Un municipio traumatizado que busca no romper la cohesión
Que los autores de los atentados de Barcelona y Cambrils vivieran, se criaran o incluso nacieran en Ripoll fue un mazazo difícil de digerir para los 11.000 habitantes de este municipio del Prepirineo, en las antípodas de las banlieues francesas y de los ambientes marginales europeos que han sido caldo de cultivo para células yihadistas. Difícil porque en Ripoll no hay guetos, porque eran chicos aparentemente integrados que jugaban a futbol o hacían escalada con amigos catalanes, que ocupaban correctos puestos de trabajo o que se habían escolarizado en el municipio. Por todo esto, que el nombre y apellido de esos “buenos” vecinos apareciera como integrantes de la célula terrorista rompió por completo los esquemas de esa sociedad de acogida, que ahora trata de recomponerse. “El trauma y la herida es profunda y no se cierra en un mes, pero la convivencia no está en riesgo”, afirma el alcalde de Ripoll, Jordi Munell. Esa herida ha reabierto en la calle viejos debates que ponen en cuestión la integración del colectivo magrebí o la idea de que todas las ayudas sociales son para los extranjeros. Según datos del Consistorio, sólo una de las familias cuyos hijos estuvieron implicados en los ataques eran beneficiarios de esos servicios. Ripoll tiene por delante la tarea de intentar mantener la cohesión y ha empezado a ejecutar un plan de convivencia con acciones encaminadas a todos los colectivos. Talleres antirrumores, la inclusión de las asociaciones musulmanas en las actividades municipales o la creación de una línea abierta en la que cualquier ciudadano pueda hacer llegar sus dudas en materia de seguridad son algunas medidas que ha tomado el Consistorio. La policía local ha empezado a recibir formación en materia de sectas y radicalismo, en la mezquita vuelven a tener imán (en fase de pruebas) y las familias de los terroristas siguen sin apenas salir de casa, sumidas en un dolor que ni el paso del tiempo podrá borrar. /