Un mutismo delator
La líder birmana y Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi es blanco de las críticas internacionales por su silencio en la crisis de los rohinyás
La sensación es ampliamente mayoritaria en la comunidad internacional. De las Naciones Unidas a otros premiados con el Nobel de la Paz, pasando por dirigentes de otros países, todo el mundo se muestra decepcionado con el silencio de la dirigente birmana Aung San Suu Kyi ante la crisis de la minoría musulmana de los rohinyás, que huyen en masa del país para escapar de la represión del ejército birmano.
El mutismo de la premio Nobel de la Paz ha causado desencanto, especialmente cuando ya no son sólo las organizaciones de ayuda humanitarias sino también la ONU quien define la actuación del ejército birmano de “limpieza étnica” y en los campos de refugiados de la vecina Bangladesh se agolpan más de 400.000 damnificados.
Pero desde que estalló la crisis de los rohinyás, el pasado 25 de agosto, San Suu Kyi sólo salió de su silencio al cabo de dos semanas y fue para denunciar la “desinformación” que existía sobre este asunto. Defendió las operaciones militares en su lucha contra unos supuestos “terroristas” y evitó hablar de la suerte de los refugiados.
Un mutismo que se explicaría por varias razones. La principal es que el Gobierno birmano no reconoce a los rohinyás como birmanos y ella ha asumido esta tesis. Se les considera extranjeros que entraron en el país en la época de la dominación británica, y en 1982 se les despojó de sus derechos. Desde entonces no pueden acceder a escuelas ni hospitales y tienen restringida la libertad de movimientos.
Tras su victoria electoral en el 2015, San Suu Kyi prometió resolver los problemas de las minorías. No obstante, siempre ha evitado hablar de los rohinyás, para los que no muestra mucha simpatía. El año pasado pidió al embajador de EE.UU. en Birmania que no se refiriera a esa minoría como rohinyás.
A ello se suma que su partido, la Liga Nacional para la Democracia (LND), también asume que son forasteros y que, en un país donde el 90% de la población es budista, preocuparse de los problemas de una minoría musulmana no les reportará réditos políticos. Una reflexión que tiene su contrapartida en un creciente movimiento nacionalista budista, hostil hacia los musulmanes, que está arraigando en amplios sectores de la población y al que San Suu Kyi debe prestar atención.
Sus defensores apuntan, asimismo, que la Dama –como la llaman los birmanos– tiene una capacidad de influencia limitada sobre las fuerzas armadas y no puede detener la brutal operación militar para echar a los rohinyás del estado de Rakhine hacia Bangladesh.
Sin embargo, las críticas internacionales hacia el papel de San Suu Kyi en esta crisis humanitaria no son compartidas por los birmanos. Para ellos se trata de un tema de seguridad nacional y apoyan la actuación del ejército. En las redes sociales abundan los dibujos satíricos criticando a la prensa extranjera, a la que tildan de prorohinyá, así como a la joven pakistaní premio Nobel de la Paz Malala Yousafzai, que días atrás criticó la pasividad de San Suu Kyi ante esta crisis.
La dirigente birmana siempre ha evitado hablar de los rohinyás y nunca ha mostrado simpatía hacia ellos