La Vanguardia

Profesores e investigad­ores europeos empiezan a dejar el Reino Unido.

El número de investigad­ores europeos ya ha disminuido y las universida­des británicas temen perder peso

- RAFAEL RAMOS

Para la primera ministra británica Theresa May, la mayoría de su Gabinete, buena parte del Parlamento y los fanáticos del Brexit en general, cualquiera que defienda la idea de Europa, la Unión Europea o el mercado único es sencillame­nte un “enemigo del pueblo”, un demócrata de pacotilla que pretende ignorar el resultado de un referéndum en el que un 52% de los ciudadanos del Reino Unido, tras una campaña llena de mentiras, votó por divorciars­e de la UE. Para la comunidad científica del país, para las institucio­nes académicas y artísticas, es en cambio el Gobierno el que se ha convertido en el “enemigo de la cultura¨.

De todos los sectores de la sociedad –finanzas, manufactur­as, servicios...– ninguno ha sentido de una manera tan fulminante el impacto del Brexit como la cultura. El número de estudiante­s e investigad­ores de otros países europeos ha caído drásticame­nte en tan sólo un año (el total de inmigrante­s ha descendido en 133.000). Las grandes universida­des británicas, que dependen de la capacidad de atraer talento internacio­nal para mantener su nivel de excelencia, temen por su reputación. Las institucio­nes culturales, cuyos presupuest­os han sido ferozmente recortados por los gobiernos conservado­res de Cameron y May, se preparan para quedarse también sin el dinero que hasta ahora recibían de la Unión Europea.

“Tanto el Brexit como la victoria de Donald Trump en Estados Unidos o el avance de la extrema derecha en numerosos países europeos son manifestac­iones de una guerra cultural que llevaba tiempo fraguándos­e y ahora ha estallado. Así que es perfectame­nte lógico que la cultura esté en la primera línea de fuego y sea la que esté recibiendo ya los proyectile­s”, señala el empresario Walter Mathiessen, que se dedica a traer artistas de todo el mundo al Reino Unido. Su visión del futuro es pesimista, la de un país cada vez más cerrado en sí mismo con tal de preservar su identidad, aunque tenga que pagar por ello un precio muy elevado.

Las tensiones entre pro y anti europeos, limitadas hasta hace poco al terreno de la política, han llegado a la cultura durante un verano caliente en todos los sentidos. En el festival de Edimburgo, las sátiras contra Trump y el Brexit han dominado el programa, mientras que los Proms de Londres nunca habían estado tan politizado­s. El director Daniel Barenboim tomó el micrófono para denunciar las “crecientes tendencias aislacioni­stas”; la interpreta­ción del Himno a la alegría de Beethoven fue considerad­a como una muestra de apoyo fuera de lugar a la Unión Europea; banderitas de la UE ondearon en el Royal Albert Hall, siendo muchas de ellas retiradas como si fueran un ataque a la Constituci­ón y los valores del Reino Unido, provocando un enfrentami­ento entre los partidario­s y enemigos de la permanenci­a en Europa. Y la fiesta no ha hecho más que comenzar.

La brecha que divide a quienes quieren y no marcharse de la Unión Europea es generacion­al, económica y cultural. Los jóvenes y las personas con una buena formación educativa desean seguir en la UE. Las personas mayores nostálgica­s del pasado, sin formación universita­ria y nivel de vida precario, afectadas negativame­nte por la globalizac­ión, optan por saltar del barco e intentar recuperar las glorias de un imperio que ni existe ni puede volver a existir. A Gran Bretaña se le ha pasado el tren y es imposible que se vuelva a subir en él.

Un 52% de los británicos votó por abandonar la Unión Europea, y nada sugiere claramente que el resultado del referéndum fuera a ser diferente si se volviera a repetir ahora. A lo hecho pecho, viene a ser la actitud de una mayoría clara de los ciudadanos. Pero un apabullant­e 96% de las personas que trabajan en oficios creativos (escritores, artistas, investigad­ores...) quieren seguir en la UE y se sienten traicionad­os por el resto de sus compatriot­as. “Se trata de una decisión trágica que va a disminuir las oportunida­des de

ORQUESTAS, MUSEOS Y TEATROS Víctimas ya de los recortes del Gobierno, van a perder también las ayudas de la UE

OXFORD Y CAMBRIDGE Con el país fuera de la UE pueden quedar rezagadas respecto a Harvard, Yale o el MIT

varias generacion­es y a empobrecer el país de una manera que ahora apenas se puede vislumbrar”, dice el músico latinoamer­icano afincado en Londres Silvio Mendes.

En un clima de crecientes recortes por parte del Gobierno, los 37 millones de euros que la Unión Europea aportó a institucio­nes culturales del Reino Unido, proyectos de regeneraci­ón y becas Erasmus en el último quinquenio resultan bastante dinero. Organizaci­ones como el British Council o el Arts Council of England lo tienen muy claro, pero no así el Ministerio del Interior (obsesionad­o por reducir la inmigració­n) o el Ministerio para la Salida de la Unión Europea, cuyo nombre habla por sí solo, y que son los que tienen la sartén por el mango. La actual ministra de Cultura, Karen Bradley, se limita esencialme­nte a decir que sí a todo lo que le indican la primera ministra May y los pesos pesados del Gabinete, y no se ha granjeado ni la amistad ni el respeto de las institucio­nes a las que representa.

“La cultura ha de ser por definición diversa, contradict­oria, impredecib­le, desafiante –afirma Nicholas Serota, que fue durante muchos años director de la Tate Gallery y ahora preside el English Arts Council–. Pero lo que el Brexit está consiver guiendo es justamente todo lo contrario, hacerla más estrecha, más centrada en sí misma y menos en lo de fuera. Un auténtico desastre”. En esa misma línea se expresa John Kampfner, máximo responsabl­e del British Council, encargado de

exportar la riqueza cultural británica al extranjero, y a quien le gustaría aclarado de manera satisfacto­ria el estatus de los ciudadanos de la UE residentes en el Reino Unido (y viceversa).

Cuna de Shakespear­e y Händel, la tierra de sir Laurence Olivier o Alec Guinness, Gran Bretaña ha sido tradiciona­lmente el mayor tercer exportador de cultura del mundo. Pero es algo que el Brexit se dispone a cambiar. El Arts Council se ha visto obligado a recortar su presupuest­o en 24 millones de euros, lo que va a afectar inevitable­mente de manera muy dura a las institucio­nes que representa, cada una de las cuales va a quedarse sin un 0,5% del dinero que percibía hasta ahora. La Royal Opera House va a perder 150.000 euros anuales, el South Bank Center 120.000, la English National Opera (amenazada de quedarse sin subsidios por sus constantes pérdidas) 110.000, la Royal Shakespear­e Company 95.000, y así hasta un total de 880 compañías. Teatros pequeños como el prestigios­o Donmar Warehouse, el Royal Court, el Orange Tree, el Almedida o el Hampstead Theatre dependen para su superviven­cia de los mecenas, y de las ayudas extras que piden a los aficionado­s (una contribuci­ón voluntaria de entre 1 y 10 euros por localidad). El panorama es aún más desolador en provincias. Festivales tradiciona­les han sido suprimidos por culpa de los recortes, cinco museos de Lancashire se encuentran a punto de cerrar, y la ciudad de Derby se ha quedado sin su orquesta. Y todo para nada, porque la obsesión de los gobiernos conservado­res con la austeridad ha reducido el Estado a su expresión más mínima desde el final de la Segunda Guerra Mundial, pero el déficit no ha disminuido sino que ha aumentado.

A nivel académico el escenario es aún más preocupant­e, porque la aportación de la Unión Europea a la investigac­ión en el Reino Unido, a través de sus diversos programas, ha sido de siete mil millones de euros en los últimos siete años, y es altamente improbable que el Gobierno nacional saque de sus presupuest­os una cantidad semejante. “Si se confirma que los europeos ya residentes habrán de registrars­e en vez de ver reconocido­s automática­mente sus derechos, si se imponen cuotas al número de estudiante­s y profesores, si se anula el derecho a traer al país a los familiares, ¿qué estudiosos, artistas y científico­s van a querer instalarse en el Reino Unido, en vez de en Estados Unidos, Canadá o Alemania? –se pregunta Ed Vazey, ex secretario de Estado de origen polaco que fue cesado de su puesto por Theresa May–. Un país que tradiciona­lmente ha sido de acogida se está convirtien­do de manera premeditad­a en hostil y antipático hacia los inmigrante­s, y ello también impacta en la cultura”. El sector universita­rio aporta 80.000 millones de euros anuales a la economía británica.

Universida­des como Oxford y Cambridge están en primera división gracias a su capacidad para atraer a los mejores estudiante­s y profesores. Pero es como el pez que se muerde la cola. Si ese flujo disminuye, al tiempo que desaparece­n los fondos de la Unión Europea para investigac­ión y laboratori­os, la calidad, los mecenazgos y los ingresos se resentirán irremediab­lemente. Y su nivel de excelencia correrá peligro, por ello se plantean abrir sucursales en París, Roma o Berlín. El Brexit es un lobo feroz que amenaza a todos los estamentos del arte, la cultura y el mundo académico en Gran Bretaña. Y no va de farol.

 ??  ??
 ?? ROB STOTHARD / GETTY ??
ROB STOTHARD / GETTY
 ?? OVERSNAP / GETTY ??
OVERSNAP / GETTY
 ?? JUSTIN TALLIS / AFP ??
JUSTIN TALLIS / AFP
 ?? BEN STANSALL / AFP ??
BEN STANSALL / AFP

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain