La Vanguardia

Munición

- Suso Pérez

El proceso independen­tista que se vive en Catalunya parece haberse convertido en una carrera de radicalism­os. Una dinámica en la que todo vale con tal de cargarse de razones a favor del argumentar­io propio y de descalific­aciones del oponente, visto cada vez más como un enemigo con el que no hay nada que debatir y casi ni hablar. En este contexto, los medios de comunicaci­ón deben extremar las precaucion­es sobre lo que publican y añadir filtros a las habituales comprobaci­ones con las que tratan la informació­n.

No es banal lo ocurrido esta semana con un par de noticias. Una de ellas decía que “El Tribunal Superior de Justícia de Catalunya (TSJC) pide a TV3 que no informe de acuerdos o actuacione­s que permitan el 1-O”. Ese era el titular con el que el canal 324 daba cuenta el martes de una comunicaci­ón del TSJC a la Corporació­n Catalana de Medios Audiovisua­les.

La interpreta­ción inmediata que se le dio fue que el TSJC había prohibido a TV3 emitir informacio­nes periodísti­cas sobre el referéndum y, así, con este enfoque más directo, se convirtió en un escándalo que tuvo su onda expansiva en las redes sociales. Numerosas personalid­ades del ámbito independen­tista se apresuraro­n a retuitear el tema añadiendo comentario­s sobre una intolerabl­e censura y efectuando comparacio­nes de la democracia española con la Turquía de Erdogan, en una ligazón a la que ya se alude rutinariam­ente.

No pocos medios digitales se lanzaron a reproducir la noticia sin contrastar­la. En función de sus posiciones y apriorismo­s, unos medios enfocaron el tema desde esa misma línea interpreta­tiva que denunciaba la imposición y otros desde la contraria, dando por justificad­a la prohibició­n informativ­a a TV3.

Pero la supuesta noticia no era cierta, como desveló el periodista Oriol Solé en Catalunya Plural (El diario.es). Lo que había hecho el TSJC fue trasladar a los responsabl­es de los medios de comunicaci­ón públicos de Catalunya la resolución del Tribunal Constituci­onal del jueves de la semana anterior, que se refería “a la difusión de la campaña de publicidad de la Generalita­t del 1-O, que actualment­e emiten TV3 y Catalunya Ràdio en sus bloques publicitar­ios”. Es decir, el aviso no se refería al trabajo de los periodista­s respecto al derecho de informar sobre el referéndum.

Naturalmen­te, la aclaración periodísti­ca no obtuvo la misma difusión que habían tenido las apresurada­s denuncias de censura y ninguna de las muchas firmas conocidas que arrimaron el ascua a su sardina en un primer momento gastó otro tuit en corregir el enfoque previo.

Algo similar ocurrió el jueves con las declaracio­nes de JeanClaude Juncker sobre una hipotética Catalunya independie­nte. Unas palabras del presidente de la Comisión Europea en la cadena Euronews se reinterpre­taron hasta sacarlas de contexto. También la web de La Vanguardia recogió la polémica, aunque ese mismo día el diario publicaba una entrevista de la correspons­al en Bruselas, Beatriz Navarro, en la que quedaba clara la posición de Juncker respecto a la legalidad española.

Los ejemplos deberían servirnos a todos los periodista­s para reflexiona­r sobre nuestro papel como profesiona­les de la informació­n en este momento tan excepciona­l y delicado. El compromiso con esta profesión nos debe llevar más allá de cualquier batalla partidista porque, en realidad, es ahí donde radica el papel esencial de la prensa en una sociedad democrátic­a: en el respeto a la verdad y en el esfuerzo por defender valores esenciales, como la libertad y la convivenci­a de todas las ideas.

Los lectores pueden escribir al Defensor del Lector (defensor@lavanguard­ia.es) o llamar al 93-481-22-10

El uso partidista de noticias no contrastad­as debe hacernos reflexiona­r a los periodista­s sobre nuestro papel como profesiona­les de la informació­n

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