividieron para que fuésemos a varias casas especiales abiertas sólo para nosotros. A mí me tocó Odessa, a 300 metros del mar. Estuvimos muy bien, y nuestras escuela tenía un jardín forPero midable”, recuerda Luis García como si fuera ayer.

Meses antes, en marzo, partió la primera expedición de los niños de

la guerra a la URSS en un barco que partió desde Valencia. La tercera salió de Gijón en septiembre de ese año, con niños de Asturias, Cantabria y Bilbao.

“Las autoridade­s soviéticas se ocuparon muy bien de los niños de

la guerra españoles. Los primeros años, hasta la Segunda Guerra Mundial, vivían como reyes”, dice María Teresa Casero.

Pero hubo algunos niños que llegaron meses después. Es el caso de Conchita Rodríguez, que hoy cuenta 83 años. Con sólo cuatro, pasó una odisea con su familia para escapar de la guerra. “Yo nací en Galdakao. Cuando bombardeab­an Bilbao mi madre se asustó. Mi padre no estaba, y los hermanos mayores estaban en el campo. Así que cogió a los tres pequeños: Alberto, de 10 años; yo, con cuatro; y el pequeño, de tres. Fue en dirección a Barcelona, porque estaba libre y no bombardeab­an. Por el camino, en Lleida, se murió y nos quedamos solos. Las Brigadas Internacio­nales nos recogieron y nos llevaron a Barcelona, donde nos distribuye­ron con familias de la Juventud Socialista Unificada (JSU), cada uno a una familia. cuando se perdió la guerra, estas familias se dirigieron a Dolores Ibárruri porque no sabían qué hacer con nosotros. Y ella dijo: “¡A Rusia!” En el último barco, donde iban los aviadores y gente del partido, nos metieron a nosotros tres. Eso fue julio de 1938”, explica.

No fueron, sin embargo, las únicas desgracias en la accidentad­a infancia de unos niños y niñas que zarandeó la historia. Cuatro años después de llegar les tocó vivir otra guerra y sufrir, como cualquier ciudadano de la URSS, otro infierno. “Cuando los alemanes se acercaban a Odessa (1941), decidieron evacuarnos. Éramos niños de dos escuelas, algo más de 300. Salimos en un barco hasta Jersón, y de ahí en tren hasta Krasnodar. Recuerdo que nos pilló el invierno, nos faltaba la comida, así que cogíamos maíz de los campos para hacer palomitas en las estufas”, recuerda Luis García. Ante el avance alemán, siguieron huyendo, y los subieron a un tren de pasajeros para alejarse. El objetivo era ponerlos a salvo detrás del río Volga, en Sarátov. “El viaje se hace en dos días. Pero tardamos dos meses, porque tenían prioridad los trenes militares y teníamos que estar semanas en las estepas para dejarles pasar. No teníamos ni agua, así que cogíamos nieve para hacer el té”. Por el camino murieron 12 a causa de las enfermedad­es.

Marina Coto Zapico es hija de una niña de la guerra que partió de Gijón con 12 años. Cuando llegaron los nazis, su madre estudiaba en una academia de ballet en Leningrado y quedó atrapada en un asedio que duró 900 días.

Huyendo de la bombas franquista­s,

llegaron hace 80 años a la URSS, donde sufrieron la Segunda Guerra

Mundial

“Los mayores, de 15 y 16 años, se apuntaron como voluntario­s en las milicias, en la Tercera División Frunze y lucharon como héroes en el frente”, ha dicho emocionada esta semana durante una mesa redonda en la agencia Tass, donde se comenzó a recordar la historia de los niños de la Guerra Civil española que llegaron a la URSS. Según el periodista de la agencia Stanislav Viazmenski, unos 74-78 niños españoles, incluidos menores de edad, cayeron en acto de servicio en la región de Karelia, donde luchaban para romper el cerco a Leningrado.

El coronel Iliá Stárinov, experto soviético en tácticas de sabotaje, escribió en sus memorias que los españoles tuvieron un papel fundamenta­l en la creación del movimiento partisano en la URSS durante la Gran Guerra Patria, como se llama aquí a la Segunda Guerra Mundial. En la zona de Leningrado, la mitad del escuadrón de partisanos Voroshílov estaba compuesto por republican­os españoles, al mando de Francisco Gullón.

Según el Centro Español, 205 españoles lucharon en el frente para defender la URSS del avance alemán. Entre los civiles, 211 murieron de hambre y enfermedad­es durante el conflicto o en años posteriore­s.

La madre de Marina Coto, por su parte, pasó el asedio de Leningrado trabajando como voluntaria en un hospital, donde recibía sólo 125 gramos de pan al día, cuenta su hija. También ponía un poco de alegría en esos momentos, con bailes españoles.

Terminó la guerra. La dictadura de Stalin en la URSS y la dictadura franquista en España les impidieron volver. Sólo tras la muerte de Stalin se pudo organizar la repatriaci­ón de quienes quisieron. Juan Ángel Landabaso y su familia regresaron, recuerda su sobrino Andrés. Para otros, como Luis García, era demasiado tarde. Habían hecho su vida aquí. “Me aconsejaro­n: si estás casado, tienes trabajo, vives bien, ¿para qué vas a volver?”, argumenta. Hoy tiene dos hijas y tres nietos.

A Conchita Rodríguez le sucedió algo parecido. “Yo siempre he querido volver a España, de hecho hoy

todavía quiero. Pero cuando empezaron a dejar volver a los españoles, en 1956, acababa de ingresar en el Instituto de Artes Súrikov (universida­d)... Me licencié como escultora, me casé y empecé a echar raíces en este país. Pero yo siempre fui española”, asevera con convicción a

La Vanguardia.

“Hubo seis viajes de repatriaci­ón en 1956 y 1957”, recuerda Dolores Cabra, secretaria general de la asociación Archivo Guerra y Exilio (AGE), que conserva el archivo de los niños de la guerra de Rusia en el Arxiu Nacional de Catalunya (ANC). Más de 1.200 de los casi 3.000 que habían llegado veinte años antes decidieron regresar a España en estos viajes organizado­s. Otros lo hicieron en las décadas de los sesenta y setenta, pero no es posible determinar la cifra exacta.

Las dos guerras que pasaron no sólo marcaron la vida de los niños de

la guerra. También marcaron las de sus hijos y de los hijos de sus hijos. “Todos los que hemos nacido en la URSS tenemos algo raro, algo diferente, comparado con quienes han nacido en su propio país. Nos hemos formado en una etnia asincrónic­a, atípica y asimétrica. Pero curiosamen­te somos españoles: vestimos igual, conservamo­s el idioma, tenemos las mismas costumbres y comemos las mismas cosas. El producto puede ser de Uzbekistán, pero la paella que se come en mi casa es española”, describe Landabaso.

Pero había cosas que era difícil mantener. Como el idioma. “Mi padre era un niño de la guerra de Oviedo, de los que vinieron a la URSS en el barco de Gijón. En 1957 volvió a España con mi madre, conmigo y con mis dos hermanos. Pero por no sé qué motivo, mi madre regresó a la URSS con los tres hijos, mientras que él se quedó en España. Durante años no se escribiero­n”, explica María Teresa Casero. Ella, por falta de contacto, perdió el español. “Cuando vine por vez primera al Centro Español, hace 20 años, no sabía ni una palabra de español, pero empecé a recuperarl­o, dando clases aquí y en el Instituto Cervantes”.

“Mi madre era medio ruso-inglesa, pero la norma era que había que seguir el idioma del padre. Por eso mantuvimos el idioma y, por eso, mi padre fundó en 1959 la primera escuela española en Rusia, que luego se llamó ‘Escuela especial Número 110”, en la calle Bolsháya Nikítskaya, explica Landabaso. Hoy sólo quedan en Rusia 67 niños de la guerra. Acompañado­s de sus familiares y de otros 13 niños venidos de España para la ocasión, recuerdan estos días lo que les ocurrió hace 80 años. Ayer se reunieron en la ciudad de Óbninsk, a 101 kilómetros al suroeste de Moscú, donde estaba la casa de niños españoles más numerosa, con unos 500. Y hoy siguen las celebracio­nes en el Centro Español de Moscú, ese rincón de nostalgia que tienen en el corazón de Rusia.

La URSS cuidó de ellos, les educó e incluso les mimó, pero no pudieron regresar hasta 1956 “No teníamos agua, y cogíamos nieve para el té”, recuerda el ‘niño’ Luis García, de 89 años

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CENTRO ESPAÑOL DE LOS NIÑOS DE LA GUERRA
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El “paraíso comunista”. En la Unión Soviética, los niños de la guerra empezaron una nueva vida. Estas son imágenes de esos años, que muestran su vida en los colegios y sanatorios que las autoridade­s de la URSS crearon exclusivam­ente para ellos. A la...

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