Profesores e investigadores europeos empiezan a dejar el Reino Unido.
El número de investigadores europeos ya ha disminuido y las universidades británicas temen perder peso
Para la primera ministra británica Theresa May, la mayoría de su Gabinete, buena parte del Parlamento y los fanáticos del Brexit en general, cualquiera que defienda la idea de Europa, la Unión Europea o el mercado único es sencillamente un “enemigo del pueblo”, un demócrata de pacotilla que pretende ignorar el resultado de un referéndum en el que un 52% de los ciudadanos del Reino Unido, tras una campaña llena de mentiras, votó por divorciarse de la UE. Para la comunidad científica del país, para las instituciones académicas y artísticas, es en cambio el Gobierno el que se ha convertido en el “enemigo de la cultura¨.
De todos los sectores de la sociedad –finanzas, manufacturas, servicios...– ninguno ha sentido de una manera tan fulminante el impacto del Brexit como la cultura. El número de estudiantes e investigadores de otros países europeos ha caído drásticamente en tan sólo un año (el total de inmigrantes ha descendido en 133.000). Las grandes universidades británicas, que dependen de la capacidad de atraer talento internacional para mantener su nivel de excelencia, temen por su reputación. Las instituciones culturales, cuyos presupuestos han sido ferozmente recortados por los gobiernos conservadores de Cameron y May, se preparan para quedarse también sin el dinero que hasta ahora recibían de la Unión Europea.
“Tanto el Brexit como la victoria de Donald Trump en Estados Unidos o el avance de la extrema derecha en numerosos países europeos son manifestaciones de una guerra cultural que llevaba tiempo fraguándose y ahora ha estallado. Así que es perfectamente lógico que la cultura esté en la primera línea de fuego y sea la que esté recibiendo ya los proyectiles”, señala el empresario Walter Mathiessen, que se dedica a traer artistas de todo el mundo al Reino Unido. Su visión del futuro es pesimista, la de un país cada vez más cerrado en sí mismo con tal de preservar su identidad, aunque tenga que pagar por ello un precio muy elevado.
Las tensiones entre pro y anti europeos, limitadas hasta hace poco al terreno de la política, han llegado a la cultura durante un verano caliente en todos los sentidos. En el festival de Edimburgo, las sátiras contra Trump y el Brexit han dominado el programa, mientras que los Proms de Londres nunca habían estado tan politizados. El director Daniel Barenboim tomó el micrófono para denunciar las “crecientes tendencias aislacionistas”; la interpretación del Himno a la alegría de Beethoven fue considerada como una muestra de apoyo fuera de lugar a la Unión Europea; banderitas de la UE ondearon en el Royal Albert Hall, siendo muchas de ellas retiradas como si fueran un ataque a la Constitución y los valores del Reino Unido, provocando un enfrentamiento entre los partidarios y enemigos de la permanencia en Europa. Y la fiesta no ha hecho más que comenzar.
La brecha que divide a quienes quieren y no marcharse de la Unión Europea es generacional, económica y cultural. Los jóvenes y las personas con una buena formación educativa desean seguir en la UE. Las personas mayores nostálgicas del pasado, sin formación universitaria y nivel de vida precario, afectadas negativamente por la globalización, optan por saltar del barco e intentar recuperar las glorias de un imperio que ni existe ni puede volver a existir. A Gran Bretaña se le ha pasado el tren y es imposible que se vuelva a subir en él.
Un 52% de los británicos votó por abandonar la Unión Europea, y nada sugiere claramente que el resultado del referéndum fuera a ser diferente si se volviera a repetir ahora. A lo hecho pecho, viene a ser la actitud de una mayoría clara de los ciudadanos. Pero un apabullante 96% de las personas que trabajan en oficios creativos (escritores, artistas, investigadores...) quieren seguir en la UE y se sienten traicionados por el resto de sus compatriotas. “Se trata de una decisión trágica que va a disminuir las oportunidades de
ORQUESTAS, MUSEOS Y TEATROS Víctimas ya de los recortes del Gobierno, van a perder también las ayudas de la UE
OXFORD Y CAMBRIDGE Con el país fuera de la UE pueden quedar rezagadas respecto a Harvard, Yale o el MIT
varias generaciones y a empobrecer el país de una manera que ahora apenas se puede vislumbrar”, dice el músico latinoamericano afincado en Londres Silvio Mendes.
En un clima de crecientes recortes por parte del Gobierno, los 37 millones de euros que la Unión Europea aportó a instituciones culturales del Reino Unido, proyectos de regeneración y becas Erasmus en el último quinquenio resultan bastante dinero. Organizaciones como el British Council o el Arts Council of England lo tienen muy claro, pero no así el Ministerio del Interior (obsesionado por reducir la inmigración) o el Ministerio para la Salida de la Unión Europea, cuyo nombre habla por sí solo, y que son los que tienen la sartén por el mango. La actual ministra de Cultura, Karen Bradley, se limita esencialmente a decir que sí a todo lo que le indican la primera ministra May y los pesos pesados del Gabinete, y no se ha granjeado ni la amistad ni el respeto de las instituciones a las que representa.
“La cultura ha de ser por definición diversa, contradictoria, impredecible, desafiante –afirma Nicholas Serota, que fue durante muchos años director de la Tate Gallery y ahora preside el English Arts Council–. Pero lo que el Brexit está consiver guiendo es justamente todo lo contrario, hacerla más estrecha, más centrada en sí misma y menos en lo de fuera. Un auténtico desastre”. En esa misma línea se expresa John Kampfner, máximo responsable del British Council, encargado de
exportar la riqueza cultural británica al extranjero, y a quien le gustaría aclarado de manera satisfactoria el estatus de los ciudadanos de la UE residentes en el Reino Unido (y viceversa).
Cuna de Shakespeare y Händel, la tierra de sir Laurence Olivier o Alec Guinness, Gran Bretaña ha sido tradicionalmente el mayor tercer exportador de cultura del mundo. Pero es algo que el Brexit se dispone a cambiar. El Arts Council se ha visto obligado a recortar su presupuesto en 24 millones de euros, lo que va a afectar inevitablemente de manera muy dura a las instituciones que representa, cada una de las cuales va a quedarse sin un 0,5% del dinero que percibía hasta ahora. La Royal Opera House va a perder 150.000 euros anuales, el South Bank Center 120.000, la English National Opera (amenazada de quedarse sin subsidios por sus constantes pérdidas) 110.000, la Royal Shakespeare Company 95.000, y así hasta un total de 880 compañías. Teatros pequeños como el prestigioso Donmar Warehouse, el Royal Court, el Orange Tree, el Almedida o el Hampstead Theatre dependen para su supervivencia de los mecenas, y de las ayudas extras que piden a los aficionados (una contribución voluntaria de entre 1 y 10 euros por localidad). El panorama es aún más desolador en provincias. Festivales tradicionales han sido suprimidos por culpa de los recortes, cinco museos de Lancashire se encuentran a punto de cerrar, y la ciudad de Derby se ha quedado sin su orquesta. Y todo para nada, porque la obsesión de los gobiernos conservadores con la austeridad ha reducido el Estado a su expresión más mínima desde el final de la Segunda Guerra Mundial, pero el déficit no ha disminuido sino que ha aumentado.
A nivel académico el escenario es aún más preocupante, porque la aportación de la Unión Europea a la investigación en el Reino Unido, a través de sus diversos programas, ha sido de siete mil millones de euros en los últimos siete años, y es altamente improbable que el Gobierno nacional saque de sus presupuestos una cantidad semejante. “Si se confirma que los europeos ya residentes habrán de registrarse en vez de ver reconocidos automáticamente sus derechos, si se imponen cuotas al número de estudiantes y profesores, si se anula el derecho a traer al país a los familiares, ¿qué estudiosos, artistas y científicos van a querer instalarse en el Reino Unido, en vez de en Estados Unidos, Canadá o Alemania? –se pregunta Ed Vazey, ex secretario de Estado de origen polaco que fue cesado de su puesto por Theresa May–. Un país que tradicionalmente ha sido de acogida se está convirtiendo de manera premeditada en hostil y antipático hacia los inmigrantes, y ello también impacta en la cultura”. El sector universitario aporta 80.000 millones de euros anuales a la economía británica.
Universidades como Oxford y Cambridge están en primera división gracias a su capacidad para atraer a los mejores estudiantes y profesores. Pero es como el pez que se muerde la cola. Si ese flujo disminuye, al tiempo que desaparecen los fondos de la Unión Europea para investigación y laboratorios, la calidad, los mecenazgos y los ingresos se resentirán irremediablemente. Y su nivel de excelencia correrá peligro, por ello se plantean abrir sucursales en París, Roma o Berlín. El Brexit es un lobo feroz que amenaza a todos los estamentos del arte, la cultura y el mundo académico en Gran Bretaña. Y no va de farol.