La Vanguardia

Camarero, no me cuente la verdad

- Joaquín Luna

Si también usted siente que le han robado el mes de septiembre y todo es ruido de tuits, malestar y sinsentido, yo le ruego que lea mis desgracias y se ría con ellas, que para eso las cuento.

Tenía ilusión y dos entradas para Sabina el miércoles, pero el concierto en el Sant Jordi fue cancelado: una gastroente­ritis. A él, que canta “quién me ha robado el mes de abril”, le quería yo escuchar para olvidar que a unos les roban el carro y a otros septiembre, mes en el que se conversaba de colegios, de los baños de mar y del Campeonato Nacional de Liga. Yo hubiese redactado otra nota: “El diestro Joaquín Sabina es baja por herida de asta de toro con dos trayectori­as. Pronóstico menos grave”.

A cenar. Macarrones gratinados, que es a la cocina lo que los mocasines al calzado: el eterno adolescent­e. –Se han terminado. Gustan mucho. ¿Tanto costaba alegar “los hemos detenido por correosos”?

Terminamos en un karaoke del Eixample, my God!, donde había tres parejas con entradas para Sabina. Cerró mi amigo la noche con Yolanda y bailaron amartelada­s. Dios me reveló algo: ¿por qué las mujeres que me enamoran van siempre con otros?

El jueves no pasó nada grave salvo que hacía una noche de perros y una amiga de Oscar Tusquets, un ídolo, me comentó: “Escribes como un divorciado resentido”. ¡Y uno presumiend­o de divorciado feliz! Su segunda hipótesis es que soy homosexual. A esas horas, por cierto, un talibán de la propaganda con mando en plaza dudaba de la profesiona­lidad de Beatriz Navarro, una magnífica periodista de este diario fundado en 1881.

Cenamos el viernes tres amigos. Dos nos apuntamos al trinxat, plato que hace otoño. Nada es como era septiembre, y hay ganas de que el mes ahueque por donde vino aunque se largue sin los últimos mediodías de playa y las últimas siestas con sexo.

–¡Se nos ha terminado el trinxat! Lo hacemos buenísimo y hoy apetecía.

De nuevo, la realidad. Hubiésemos preferido otro engaño, ya no viene de aquí, algo así como “el cocinero se fugó ayer con una estilista muy joven y nos ha dejado el trinxat a medias por 19 días y 500 noches”.

Los restaurant­es deberían tener un protocolo de engaños al cliente sin derecho al libro de reclamacio­nes.

Cuando el cliente pide un plato que se ha agotado porque estaba muy bueno, nunca, nunca, deberían decir la verdad sino una de esas mentiras amables. Tampoco deberían aportar detalles, como esa frase que a veces escucho en una pastelería de mi agrado:

–¡Hace un minuto que hemos vendido la última pasta que nos pide!

Todo esto, claro, son tonterías sin mucha prosa. Pero alguien, alguien “me ha robado este mes de abril, cómo pudo sucederme a mí”, aunque caiga en septiembre. Las verdades que oigo no me gustan, y las mentiras que anhelo nadie las cuenta.

Las verdades que oigo este mes robado no me gustan y las mentiras que anhelo nadie las cuenta

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