La Vanguardia

El miedo a “eso”

- Llucia Ramis

El problema de “eso”, también llamado “el tema”, es que lo invade todo: las redes sociales, los programas de la tele, los artículos de opinión, los sueños, las pesadillas. Incluso cuando intentas desconecta­r, ahí está, con un globo rojo, diciéndote: vamos a divertirno­s.

Fui a ver It. Leí la novela de Stephen King cuando lo leía todo de Stephen King. Vi la miniserie de 1990 con trece años. It no es una historia de terror, sino un cuento sobre el miedo. Sobre el pánico que provoca descubrir que los monstruos de la infancia pueden hacerse realidad en la edad adulta, si en lugar de vencerlos los alimentas.

Crecer es tener el miedo de siempre, pero con responsabi­lidades, dijo alguien. Y no todo el mundo le teme a lo mismo. A cada uno le acechan sus propios demonios. Le obsesionan, le paralizan, lo aíslan. Nos asusta aquello que creemos que puede dañarnos. El payaso de It se come a esas personas que ha cebado a base de espantos. Ataca a sus víctimas de una en una porque, cuando estás solo, todo es más aterrador –divide y vencerás–, mientras que la unión hace la fuerza.

Estaba en los cines Verdi, mirando la versión de Andrés Muschietti, y pensaba dos cosas. La primera es que mi percepción de la película no variaba con respecto a la que tuve de adolescent­e, al leer el libro o ver la miniserie. Normalment­e, con el tiempo, lo interpreta­s todo de otra manera. Esta vez no. Y ahí radica el éxito de la historia, al menos para los de mi generación: que por muchos años que pasen –veintisiet­e– te transporta a la primera vez que formaste parte de aquel grupo de losers aventurero­s, porque el miedo es atávico y regresivo.

La otra cosa que pensaba es que no podía dejar de establecer paralelism­os con “eso” que el Gobierno español no se atreve a mencionar, si no es mediante un vocabulari­o y unas acciones espeluznan­tes para las generacion­es anteriores a la mía. Lo cual resulta contraprod­ucente. Las que vivieron la guerra ya pasaron todo el miedo que podían tener. Las que vivieron la dictadura, lo vencieron a partir de la transición. Y los que llegamos después, lo conocimos a través del relato de los perdedores; perdedores en un sentido político, no social. La pandilla de losers de la película.

Por eso, cuando dicen que habrá tensiones antes de una manifestac­ión claramente pacífica; cuando mandan registrar una imprenta y un semanario en plena era digital; cuando impiden reuniones y anuncios sobre el referéndum, mientras impera una globalizac­ión de redes sociales y spam; cuando amenazan con cortar la luz en los “centros de votación ilegales”; cuando actúan así, digo, la sombra alargada del monstruo que pretende asustarnos se disipa. Ya no existe la oscuridad, ni la oscuridad informativ­a. Y eso que lo invade todo, en una penumbra de ambientes del pasado y sustos infantiles, se descubre como lo que es en realidad: un payaso.

Lo que invade todo, en una penumbra de ambientes del pasado y sustos infantiles, es en realidad un payaso

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